X ¡Por el príncipe Velkan y su llegada al castillo de Presdet!

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El beso de Velkan es implacable

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El beso de Velkan es implacable. Su lengua busca la mía con avidez, al tiempo que sus manos se deslizan por mis costados hasta anclarse en mis caderas. Sus dientes muerden mi labio inferior con suavidad y un jadeo se me escapa cuando una de sus manos traza la curva de mi cintura y se cierra encima de uno de mis pechos.

Siento que el mundo entero me da vueltas, pero eso no impide que mis manos temblorosas le deshagan los botones de la chaqueta para sacársela por los hombros.

Él, gustoso, una vez deshecho de la prenda, se deshace del chaleco antes de volver a besarme.

Sé que no debería de hacer esto. Que está mal en todos los sentidos, pero, de todos modos, me deshago de los botones superiores de su camisa para pasear las manos por su pecho firme y fuerte.

Un sonido gutural se le escapa cuando, con un dedo, trazo una caricia suave desde el centro de su pecho hasta su ombligo. Entonces, vuelve a apartarse de mí para tirar de la camisa con brusquedad.

Un par de botones salen disparados por toda la estancia, pero no parece importarle, ya que se quita la prenda de un movimiento rápido y ansioso.

Sus labios están sobre los míos una vez más y siento cómo la sangre me recorre a toda velocidad cuando, con sumo cuidado, empieza a deshacerse de la hilera severa de botones que cierran mi vestido desde el cuello hasta las caderas.

A medio camino, hunde el rostro en mi cuello y tengo que morderme el labio inferior para no gritar de la impresión cuando su boca empieza a recorrer cada centímetro de la piel expuesta hasta llegar al corpiño austero de algodón que llevo debajo del vestido.

Los oídos me zumban, el corazón me va a estallar y mi espalda se arquea hacia él cuando introduce una de sus manos al interior del vestido y me acaricia los pechos hasta que las cimas turgentes se endurecen.

Un sonido roto me abandona cuando sus labios se cierran sobre uno de mis pechos por encima del corpiño y, con su lengua, humedece la tela hasta que el material se pega a la piel ardiente y deseosa de su tacto.

Mis manos están enterradas en la mata oscura de su cabello y tiran de él con suavidad mientras que él me tortura hasta que, finalmente, se apiada de mí y hace a un lado la tela para torturarme como es debido.

Un gemido me abandona cuando atiende mi otro pecho y, cuando siento que no puedo soportarlo más, tiro de su cabeza hacia arriba para besarlo en la boca.

Sus caderas empujan contra las mías y, de inmediato, soy capaz de sentir la dureza de su miembro empujándose contra mi centro.

Mis manos se deslizan por su cuello y recorren sus hombros, sus pectorales firmes y su abdomen duro antes de juguetear con la cintura de los pantalones que lleva puestos.

Se aparta de mí con brusquedad.

—Si no te mantienes alejada de ahí, me temo que voy a comprometer tu virtud, Lyena —dice, en un tono de voz que no puedo reconocer.

Sangre y niebla ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora