CAPÍTULO UNO

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Lucerys se removió incómodo en la cama. Frunció el ceño y abrió los ojos completamente frustrado. El molesto ronquido de su esposo le hacía imposible conciliar el sueño. Además, el bebé en su vientre no dejaba de moverse, esa noche estaba más inquieto que nunca y lo atribuyó a la feroz tormenta que se desataba en el exterior e iluminaba cada rincón del castillo con relámpagos mientras las gotas de lluvia golpeaban con fuerza los cristales de las ventanas.

Suspiró y apoyó una mano en el vientre con la intención de que las caricias calmaran al pequeño. No supo cuánto tiempo pasó, pero de repente escuchó unos suaves toques en la puerta y luego esta se abrió. Debido a la oscuridad Lucerys no pudo verlo bien, pero supo de inmediato de quien se trataba cuando una sombra pequeña corrió descalza hasta la cama en donde se encontraba.

—Jaerys, ¿qué haces aquí? —preguntó Luke cuando su pequeño hijo se posó frente a la cama. El niño se mordió los labios para evitar llorar.

—Tengo miedo... —susurró. Lucerys sonrió con amabilidad. A Jaerys no le gustaban las tormentas, los relámpagos y la fuerte lluvia siempre le asustaba. Además, las sombras de las ramas de los árboles solían formar sombras que lo hacían asustarse aún más.

—Está bien, cariño. Yo... —Lucerys guardó silencio cuando Lord Borros Baratheon se removió a su lado, más no despertó. Sin duda era el único que podía dormir con tranquilidad una noche así. Luke regresó la mirada a su hijo y le sonrió—. Te acompañaré a tu habitación y me quedaré contigo hasta que te duermas, ¿de acuerdo? —le dijo y el pequeño Jaerys asintió con una sonrisa pequeña.

A Luke le costó un poco ponerse de pie debido a su embarazo de ya casi nueve meses. Se cubrió con una bata y tomando la mano de su hijo salieron de los aposentos tratando de hacer el menor ruido posible. Nunca le había gustado Bastión de Tormentas, mucho menos ese castillo lúgubre cuyos muros lo hacían sentir como si se encontrara en una prisión.

Cuando entraron a la habitación de Jaerys el pequeño fue directo a la cama mientras Lucerys encendía unas velas para proporcionar un poco de luz en el lugar. Luego se acercó al pequeño y con cariño lo cubrió con las mantas y dejó un suave beso en su frente.

—Papá, cuéntame más sobre Arrax —pidió el niño. Lucerys sintió un nudo en el estómago al escuchar el nombre de su dragón. Cuando Jaerys nació intentó convencer a su esposo que le permitiera que en la cuna de su hijo se colocara un huevo de dragón, pero Lord Borros se negó, alegando que ninguna criatura monstruosa pisaría su territorio.

—Es tarde, cariño. Hablaremos de él mañana, ahora duerme —le pidió acariciando los rizos castaños del pequeño. Jaerys frunció el ceño, pero no tuvo más alternativa que aceptar.

Cuando Lucerys comprobó que su hijo estaba profundamente dormido apagó la luz de la vela y regresó a su habitación, le hubiera gustado quedarse, pero su esposo se molestaba cuando despertaba y no lo encontraba a su lado.

Al entrar comprobó que Lord Borros aún estaba dormido, así que se quitó la bata y se metió bajo las mantas. Se quedó boca arriba mientras hacía rodar el anillo de bodas que llevaba en la mano izquierda. De repente sintió deseos de llorar. ¿Por qué él tuvo que ser diferente? ¿Por qué fue él quien tuvo que nacer siendo el portador de "el regalo de los Dioses"?

Sí, Lucerys había nacido varón, pero la marca que llevaba en la espalda le hacía saber a todos que él nunca podría casarse con una mujer y procrear un hijo. Lucerys había nacido con lo que todos llamaban "el regalo de los Dioses", ese que le permitía gestar en su interior una vida. Cuando Lord Borros Baratheon se reunió con sus padres para hablarle sobre sus intenciones de desposar a su hijo, Rhaenyra y Daemon tuvieron acaloradas discusiones, Lord Borros prácticamente triplicaba la edad de Lucerys, incluso sus hijas eran mayores que él. Al final, la decisión recayó en sus manos y Luke, siendo el buen hijo que siempre había sido y sabiendo lo importante que podría ser una alianza con la Casa Baratheon para un reclamo sobre el trono de hierro aceptó, aunque eso le destrozó el corazón.

La maldición de los dioses (Lucemond)(EN PAUSA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora