IX Por ti y estas ganas que tengo de impresionarte

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Velkan apenas ha probado bocado alguno

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Velkan apenas ha probado bocado alguno. Ha pasado la cena entera bebiendo mucho y comiendo poco. Casi se ha terminado la botella que llevo entre los dedos él solo y apenas han servido el plato fuerte. Mucho me temo que, a este ritmo, acabará tan borracho como sus guardias reales antes de que lleguemos al postre.

Los dos consejeros restantes hablan entre ellos, ajenos a la presencia de Velkan, y los guardias ríen a carcajadas allá, lejos de donde él se encuentra. Todos parecen estar pasándola de maravilla excepto el príncipe.

Apenas ha soltado un par de palabras y ha sido para declinar que le sirvan cierto platillo o para pedirme que le sirva más vino.

Cuando vierto en su copa el resto de la botella, me excuso para ir a buscar una nueva y aprovecho esos instantes en la cocina para echarme a la boca un trozo de pan y un poco de agua.

Acto seguido, me dirijo de nuevo al salón comedor justo a tiempo para mirar al príncipe poniéndose de pie y disculparse con Alina y Sanda antes de avanzar en dirección a la salida del lugar con la copa entre los dedos.

No dice nada cuando pasa a mi lado, pero me dedica una mirada y me hace un gesto que indica, claramente, que debo seguirlo.

No sé si debo dejar la botella aquí, pero decido que la voy a cargar conmigo por si acaso, y lo sigo de cerca por el vestíbulo hasta las escaleras principales. Después, subo detrás de él y avanzamos por los pasillos hasta llegar a los aposentos reales.

Sin siquiera cerciorarse de que lo sigo, se bebe el contenido del contenedor entre sus dedos de un solo trago, para luego empujar las puertas de la entrada.

Es solo hasta ese momento que me dedica una mirada y lo extiende en mi dirección para que le sirva más licor.

Cuando lo hago, le da un trago largo y me lo ofrece de nuevo. Pese a que la copa está casi llena, interpreto el gesto como que desea que le sirva otro poco de vino, pero, cuando acerco la botella para hacerlo, dice:

—No. —La retira y vuelve a ofrecérmela—. Bebe.

Me aclaro la garganta.

—No tenemos permitido beber en horario laboral, Su Alteza.

Sonríe, pero el gesto no toca sus ojos.

—Es una orden.

Me muerdo el interior de la mejilla, pero termino tomando la ofrenda entre los dedos para darle un pequeño sorbo. Es tan poco el vino que bebo, que apenas puedo sentir su sabor en la lengua.

—Más —ordena—. Un buen trago. Termínate la copa.

Dudo, pero, sin apartar los ojos de los suyos, me bebo el contenido del recipiente antes de entregárselo vacío.

Siento la garganta ardiente debido al alcohol de la bebida y el sabor seco del vino tinto me deja un regusto extraño en la boca que no sé si me agrada del todo.

Sangre y niebla ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora