IV El príncipe ha solicitado tu presencia en sus aposentos

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La tensión es tanta, que se siente como si pudiese cortar con el filo de una hoja de papel

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La tensión es tanta, que se siente como si pudiese cortar con el filo de una hoja de papel. Como si pudieses reventarla, cual burbuja de jabón, con la yema del dedo.

Platillo tras platillo, todo el servicio del castillo se desvive por conseguir que, aunque sea, la cena salga bien. Sabemos que el ambiente está arruinado; hecho girones en el suelo por la forma en la que el príncipe Velkan ha decidido humillar a los nobles que lo acompañaron hasta este lugar.

Con todo y eso, pareciera que todo el mundo trata de hacer como si nada hubiese ocurrido. Como si el desaire del hijo del rey no hubiese ocurrido y todo estuviera perfecto.

Los consejeros ríen, charlan y beben entre ellos de temas triviales. Uno de ellos trata de incluir al príncipe, pero este no parece estar dispuesto a seguirles el juego, ya que ha pasado la mayor parte del tiempo bebiendo, engullendo lo que se le sirve y fulminando con la mirada a todo aquel que se atreve a dirigirle la palabra.

Está claro que no está feliz de estar aquí. Lo hace saber con cada postura de su cuerpo. Con cada mirada lanzada al aire y con cada uno de los gestos que esboza mientras cena.

Los Guardias reales parece ser que son los únicos que realmente lo están pasando de maravilla. Ellos, no han dejado de reír a carcajadas mientras beben, comen y bailan al compás de las melodías que el cuarteto de cuerdas entona.

Para cuando estamos sirviendo el postre, estoy tan agotada y sudorosa, que solo puedo pensar en el momento en el que voy a quitarme las botas, este incómodo vestido y el velo.

No había tomado en cuenta del calor abrasador que sentiría al tener la cabeza cubierta durante todo el día.

El moño severo en el que me amarré el cabello está cobrándome la factura y solo puedo pensar en el glorioso momento en el que, por fin, lo desharé para pasarme los dedos por todo el cuero cabelludo.

He tenido que ir un par de veces al baño para refrescarme un poco, pero han sido visitas rápidas y fugaces. Lo suficientemente cortas como para que no se note en lo absoluto mi ausencia.

El hecho de haberme quemado la mano con agua hirviendo tampoco me ayuda en lo absoluto. La ampolla se me ha reventado hace rato y, ahora, sin el líquido acumulado debajo de la piel, solo puedo sentir dolor cada que tomo algo con la más mínima fuerza.


Finalmente, la cena ha terminado, pero los comensales aún están en el salón, bebiendo, charlando y riendo a volumen considerable. El exceso de alcohol en su sangre ha hecho que todo el mundo se relaje bastante. Tanto, que algunos de los Guardias han comenzado a buscar conversación con algunas de mis compañeras del servicio.

Pese a que tenemos prohibido mantener relaciones sentimentales con nuestros superiores en el trabajo, algunas de las chicas parecen halagadas por la atención que están recibiendo.

Sangre y niebla ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora