Llegar hasta pozo dragón en busca de FuegoSueño no fue sencillo, pero los guardianes de dragones en cuanto los vieron no hicieron intento de dar aviso de su presencia. Todo lo contrario, les permitieron llegar hasta el dragón de Helaena y que ella pudiera sacarlo del lugar. No quería dejarlo allí, cuando Aegon supiera que su esposa también lo estaba traicionando temía que pudiera hacerle algo. Daemon decidió que Helaena emprendiera el vuelo mientras ellos buscaban a sus dragones. Cuando lo hicieron se reunieron con ella y emprendieron el regreso a Rocadragón. No fue extraño ver que Rhaenyra los esperaba. Cuando descendieron en la playa la Reina se acercó para darles la bienvenida.
—Doy gracias a los dioses de que estén de regreso sanos y salvos —dijo la reina. Entonces volteó a ver a su hermana—. Helaena, bienvenida a Rocadragón. Tu hogar. —Rhaenyra sonrió. Helaena abrió la boca con la intención de pronunciar palabras de agradecimiento, pero una voz infantil la interrumpió.
—¡Príncipe Aemond! —gritó Jaerys que corría tan rápido como sus cortas piernas se lo permitían. Aemond se quedó sin palabras cuando el niño ignoró a todos y se abrazó a sus piernas con fuerza antes de sacudirse el sopor, agacharse y levantar al pequeño niño entre sus brazos que, para su deleite y gusto, comenzaba a hacerse más pesado con el pasar de sus días en Rocadragón.
—Jaerys, ¿qué haces despierto a esta hora de la mañana? —preguntó con un tono serio, provocando que todos levantaran las cejas sorprendidos cuando el pequeño se sonrojo, se encogió de hombros y escondió su cara en el cuello de Aemond con confianza.
—Me desperté y fui a tu habitación para acurrucarme, cuando no te encontré le pregunté a un guardia donde estabas y me dijo que habías salido con el abuelo Daemon y el tío Jace en la madrugada, así que te esperé —explicó con voz confiada a pesar de su timidez, provocando que Aemond suspirara con cierto hartazgo antes de acariciar sus rizos con ternura ante la pequeña aventura que el pequeño había tenido mientras algunos dormían y otros los esperaban.
—Niño no puedes hacer eso, no puedes escabullirte por los pasillos del castillo sin avisarle a nadie, esto no es Bastión de Tormentas, no, pero hay que tener cuidado hasta que la guerra termine. ¿Entiendes eso? —preguntó con una seriedad que no rompió hasta que el pequeño sacó su cabeza de su escondite y asintió con severidad ante sus palabras, pensando seguirlas como si fueran un mandato real.
—Está bien. Lamento haberme escabullido, no lo haré de nuevo...
—Bueno niño, ahora, ve con tu nodriza, por favor, los adultos debemos hablar un poco —dijo dejando otra caricia en sus cabellos antes de soltarlo para dejar que se fuera—. Podrías llevarte a Jaehaerys y Jaehaera por nosotros. ¿Por favor? tu nodriza también les indicará sus habitaciones —pidió al pequeño que de nuevo sólo asintió, tomó la mano de los otros niños y se fue con ellos intentando charlar con ellos sin recibir muchas respuestas de los dos tímidos pequeños. Cuando se hubo satisfecho simplemente volteo a mirar a los demás, frunciendo el ceño cuando vio sus miradas sorprendidas ante lo que había pasado—. ¿Qué? —preguntó con brusquedad sintiéndose observado y atacado con sus miradas, recibiendo una suave sonrisa de Rhaenyra antes de que esta volteara a ver a los demás, carraspeara y les pidiera que la siguieran.
Se negó a sí mismo a buscar a Lucerys entre la multitud de señores mientras caminaba, especulando que todavía seguía dormido o estaba con Rhaenar, sólo para recibir una grata sorpresa al encontrarlo en la sala del concejo observando algunos mapas en compañía de sus abuelos, Corlys y Rhaenys.
Cuando Luke levantó la mirada sólo pudo sonreír y llenar el ambiente con un suspiro aliviado antes de dejar lo que estaba haciendo en aquel momento e ir con su padre, hermano y tío para abrazarlos, agradeciéndole a los dioses que los hubiera traído a salvo de su misión de rescate; quedándose prendado de los hombros de Aemond un poco más mientras esté rodeaba su cintura con sus brazos.
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La maldición de los dioses (Lucemond)(EN PAUSA)
FanficMuchas personas a su alrededor le habían dicho que su condición era una bendición, un motivo de agradecimiento a los dioses por tan hermoso regalo que le habían hecho, pero para Lucerys no era así. Para él solo había sido una maldición, una que le h...