Afortunadamente lo alcanzaron, Aemond ya había acomodado sus alforjas en la silla de montar y en ese momento se calzaba sus guantes mientras Vhagar se estiraba con gruñidos disgustados mientras su jinete la miraba y lanzaba palabras en alto valyrio para tranquilizar su ira; sonrió para sí mismo al ver que no era demasiado tarde y con un apretón en el hombro de su padre pidió ser posado de nuevo en el suelo para andar los últimos pasos con apoyo de su madre; no quería volver su despedida una guerra de insultos por la presencia de Daemon a su lado.
—Pensé que te despedirías antes de irte, Aemond —dijo sin soltar el agarre de su madre que en ese momento tenía la mirada fija en su hermano y en cómo este se tensó al instante de escucharlo.
—¿Qué haces aquí, Lucerys? ¿No se supone que deberías estar reposando? —preguntó de mal humor el príncipe sin darse la vuelta, pero deteniendo sus acciones inmediatamente se percató de la presencia de su sobrino detrás de él.
—Volveré a la cama cuando te vayas —respondió Lucerys con una sonrisa que su tío claramente no vio, caminando los últimos pasos hacia él para posar una de sus manos temblorosas en sus hombros con delicadeza—. ¿Por qué ibas a irte sin despedirse, Aemond? —preguntó con curiosidad al verlo agachar su cabeza levemente y fruncir su ceño con descontento.
—Pensé que no era necesario, vi que despertaste, estaba más que satisfecho con mi trabajo, quedarme aquí solo sería un problema más —replicó con voz fría mientras intentaba sacudirse el agarre de Lucerys sin mucha fuerza.
—No serías un problema, me salvaste y salvaste a mis hijos; nadie jamás podrá pagarte eso o agradecértelo lo suficiente —dijo con voz temblorosa no sólo por el dolor y la debilidad que sentía en ese momento y que con cada segundo que pasaba se hacía más pesada en sus huesos, también por la emoción que sentía al saber que su tío había hecho todo lo posible por traerlo a su hogar donde podría ser salvado sin riesgo alguno que lo dejarán morir solo por ser el hijo de su madre—. Podrías voltear, ¿por favor? —pidió en voz baja soltando el agarre de su madre para tomar el otro hombro de Aemond esperando a que esté se dignara a mirarlo por fin.
El príncipe simplemente suspiró con agotamiento y de manera lenta se dio la vuelta, teniendo cuidado con no dejar caer a Lucerys y tomando sus brazos cuando lo vio tambalearse en su sitio luego de perder su agarre por un segundo.
—Vuelve a la cama, Luke —ordenó Aemond haciendo una mueca cuando se escuchó a sí mismo llamarlo con el apodo cariñoso que Laenor le había puesto cuando era un bebé, se supone que lo odiaba que lo despreciaba. No debía tratarlo con cariño.
Lucerys sólo sonrió de manera tonta al ver el ceño fruncido de su tío y haciendo un último esfuerzo se puso de puntillas de pie frente a él y plantó un beso suave y casi imperceptible en su mejilla marcada antes de darle un abrazo que dejó impactado a todos los que los veían de cerca y de lejos.
—Gracias por salvarme, tío. Gracias por traerme a casa y sacarme de ese infierno. Sé que podrías haberme dejado y llevarte a Jaerys como rehén en Bastión de Tormentas, o dejarme morir en esa cueva cuando di a luz, pero no lo hiciste. Viniste aquí y te enfrentaste a la muerte que pisar Rocadragón podía traerte solo por ayudarme a mí y a mis hijos —expresó con un nudo en la garganta restregando su nariz levemente contra el pecho de su tío y sonriendo tristemente cuando lo sintió responder de manera reacia a su abrazo, como si temiera lastimarlo o sospechase que era una trampa—. Gracias por todo eso. Jamás podré pagártelo —susurró al final arrebujándose por un momento en los brazos fuertes de su tío.
Aemond simplemente tragó con fuerza ante en calor de los brazos de Lucerys rodeándolo y acarició tenuemente su cabello por un momento, hundiéndose por un segundo en ese gesto sin prestar atención a nada más, queriendo muy dentro de él que esto no fuera solo el final, pero enterrando ese sentimiento errático bajo su armadura de nuevo cuando Vhagar se revolvió inquieta detrás de él.
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La maldición de los dioses (Lucemond)(EN PAUSA)
Hayran KurguMuchas personas a su alrededor le habían dicho que su condición era una bendición, un motivo de agradecimiento a los dioses por tan hermoso regalo que le habían hecho, pero para Lucerys no era así. Para él solo había sido una maldición, una que le h...