XIII Digna de un príncipe

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Esta mañana, tan pronto como los primeros rayos del sol se colaron por la ventana alta de la torre, las puertas se abrieron

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Esta mañana, tan pronto como los primeros rayos del sol se colaron por la ventana alta de la torre, las puertas se abrieron. Ni siquiera me tomó mucho tiempo percatarme de que alguien había venido a sacarme de aquí porque casi no dormí en toda la noche. Apenas pude cerrar los ojos unas cuantas veces sin descansar en lo absoluto.

De hecho, estaba despierta cuando el guardia que custodiaba mi prisión, con gesto furibundo, me indicó que saliera.

Afuera, me esperaban tres mujeres vestidas con ropas finas que me miraron de arriba abajo con sorna antes de verse entre sí y susurrar algo acerca de tener mucho trabajo qué hacer.

Después de aquello, fui escoltada por ellas y un par de Guardias hasta las habitaciones que fueron asignadas para las mujeres que trajeron los vampiros cortesanos para Velkan.

Una vez ahí, empezaron a trabajar en mí.

Jamás en mi vida había tomado un baño dentro de una tina. Por lo regular, mis duchas consisten en lavarme a consciencia con un estropajo de paja, un jabón de barra que bien podrías utilizar para lavar la ropa y agua tibia echada encima por un recipiente pequeño. Los días en los que tomar una ducha no es posible, me doy un baño de esponja con agua jabonosa e infusión de lavanda.

Esta experiencia, sin embargo, es toda una revelación. El agua caliente cubriéndome, las sales de baño haciendo efervescencia al contacto con mi piel, el masaje en mi cuero cabelludo con el champú de aroma a lilas y la espuma creada por el jabón para el cuerpo, me hacen entender el motivo por el cual los nobles pasan tanto tiempo dentro de la bañera.

Para cuando terminan de asearme, las mujeres, con una mezcla de miel y cera de abejas, me retiran todos y cada uno de los vellos de las piernas y de aquellos lugares en los que jamás imaginé que podía volver a verme sin un solo vestigio de pelo.

No soy estúpida. Sé que esto solo lo hacen las prostitutas y las mujeres vulgares. Que una mujer decente jamás se depilaría el cuerpo si no esperase que alguien más la mirara y, de alguna forma, me siento denigrada. Humillada una vez más por Velkan y estas mujeres que, seguramente, están siguiendo sus instrucciones.

«Te convirtió en su prostituta. Y, aunque no lo seas, le está haciendo creer a todo el mundo que está preparándote para eso».

El proceso es doloroso, lento y me hace derramar más lágrimas de las que me gustaría admitir. Con todo y eso, me las arreglo para mantenerme lo más serena posible hasta que, finalmente, la tortura termina y tengo la piel adolorida por los tirones de las finas telas con las que me han retirado el vello del cuerpo.

Pese a que, cuando terminan, me untan una crema que calma un poco el escozor, este no se va del todo.

La elección de vestido no es tan complicada como creía que sería. Las mujeres, luego de hacerme medir cinco vestidos distintos, se decantan por uno azul que tiene un escote pronunciado en el pecho.

Sangre y niebla ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora