XV No es propio de una concubina dormir con un príncipe

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La modista que vino desde Brasovia no deja de poner telas de todos los colores frente a mí, tratando de decidir qué tonos son los que mejor le van a mi piel y a mis ojos

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La modista que vino desde Brasovia no deja de poner telas de todos los colores frente a mí, tratando de decidir qué tonos son los que mejor le van a mi piel y a mis ojos. Luce tan concentrada en su tarea, que solo se detiene de vez en cuando para hacer anotaciones en la libreta que trajo consigo.

De vez en cuando, pregunta en dirección a Anca sobre las preferencias del príncipe y lo que a él le gusta en la ropa de sus concubinas, pero no habla demasiado mientras que, exhaustivamente, me examina de pies a cabeza.

No he pasado mucho tiempo alrededor de estas mujeres —o de aquellas que han venido aquí en calidad de obsequio para el hijo del rey—, pero he aprendido a notar que Anca es la que lleva la voz cantante en lo que a ellas respecta. Es más joven que Mirela y, en definitiva, no es tan joven como las mujeres a las que trajeron desde Brasovia. Tampoco parece estar aquí para servir a Velkan como dama de compañía. Es como si fuese la encargada de ellas. Como si hubiese venido solo para mantener el orden entre las mujeres jóvenes que ahora le pertenecen al príncipe.

Si lo piensas con cuidado, tener a una mujer con la cabeza lo suficientemente fría como para poner orden dentro de un grupo de mujeres que desean tener toda la atención del príncipe de Valaquia a toda costa, es un movimiento muy inteligente.

Las dos mujeres hablan respecto al presupuesto que Velkan ha asignado para mi guardarropa, y agradezco muchísimo que no me involucren en la conversación porque, ahora mismo, no puedo pensar en otra cosa que no sea en el suave dolor de aquellos músculos que ni siquiera sabía que tenía.

Durante un segundo, mi mente viaja a los aposentos reales. A Velkan y a todo lo que hicimos anoche.

No puedo decir que he perdido mi virtud como tal, pero tampoco puedo jactarme de no tener idea de qué es lo que se hace en la cama con un hombre.

«Pero es que Velkan no es un hombre. Al menos, no uno cualquiera». Me susurra el subconsciente y siento que la cara me arde cuando un recuerdo particularmente escandaloso me invade.

En él, estoy sentada sobre la cara del príncipe —por petición suya—, controlando la intensidad de las caricias de su lengua sobre mi centro.

Trago duro y empujo el pensamiento lejos de mi sistema, pero no pasa mucho tiempo antes de que otro me invada. En él, soy yo la que está arrodillada frente a él, tomándolo con la boca, mirándolo echar la cabeza hacia atrás mientras que me toma por el cabello y tira de él con suavidad.

Casi puedo escuchar su voz ronca susurrando mi nombre, como si de una plegaria se tratase.

—Pero debe de haber algún límite. —La voz de la modista me trae de vuelta al aquí y al ahora y, de manera discreta, la miro a través del reflejo en el espejo que tengo frente a mí.

Anca niega con la cabeza, al tiempo que se encoge de hombros.

—El príncipe dijo que no le importa cuánto cueste —dice—. La quiere vestida con lo mejor que puedas ofrecer.

Sangre y niebla ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora