CAPÍTULO NUEVE

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Syrax había puesto dos huevos en Montedragón. Rhaenyra no dudó en decidir que ambos debían ser para sus nietos. Jaerys no ocultó su sorpresa y felicidad cuando el huevo fue llevado a su habitación. Rhaenyra le explicó que debían ser paciente y cuidadosos para que un dragón pudiera eclosionar de su interior, así que ahora Jaerys pasaba largas horas al lado del huevo de lo que podría ser su futuro dragón.

Rhaenyra sólo podía sonreír, estaba segura de que al igual que sucedió con sus hijos, el huevo de dragón de su nieto también iba a eclosionar. No pudo evitar pensar en sus medios hermanos, ellos no habían tenido tanta suerte, Rhaenyra ya había hablado con Daemon en el pasado sobre esos detalles y su esposo aseguraba que ningún dragón había eclosionado de esos huevos porque los Hightower fueron incapaces de cuidar de ellos.

—Está feliz —susurró la voz de Luke a su espalda. Rhaenyra se giró y le sonrió a su hijo. Luke ya estaba casi completamente recuperado, así que solía gustarle caminar por el castillo con su pequeño bebé en brazos. Rhaenyra se acercó, apoyó las manos en las mejillas de su hijo y besó su frente con cariño.

—Lo está. Ha recibido la herencia que le corresponde —dijo la reina—. Hubiera deseado que compartiera la cuna con él, pero...

—Mamá, está bien —interrumpió Lucerys. A pesar de sus intentos su madre no podía olvidar todo lo que había sufrido mientras estuvo en Bastión de Tormentas—. Vine a buscarte para que vayamos a tomar una taza de té —dijo Luke. Rhaenyra sonrió.

—Está bien —aceptó ella antes de tomar en brazos a su pequeño nieto que estaba profundamente dormido.

Antes de ir al jardín dejaron al bebé en su habitación al cuidado de la nodriza, con la clara advertencia de que en cuanto despertara debían informales. Luke suspiró mientras una de las sirvientas le servía una humeante taza de té. Nunca pensó que extrañaría algo tan mundano, pero lo había hecho. Aunque debía admitir que extrañaba un poco a su hermano mayor. Desde su regreso Jacaerys se comportaba de manera extraña, rehuía cada vez que estaba cerca y siempre estaba disculpándose por cualquier motivo.

—Jacaerys se siente culpable —dijo Luke de repente. Rhaenyra dejó la taza sobre el pequeño plato.

—Igual que todos nosotros, mi dulce niño —respondió su madre—. Muchas veces voló a Bastión de Tormentas, pero nunca le permitieron verte, siempre había una excusa. Se siente culpable de no haberse percatado de algo estaba mal.

—Él no podía saberlo, nadie podía en realidad. —Lucerys bajó la mirada y la centró en su mano izquierda, su anillo de matrimonio ya no ocupaba su dedo anular, pero ¿durante cuánto tiempo? lord Baratheon no iba a quedarse de brazos cruzados, no cuando Luke se había llevado a sus hijos. Como si Rhaenyra pudiera leer los pensamientos de su hijo tomó su mano y la apretó con suavidad.

—Te protegeremos, nadie nunca más te hará daño —prometió la reina y esta vez pensaba cumplir con su palabra. Luke le sonrió.

—Sabes, hay algo que nunca te conté —dijo Lucerys—. Cuando tuve a Jaerys y pensé que moriría en el lecho de parto soñé con la abuela Aemma —confesó Luke—. Sé que ella murió porque le hicieron lo mismo que a mí... —Tuvo que hacer una pausa cuando sintió la mano de su madre temblar—. Ella me dijo que no tuviera miedo, que estaría bien..., que yo no iba a morir. —Lucerys sintió un nudo en la garganta—. Mamá..., tuve mucho miedo. —Luke no era consciente del momento en que comenzó a llorar. Rhaenyra sin pensarlo se levantó y abrazó con fuerza a su hijo. Ella había sufrido tanto la pérdida de su madre, pensar que su hijo tuvo que pasar por lo mismo le destrozaba el corazón.

La maldición de los dioses (Lucemond)(EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora