CAPÍTULO SEIS

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Aemond recibió al bebé de la manera más delicada posible y por instinto limpió su boca y nariz con los dedos antes de quitar la gabardina del vientre de Lucerys y posarlo en él mientras se agitaba, se sentó en el suelo mientras desataba uno de los cordeles de su trenza y lo ataba al cordón umbilical del niño para cortarlo poco después con el cuchillo calentado previamente; apartó la mirada cuando Lucerys tomó al pequeño en sus brazos y comenzó a esparcir besos por toda su diminuto rostro sonrosado y lleno de asquerosidades propias de un recién nacido.

Sintió su estómago revolverse, pero no supo si era por el parto que había presenciado o por el amor que Lucerys parecía tener por su diminuto bebé a pesar de todas las penurias por las que tuvo que pasar. Lucerys era igual a Rhaenyra, amaba a sus hijos sin importar nada más en el mundo, entregándose a ellos con alma, vida y corazón. Se deshizo de su camisola casi seca ahora y con un rápido movimiento envolvió al bebé lo mejor que pudo en ella y se lo volvió a entregar a Lucerys que estaba agotado pero feliz.

—No dejes que coja fría, no se mucho de bebés, pero puede enfermarse —masculló con el ceño fruncido levantándose del suelo y yendo nuevamente al exterior a lavarse la sangre y cualquier otro fluido que quedara en sus manos para evitar ensuciar todo; se quedó observando a Vhagar, que dormía tranquilamente sin importarle la fuerte tormenta que azotaba el exterior donde descansaba y se dio cuenta que, afortunadamente, nunca había desempacado las alforjas que había llevado para su viaje.

No tenía mucho, tal vez unas cuantas bolsas de comida desecada y un poco de agua, pero lo que principalmente tenía era ropa limpia y seca que serviría para que Lucerys y los niños hicieran algún tipo de nido con ella y no pasaran frío.

No se detuvo a pensar en lo que hacía, simplemente trepó la malla que cubría el lomo de su dragona y tiró de las alforjas hasta dejarlas todas en un lugar seco y con una última caricia se despidió de ella; dudaba mucho que con aquel aguacero Borros pudiera hacer algo por encontrarlos, no sólo era de noche y llovía a cántaros, también estaban en una montaña lo suficientemente alta y alejada para que fuera difícil encontrarlos.

Tomó la única cantimplora que tenía y salió de la cueva para llenarla con agua relativamente limpia, estando seguro que Lucerys se había deshidratado con todas las lágrimas y el sudor que había estado expulsando durante su parto, sólo apretó los dientes cuando un relámpago iluminó el cielo y el frío penetró hasta sus huesos.

Se tomó un tiempo fuera de la cueva para pensar; llevar a Lucerys a Desembarco del Rey sería una sentencia de muerte para él, pero no hacerlo implicaría dejarlo a su suerte en cualquier lugar o llevarlo a Rocadragón, y de eso último no tenía la certeza de salir vivo y completo, después de todo y como su madre había dicho, Rhaenyra los odiaba a él y a sus hermanos por ser hijos de ella y no de Aemma. Resopló con descontento y entró de nuevo en la cueva, llevando la cantimplora a Lucerys y posándose detrás suyo para levantarlo del suelo y darle de beber

—¿Qué haces, tío Aemond? —preguntó desconcertado, pero dejándose hacer, sin muchos alientos ya que no podía descansar después de su agotador y doloroso parto.

—Debes beber algo, no quieres deshidratarte en medio de la nada y con dos niños —gruñó sin muchas ganas de hablar, pero viéndose en la obligación de poner la boquilla de la cantimplora en los labios de Lucerys al verlo con las manos ocupadas con su bebé.

Lucerys bebió con avidez completamente sediento, gimiendo con deleite cuando el agua fría tocó su boca seca. Era mejor que beber de cualquier vino en ese momento.

—Gracias —susurró con timidez cuando se terminó la cantimplora de un sólo golpe.

—Hmm... —murmuró restándole importancia a su acción, levantando una ceja cuando vio que la sangre seguía goteando lenta pero seguramente del interior de Lucerys—. Sigues sangrando.

La maldición de los dioses (Lucemond)(EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora