Epílogo

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Noah

— ¿Tengo que suponer que esto es una habitación o que estás practicando para ser el basurero del vecindario, Noah Armstrong Chankimha?

— Mmm.

Tonta Rebecca, ¿En serio creía que podía tomarla en serio con esa voz? De no ser por todo el respeto y amor que le tenía, le explicaría mejor que era más intimidante cuando hablaba que cuando gritaba con exageración, entonces su voz parecía la de un pollito de hule siendo pisado, y vaya que conocía ese sonido, Mon tenía una obsesión con esos muñecos amarillos.

— ¡Noah!

— Ya oí, ya oí. — Me levanté con suma lentitud, apoyándome en mis brazos que no tardaron en flaquear y ceder, dejándome caer nuevamente contra la cama. — No, no puedo. — Mi cuerpo se acurrucó entre mis frazadas, sabiendo que aún mi alfa madre no se había movido ni un centímetro. — Dile a la madre de Scarlett que me morí o algo así, no puedo ir a cuidarla hoy. Tengo mucho... Sueño.

— ¿Será porque te quedaste leyendo cómics hasta las cinco de la mañana, Noah? — Rebecca se cruzó de brazos, ahora se apoyó solo en uno de sus pies, tambaleando sus caderas. Esa era la última advertencia antes de voltear mi colchón conmigo encima, como tantas veces había sabido hacer, eso sin contar la vez que lo lanzó por la ventana.

— Es que tú no entiendes lo que es no saber si el superhéroe se queda con la chica, la única historia de amor que conoces es la que tuviste con mi mamá y no todo es igual, ¿Sabes? No todas las historias se basan en porno. — Oí su ruidosa risa y sonreí también. Eso de ser tan explícita conmigo a mis dieciséis años, me servía para molestarla muchas veces, aunque ella no parecía avergonzarse.

— Anda, mocoso, levántate y ve a encargarte de Scarlett. Está enferma y le prometiste a sus padres que la cuidarías.

Muy a regañadientes, obedecí, entregándole una mirada llena de resignación antes de que ella alborote mis cabellos y casi termine lanzándome a mi cuarto de baño para darme una ducha.

Y así empecé uno más de los días de mis vacaciones, uno en el que hacía muchísimo calor.

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Nosotros ahora vivíamos en otro lugar. Nos habíamos mudado desde hace ya bastantes años, y no me vi afectado con el cambio porque al hacerlo apenas tenía cuatro años de edad. Además, no podía culpar a nadie por el exagerado cambio que dio mi vida, no después de todo lo que mis madres tuvieron que pasar.

Sinceramente, la historia parecía sacada de uno de esos libros de ficción tan estúpidos, como en el que el vampiro se enamora de la chica, o de mis cómics, cuando el superhéroe siempre enamora a la bella e inteligente muchacha. Pero en la historia de mis madres no había vampiros... Ni superhéroes, sólo romance. Mucho, mucho romance y perseverancia, quizás también un poco de esperanza.

Mientras amarraba mis agujetas, sonreí nostálgico ante cada una de las historias que me fueron relatadas alguna vez. A veces me sentía en una especie de serie, ya que básicamente se trataba de eso, sentarme en un sofá a escuchar relatos de un amor tan real, que seguro era envidiado por cualquier persona en el mundo.

Sin embargo, la mejor parte de conocer la historia completa era que no teníamos secretos, recibir siempre la verdad ayudaba a procesarla y comprenderla con el pasar de los años y cada vez tener reacciones más maduras o desinteresadas como, por ejemplo, aceptar que mi padre biológico había muerto en un accidente, hace mucho tiempo. Aunque sabía que no había sido un accidente y sabía también que era un tema bastante delicado del que casi no hablábamos por el dolor y las cicatrices que podía abrir.

Muy por otro lado, el resto de la historia era amor, amor, amor y más cursilerías que al parecer no me cansaba de escuchar, porque sí, mi más oscuro y humillante secreto era mi profundo amor por las historias románticas. Aunque culpaba a mi madre Freen por eso, según me había dicho mi tía Seoull, ella solía ser una persona muy soñadora, antes de todo lo que pasó.

The Perfect Omega Beckfreen (G!p)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora