CAPÍTULO TRES

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Intentó, como siempre, no llamar la atención en la cena más de lo requerido, no aportó nada a la conversación y se centró en su comida asquerosa y en Jaerys, dejando que su esposo y los demás se centrarán en el tema de la usurpación rampante al derecho de su madre mientras intentaba encontrar alguna manera de avisarle lo que estaba sucediendo sin encontrar cómo hacerlo.

Rhaenyra no había respondido a sus cartas desde que había cumplido una luna de casado y tampoco recibió alguna de ella desde que dejó a Arrax en Rocadragón mientras ella no se encontraba, parecía que su amada madre lo había dejado a su suerte en ese frío e insípido lugar y él no podía hacer nada más que resignarse.

Se levantó de su silla cuando terminó su comida y le pidió a Borros permiso para abandonar el comedor cuando Jaerys hubo limpiado su plato y salió de allí con su beneplácito, sintiendo como el pescado que había comido se devolvía por su esófago hasta llegar a su boca.

Prácticamente corrió a los aposentos de su hijo con él colgado de su mano y se metió al baño con rapidez para vomitarlo absolutamente todo, sabiendo que retenerlo sería peor para él y su bebé, el pescado crudo era peligroso si no sabía prepararse y, claramente, las cocineras de Bastión de Tormentas parecían querer matarlo.

Salió del baño luego de un momento encontrando a Jaerys mirando por la ventana la tormenta que rugía por fuera de la fortaleza con tristeza, sabiendo que esa sería otra noche que no podría dormir adecuadamente por el rugido del viento y el temblor de los rayos al tocar tierra, su pequeño niño simplemente se resignó.

—Jaerys, es hora de dormir —dijo con la voz áspera luego de haber devuelto la cena con violencia—. Ve por tu pijama, prepararé tu cama —pidió sin aliento caminando hacia su lecho para prepararlo adecuadamente y así no sintiera frío esa noche mientras limpiaba el sudor de su frente; se sentía enfermo, sólo esperaba no haberse intoxicado de verdad.

El pequeño asintió a su padre y con rapidez sacó las prendas de su armario junto con su muñeco de dragón que tenía escondido entre sus juguetes viejos y las posó encima de la cama cuando está estuvo lista, se quitó sus botas y se subió a la misma para evitar que su padre se arrodillara en el suelo, dejando que manejara su cuerpo a su antojo hasta estar completamente cubierto y metido debajo de las mantas y edredones.

—Papá, ¿por qué nunca me contaste lo que sucedió con Arrax? —preguntó luego de que Lucerys le contara uno de los tantos cuentos que había memorizado con el pasar de los años y lo ovillara bien entre sus numerosas frazadas.

—Porque no era algo que tuvieras que saber, cariño. No debes darle importancia a ese hecho —dijo con una sonrisa triste besando la frente de su hijo antes de levantarse—. Dejaré una vela al lado de tu cama para que no sientas tanto miedo, pero debes esconder el candelabro mañana antes de que una de tus nanas llegue. ¿Entendido? —preguntó con ternura.

—Sí, papá —aceptó el pequeño arrebujándose en la cama con su muñeco firmemente abrazado a él.

—Descansa, hijo —se despidió Lucerys caminando hacia la puerta luego de la contestación de su hijo, cerrando la misma detrás de él con firmeza antes de tomar el camino hacia sus aposentos compartidos para poder cambiarse y dormir, estaba agotado de los golpes y apretones de Borros, sólo deseaba descansar.

Llegó a su habitación luego de su corta caminata y con un suspiro entró en el vestidor para cambiar su túnica por un camisón cómodo y caliente ante el frío de la tormenta, evitando a toda costa mirarse al espejo y ver su cuerpo lleno de moretones y su vientre, donde cargaba a segundo hijo, adornado con una grotesca cicatriz que sólo le provocaba dolor y repugnancia cada vez que la veía.

La maldición de los dioses (Lucemond)(EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora