XI Grita más fuerte, nubecita blanca

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No sé por qué me siento como lo hago, pero no puedo evitarlo

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No sé por qué me siento como lo hago, pero no puedo evitarlo.

Siento como si me asfixiara. Como si el corazón se me fuese a salir del pecho y ni siquiera entiendo bien el motivo.

Me niego a creer que es por la forma en la que el puñado de mujeres que vinieron desde Brasovia se acerca a Velkan. La manera en la que una de ellas está sentada en su regazo, dándole de comer en la boca, mientras que él le susurra cosas a otra al oído y una más juguetea con su cabello.

Me niego, incluso, a creer que es por lo complacido y feliz que se ve. Por la sonrisa encantadora que les dedica y la forma en la que charla y ríe con todos sus invitados... Pero sé que ese es el motivo.

No el hecho de que se le vea de un humor inmejorable. Claro que no. Sino el hecho de que nunca me había dado cuenta de lo miserable que es cuando está solo en este lugar.

Me permití a mí misma pensar en él como un chico en desgracia. A disgusto con el papel que le correspondía interpretar ante la vida. Un pobre príncipe incomprendido, repudiado por su familia y por aquellos que eran como él. Nunca me pasó por la cabeza que, quizás, Velkan no era tan infeliz. Que, probablemente, haya estado bastante contento con todo ese poder y dinero del que su familia es poseedora.

Entender que el motivo de su ira es, en realidad, por las circunstancias en las que se encuentra ahora —lejos de la capital, de su círculo social y su vida repleta de lujos—, ha sido una experiencia apabullante. Verlo así —totalitario, arrogante y encantador— ha sido como un balde de agua fría sobre la cabeza y, al mismo tiempo, una revelación total.

La mano alzada de uno de los invitados me hace espabilar en cuestión de unos instantes y, tratando de empujar el hilo extraño de mis pensamientos, me acerco a él.

El hombre ni siquiera me mira cuando extiende su copa hacia mí para que la llene y, de inmediato, lo hago. Cuando estoy a punto de marcharme, le regalo una reverencia rápida y es hasta ese momento que el hombre me echa un vistazo rápido.

Algo parece llamar su atención, ya que vuelve a mirarme y, esta vez, lo hace a detalle.

El escrutinio es incómodo, pero me obligo a avanzar con rapidez. Puedo notar cómo el cortesano se acerca a Velkan y le dice algo al oído. El príncipe, casi al instante, busca algo con la mirada y se detiene al encontrarme.

Ahora, ambos me observan unos segundos y no dejan de hacerlo hasta que el príncipe hace una seña en mi dirección para que me acerque a ellos.

No quiero hacerlo. Ni siquiera quiero mirarlos, pero, apretando los dientes, me obligo a avanzar.

No me pasa desapercibida la forma en la que una de las chicas que rodea a Velkan me mira de pies a cabeza y le susurra algo a otra en el oído. Tampoco puedo evitar notar la forma en la que los vampiros que se encuentran cerca empiezan a mirarme con curiosidad.

Sangre y niebla ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora