CAPÍTULO SIETE

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Rhaenyra había acudido a la enfermería poco tiempo después, incluso le llevó una muda de ropa pues Aemond no tenía intenciones de moverse del lugar. Luego de una hora ella dejó el lugar luego de darle un beso a Lucerys en su frente sudorosa y él sólo pudo darle un asentimiento de agradecimiento por la ropa prestada, no era lo ideal estar con prendas ensangrentada y húmeda encima, todo se pondría asqueroso de ser así. Lo único que se quedó fue el cuchillo que escondió en sus ropajes y luego volvió a sentarse al lado de su sobrino para vigilarlo.

Había estado observándolo durante horas, viendo cómo su rostro a veces se contraía por el dolor e incluso como temblaba debido a la fiebre, sólo tranquilizandose cuando Gerardys o alguna de sus ayudantes a su cargo entraba a lugar, lo revisaban y le decían que todo era normal; estaba pensativo, mucho, sobre las acciones de ese par de días en Bastión de Tormentas y como había sacado a Lucerys y los niños de allí sin dudarlo cuando esté le dijo que iba a ser asesinado, no entendía muy bien porque lo hizo y por mucho que se enfrascara en ello no lograba nada sustancioso; comenzaba a frustrarse con su propia mente cuando la puerta se abrió, estaba dispuesto a desterrar a quien fuera que estuviera dispuesto a molestarlos a ambos, pero fue silenciado por Jaerys quien venía de la mano de Rhaenyra, ya con ropa limpia, abrigada y seca pero todavía con sus ojitos tristes y asustados, buscándolo.

—Jaerys, ¿no deberías estar descansando a esta hora de la noche? —reprendió con voz sería al darse cuenta de lo tarde que era y de lo mucho que había estado al lado de Lucerys, sólo dejando de verlo para comer y hacer sus necesidades, frunciendo su ceño cuando el pequeño prácticamente corrió por toda la estancia hasta estrellarse contra sus piernas cruzadas, extendiendo sus manos para que lo cargara.

—No podía dormir, no hay lluvia como en Bastión de Tormentas, pero estaba preocupado por papá —lloriqueó el pequeño con un puchero, moviendo sus manos buscando lograr su objetivo de que Aemond lo abrazara hasta dormir.

Aemond sólo suspiró y acomodándose tomó a Jaerys en sus brazos, lo posó en su regazo y tomando una manta libre a los pies de la cama de su sobrino los cubrió a ambos para que el pequeño no pasara frío, a pesar de que la enfermería tenía un ambiente tibio para que Lucerys no corriera el riesgo de enfermarse.

—Príncipe Aemond, ¿y si lord Baratheon nos encuentra? —preguntó Jaerys luego de un tiempo, cuando ya había cerrado los ojos y se concentraba en los latidos del príncipe debajo de su oído para intentar quedarse dormido, era algo que había hecho con su padre cuando era más pequeño y, aunque él no fuera Lucerys, era igual de tranquilizante—. ¿Qué pasa si quiere que vuelva con él? ¿O que Rhaenar lo haga? No quiero ir allí, no de nuevo, el golpeará a papá, o lo matará, no quiero que muera —susurró aferrándose al jubón de Aemond con fuerza.

Se miró con Rhaenyra al escuchar al niño. Entendieron que era un miedo razonable, Aemond más que la reina por todo lo que había visto y experimentado en Bastión de Tormentas, pero estaba seguro de que llegado el momento en que Borros se atreviera a reclamar a sus hijos, Rhaenyra prefería quemar Poniente o entregar su corona con gusto antes de permitirlo. Su hermana mayor, a diferencia de su madre, amaba a sus hijos por encima de cualquier otra cosa, no los entregaría, así como así, al menos no ahora, no como había hecho con Lucerys en un momento de estupidez.

—¿Confiadas en lo que te diga, Jaerys? —preguntó con seriedad posando de nuevo su ojo en Lucerys, no queriendo ver la reacción de Rhaenyra a lo que iba a decir.

—Sí, confío en lo que me digas. —Asintió en pequeño con voz ahogada por la manta y la camisola en la que estaba apoyando contra Aemond.

—Lord Borros es un hombre cruel y mezquino, pero no es inteligente. Sin duda intentará alcanzarte, pedir por ti o por tu hermano en un acto estúpido creyendo que los conseguirá a ambos o a alguno de los dos —comenzó a hablar con voz tranquila, arrullando al pequeño cuando escuchó su gemido asustado, pero siendo completamente sincero con el—. Pero no lo conseguirá. Rhaenyra, tu abuela, no lo permitirá. El no conoce el verdadero valor de la sangre de dragón, Jaerys, no sabe lo que seríamos capaces de hacer por ella y eso lo hace tonto. Además, primero tendría que pasar por Daemon Targaryen, tu abuelo, y Rhaenys, tu bisabuela, antes de poder tocar a alguno de ustedes —dijo con firmeza, ignorando la sonrisa llorosa de su hermana mayor que pudo ver por el rabillo de su ojo.

La maldición de los dioses (Lucemond)(EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora