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—¡Estas comportándote como una maldita niña, Lalisa Manoban! —los gritos de la madre era todo lo que se oía en la casa de los Manoban.

La hija menor, Lisa, intentaba desaparecer en el sofá, ignorando totalmente a su madre porque no había punto en su discurso que le interese, pero su hija estaba arriba, armoniosamente durmiendo su siesta en su antigua habitación y lo que menos quería era que se despierte para ver a su adorada abuela en medio de uno de sus usuales destellos de locura.

¿Por qué debían ser así? Dios, Lisa tenía su propio departamento, su trabajo e ingresos que le permitían mantenerse a ella y a su bebé, ¿Sus padres no podían verlo? ¿Por qué necesitaba un alfa para subsistir?

Si, había destruido el plan familiar al embarazarse de una desconocida y no casarse al instante, lo hecho, hecho estaba, y jamás cambiaría a su bebé por un alfa de primera clase que la engañaría con todo aquel omega que se cruce. Su hermano había corrido ese destino y Lisa haría lo imposible por evitarlo, en especial cuando en la ecuación también se agregaba a Danielle.

¿Cómo podría exponer a su hija a algo así? Conocía la clase de alfa que su madre le presentó, todos negarian y dejarían de lado a su cachorra, la obligarian a internarla en un orfanato en Suiza solo porque ellos eran los alfas y ellos sabían lo mejor.

Lo peor, sabía que su madre y su cerrada mente estarían de acuerdo, así como estaba de acuerdo con que el alfa de cincuenta años que estuvo sentado frente a sus ojos minutos atrás era el ideal para ella.

¿Desde cuándo se había convertido en una moneda de cambio? ¿Desde cuándo la despreciaban tanto?

—El señor Lim te ofreció el oro y el moro, pero no, la señorita otra vez prefiere el libertinaje... Así terminaste. —la gota colmo el vaso de Lisa con ese comentario.

No le importaba que digan cosas de ella, pero había captado el doble sentido en el veneno de su madre.

—Madre, por favor, cuida tus palabras y deja de delirar, padre nunca hubiera aceptado esto. —dijo parándose, había tenido demasiado por ese día.

Su padre había fallecido un año atrás, un cáncer terminal de corazón se lo había llevado y la tranquilidad de Lisa se había ido con él. Mientras su padre vivió, su madre no dijo ni pío en su contra o sobre el matrimonio faltante en su vida, ya que el hombre estaba feliz con su nieta y no cuestionaba nada de la vida de Lisa.

Pero él ya no estaba y el luto de su madre duró muy poco, desde entonces estaba en la búsqueda inútil pero constante de algún pobre diablo para desposar a su hija descarrilada.

—¡Tu padre se murió de amargura! Su primogénita... Derrochando años de esfuerzo a la basura en una maldita noche, años de estrategia, ¡Promesas de matrimonio! ¡Ibas a ser una duquesa! —su madre fingió desplomarse en el sillón, su hermano a su lado le trajo paños húmedos para su frente.

Oh... La cara que le dió BamBam, ¿En serio se había puesto de parte de su madre?

—Madre... —tragó grueso, dispuesta a pedir perdón por molestarla, porque aunque odiara el delirio de su madre, peor sentía hacerla sentir apenada por su culpa.

Solo quería un destello de orgullo de su parte, pero no podría jamás hacer lo que eso ameritaba.

—Ni me hables, lárgate de aquí con la niña antes de que me mates a mi también. —exclamó a través de los paños húmedos que BamBam no paraba de ponerle en la cara.

No había caso, Lisa se encaminó a las escaleras con los sollozos ardiendo en su garganta.

La niña , rompía el corazón de Lisa cada vez que llamaba a Danielle así, sabía que nunca había aceptado a su bebé, jamás había recibido un regalo o una mínima muestra de afecto de su parte, no como su padre, y aún así su cachorra se desvivía por ver a su abuela, se tiraba a sus brazos en busca de un abrazo que nunca le devolvían. Y Lisa había sido egoísta e ilusa, creyó que tal vez un día se apiadarian de ella y la aceptarían.

Pero ya había tenido demasiado, por su hija y por su dignidad ya no podía permitir tantos ataques.

Su Danielle dormía cómodamente en el centro de la cama que un día llamó suya, en una habitación que por años había sido su refugio, ahora quería tomar sus cosas y marcharse, lejos, no a su apartamento ni a un hotel, lo más lejos posible donde su madre y sus choferes no las encontraría.

—¿Mami? —murmuró la cachorra dormitando contra su hombro cuando la cargo, llevando su mochilita y cubriéndola con una campera, era tarde y era obvio que no pasarían la noche.

Habían sidos invitadas a una cena que terminó siendo una emboscada, sabía que no tendría que haber confiado en la sonrisita soncarrona de su madre ni en el tono dulce con el que le hablo cuando llamo, seguramente luego de que haya concordado la cita con el viejo de antes.

Esa sería la última vez.

Su auto estaba en la cochera bajo llave, JiHyo, la portera, no tardó en abrirle sin preguntar, ella había sido su única aliada.

Se despidió, sabiendo que sería la última vez que la vería, la extrañaría, habían compartido cigarrillos años atrás y se había callado la boca cuando la ayudaba a salir de fiesta a los barrios bajos en su adolescencia.

Llegó a casa más rápido de lo normal, acostó a su bebé y se puso en marcha, metiendo todo lo estrictamente necesario en una bolsa, había hecho esto una vez, tenía dieciséis y era estúpida, ahora había crecido y tenía más razones para desaparecer.

No estaba sola como esa vez, ya no más.

Se encontró observando el cuerpo de su hija suspirando entre sueños en la madrugada, con una manito apretada en su manta de estrellas y su otro bracito al rededor de su elefantito. Lisa la miró, delieneo su naricita y sus pestañas, sus pecas y sus rizos, preguntándose mil y una veces si lo que estaba por hacer le afectaría tanto.

Pero Danielle adoraba las aventuras, y está sería una grande.

Pero Danielle adoraba las aventuras, y está sería una grande

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beach girls ଓ chaelisa auDonde viven las historias. Descúbrelo ahora