VII Te has metido con el Muresan equivocado

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—Lyena

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—Lyena... —La voz de Ruxandra me saca de mis cavilaciones. Mi atención se posa en ella de inmediato, al tiempo que me incorporo del suelo. Ahora mismo, estoy tallando una alfombra percudida de la biblioteca ubicada en el ala norte del castillo, pero me tomo unos instantes para mirar a la chica que, desde la entrada de la estancia, me mira de manera extraña—. El príncipe Velkan solicita de tu presencia en sus aposentos.

El corazón me da un vuelco furioso ante la mención del príncipe y, de inmediato, un centenar de recuerdos me invaden: yo lavándole el cabello, la espalda, los brazos... Él bebiendo, inclinándose para permitirme asearlo como es debido. Él de pie, completamente desnudo, y yo arrodillada frente a él, con una esponja jabonosa entre los dedos, mirándole endurecerse mientras le tallo los muslos...

Puedo sentir el rubor calentándome el rostro y el cuello, pero me las arreglo para aclararme la garganta y responder con un hilo de voz:

—Solo termino con esto y...

—Ha dicho que es urgente. —Me corta y me quedo unos instantes en el limbo.

—De acuerdo —digo, con lentitud, percatándome hasta ese momento del gesto preocupado que esboza—. Enseguida voy.

Ella asiente y, justo cuando está por salir de la habitación, se detiene y me mira por encima del hombro.

—¿Has visto a Nicoleta? —inquiere—. El príncipe también la está buscando.

La confusión me invade en un abrir y cerrar de ojos, pero me las arreglo para negar con lentitud.

—Quizás en el cuarto de lavado —replico—. ¿Algo va mal?

Ruxandra se encoge de hombros, al tiempo que se muerde el labio inferior con nerviosismo.

—No lo sé —dice—. Emmeran solo ha dicho que el príncipe ha mandado llamar a todos aquellos que pusieron un pie en los aposentos reales.

Es hasta ese momento que la preocupación empieza a invadirme. El presentimiento de que algo extraño está ocurriendo es tan apabullante, que no puedo sacudírmelo fuera del cuerpo; ni siquiera cuando me limpio las manos y me bajo las mangas del vestido. Mucho menos cuando me despido de Ruxandra y me encamino por los amplios pasillos en dirección a las habitaciones reales.

Llamo a la puerta una vez que estoy afuera de los aposentos del príncipe y la voz de Emmeran me da la aprobación que necesito para entrar en la habitación.

Me congelo unos instantes al percatarme de que, aquí dentro, se encuentran no solo Emmeran, Daria y Sanda, sino Velkan y uno de sus consejeros: aquel de cabellos oscuros, con un mechón blanco al centro.

—Su Alteza Real —digo, a manera de saludo, al tiempo que le regalo una reverencia pronunciada. Él ni siquiera me mira cuando hablo, pero no esperaba que lo hiciera. Así pues, regalo otra reverencia en dirección al consejero real y lo saludo—: Milord.

Sangre y niebla ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora