CAPITULO 7 - MONSTER.

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Al día siguiente.
Emma.
La boca me sabe amargo, el estómago me arde y muevo la cabeza de un lado a otro. Las palmadas en la cara me exigen que me despierte encontrándome con el distorsionado rostro de Luciana Mitchells.
—¿Mamá? —pregunto.
La risa seguida del arranque de la aguja que tengo en el brazo me devuelve a la realidad.
—Despierta lindura —hablan a centímetros de mi rostro y aparto la mano que manosea uno de mis pechos—. Te la iba a meter, lástima que te necesiten arriba.
Me incorporan a las malas sacándome entre dos. Tengo un brazalete en el tobillo, estoy algo mareada, no tan dolorida, pero sí débil al punto que a duras penas puedo sostenerme cuando me llevan a un hueco aparte donde me arrancan la ropa y me arrojan un cepillo con una crema dental la cual tomo lavándome la boca rápidamente.
—Te queremos fresca para cuando llegue el momento de penetrarte —se relamen los labios helandome más— ¿Cuántos aguantarias? ¿Tres, cuatro?
Arroja un jabón y, acto seguido, suelta el chorro de agua fría que me tambalea.
Siento que mi piel respira, que la suciedad y el hedor se van dándome ánimos para no desfallecer. Tiritando de frío me devuelven al calabozo. Los presos fueron golpeados, unos están sangrando mientras que otros agonizan sacando las manos por las rejas.
Me tiran un uniforme y noto las cosas que traje a North Pole esparcidas por el suelo.
—¡Llegó la hora de trabajar! —espetan— ¡Vístete que el Underboss te quiere arriba!
Si me van a sacar quiere decir que hay posibilidades de escapar y por ello no alego. El verdugo sale y yo rápidamente recojo las primeras bragas que encuentro. Las extremidades me duelen cada vez que me muevo, pero es lo de menos. Lo importante es huir.
Meto los brazos en el uniforme negro con delantal; es corto, cosa que no apaga el frio que tengo en las piernas «No me van a ver temblando ni derrotada». Me pongo las medias bucaneras que nunca faltan en mi equipaje, me llegan más arriba de la rodilla y terminan en unas felpudas orejas de panda.
«Eres una inútil» «Una vergüenza» Sacudo la cabeza quitando esas palabras de mi cerebro. «No soy basura por pensar diferente», me repito.
Débilmente busco mi neceser sacando la base que esparzo en mi cara tapando los golpes. Debo ser rápida antes de que vuelva y lo soy echandome sombra con brillos, rimel y un intenso labial rosa.
«Puedo lograrlo». Con los brazos temblorosos me ato el cabello en una coleta. Dejo todo de lado cuando vuelven por mí logrando que el verdugo gigante enarque una ceja.
—¿Qué? —pregunto— ¿El rosa no me queda?
El hombre rapado me empuja fuera de la celda, el viento helado se cuela a través de las ventanillas mientras camino casi remolcada. La luz matutina de la puerta que está sobre lo alto de la escalera se ve como un triunfo.
Subimos y entramos a un pasillo oscuro. La brisa me golpea cuando salgo a la luz; hay grandes pinos llenos de nieve a mi alrededor creando un desesperanzador entorno. Me siguen empujando guiándome a la enorme propiedad.
Las pocas personas que me encuentro no se molestan en mirarme, es como si esto fuera común o como si solo fuera una turista cualquiera a la que no hay que darle importancia. Hay hombres armados por todos lados, camionetas que entran y salen de distintos sitios. Se dan órdenes en ruso y muchos me recorren con miradas cargadas de morbo.
Ingresamos y una enorme cocina aparece despertando mi hambre. El verdugo patea un balde esparciendo el agua en el piso que limpia una joven con mi mismo uniforme. Le indica que se aparte en su idioma natal y esta se mueve rápido.
—¡Matriarca, esta esclava necesita disciplina! —exigen.
La mujer mayor se vuelve hacia mí con el cabello corto pegado al cráneo.
Discuten entre ellos y vuelvo a ser empujada llevándome contra la mujer.
—¡Celia! —la matriarca llama no sé a quién.
—Pateala si se pone terca —demanda el verdugo.
—No será necesario —hablo—. Solo dígame qué quiere que haga.
Se miran entre ellos como si estuvieran ante alguna desquiciada ¿Qué quieren? ¿Qué llore y patalee? No, eso sería demasiado corriente teniendo en cuenta que es el pan de cada día con estos torturadores.
—Es una puta que está demente —indica el que me trajo—. No le tengan paciencia.
La matriarca da varias demandas que no entiendo. La joven que llamó recoge útiles de aseo y me indica que camine a la puerta, pero la mujer de edad se me atraviesa reparando mi maquillaje.
—Se nos ha integrado un fantoche —intenta quitarme las sombras—
¿Cómo te llamo? ¿Fantoche o esclava?
—Mi nombre es Emma y no soy una esclava…
Me abofetea.
—Vuelves a contestar y haré que te muelan una mano en la trituradora —
advierte y la otra joven se adelanta con la cabeza baja mientras la sigo ardiendo de rabia.
Estoy en la misma enorme propiedad en la que desperté hace unas noches. Cuenta con muebles grandes, chimeneas que parecen hogueras y cabezas de animales colgadas en las paredes. Es como la casa de un Zar.
La chica toma la escalera y a mi me cuesta mantener el ritmo con lo adolorida que estoy.
—Nadie hace las tareas de otra —advierte—. No importa que tan azotada, golpeada o torturada estés, cumples con tus quehaceres y punto.
Agradezco que en Alaska se maneje el inglés y pueda entenderla con facilidad.
—¿También te secuestraron? —pregunto.
—No, trabajo para comer, niña —se defiende—. Tengo tiempo aquí. He entrenado a varias así que escucha bien.
Se detiene.
—No comemos hasta que la matriarca lo permita, no husmeamos, no contestamos, no nos resistimos —aclara—. La mirada siempre en el piso y las manos juntas y visibles cuando aparece el amo.
—¿Vladimir? —indago.
—No —musita—. El Boss. Y no es Vladimir; es “Señor”.
Abre una de las alcobas sin golpear encontrándose con un hombre viejo arremetiendo contra una de las chicas con uniforme, ella cierra de inmediato diciendo algo en ruso mientras yo intento no vomitar ¿A eso se refiere con que no nos resistimos?
Pasamos a la siguiente alcoba tendiendo la cama y recogiendo colillas de cigarro. Hace todo con naturalidad como si no fuera la casa de un mafioso.
No tiene signos de maltrato, diría que es de mi edad. Es más robusta que yo y mucho más seria también.
—¿Quién es el Boss? —pregunto.
Abre las cortinas.
—El líder de la Bratva —contesta—. No está, pero cuando llegue acata lo que te dije. Él es el hombre más peligroso de la Mafiya. Uno de los criminales más sanguinarios de la historia.
—Sea quien sea no se compara con Antoni Mascherano —murmuro acomodando los cojines.
—Las esclavas no opinan sobre mafias —masculla en advertencia—. Vas a sufrir si no aprendes a callar.
Antoni Mascherano es... Era el líder de la mafia antes de que la FEMF lo encarcelara. Volvió trizas la vida de mi hermana convirtiéndola en una adicta cuando la secuestró y por ello estoy mentalizada en no repetir lo mismo.
Aseamos las alcobas que siguen, tomamos el pasillo que termina en un enorme balcón y pasamos a la siguiente habitación. La joven que sigo,
«Celia», choca los nudillos contra la madera.
—No hables —me susurra—. Solo limpia.
—¡Adelante! —gritan adentro.
Abre y el olor a sexo entra a mis fosas nasales junto con la imagen de un joven desnudo en la cama que predomina en la habitación gigante. Hay una mujer sin ropa bailando en la mesa de tubo que permanece en el centro. Su desnudez distrae y quien me acompaña me codea indicando que me mueva.
—Al baño —indica con firmeza.
Ella sacude ignorando el entorno y yo recojo los papeles sacándolos en bolsas. La música deja de sonar mientras el castaño que yacía en la cama se posa a mi espalda abordándome en la puerta desnudo y con un arma en la mano.
—Emma James —espeta en un tono burlesco—. Bonito labial.
—Gracias —desfigura la sonrisa con mi respuesta.
—¿No sabes quien soy, puta estúpida?
Alzo la vista recorriendo el cuerpo alto y delgado que alberga unos cuadros que apenas empiezan a marcarse.
—¿Mini underboss? —Pregunto al ver el parecido con Vladimir y el cañón del arma no tarda en clavarse en mi sien.
—Maxi, estaba soltando mis mejores movimientos —Habla la mujer de la mesa bajando de inmediato.
—Esta esclava cree que vino a jugar armando motines y contestando como si fuera un alma libre —contesta molesto—. No asimila que está en manos de la Bratva.
El escalofrío me avasalla cuando capto que desactiva el seguro. La mujer de la mesa besa su hombro y por un momento distingo un atisbo de compasión en sus ojos almendrados.
—Hasta para matar le faltan cojones a mi hermano —espeta Maxi—
¿Cierto Vladimir?
Muevo los ojos a la puerta hallando a Vladimir en la entrada, el cañón me maltrata la piel y el Underboss se limpia la punta de la nariz tomándose la alcoba.
—De pronto te mato a ti para que así mueran tus celos —responde el rubio de cabello largo.
Maxi baja el arma tomando su miembro semi erecto, lo sacude y estimula alardeando la dureza que emerge.
—¿Celos? ¿De ti? —contraataca—. Creo que no, hermano…
En segundos tengo a Vladimir encima sacándome con braveza, los dedos largos maltratan mi antebrazo y termino en otra alcoba siendo arrojada a la cama donde desperté hace unos días.
Él estrella la puerta que suelta varias astillas, la asegura y rápidamente se va a la mesa inhalando la droga que reposa en un plato. Algo se me atora en la garganta cuando lo veo quitarse la ropa reluciendo su atlética contextura.
No veo vía de escape ni objeto contundente a la vista, así que nerviosa suelto los primeros botones del vestido. Sé a que va todo esto y no voy a someterme a la tortura de hacerlo por la fuerza. Su bíceps derecho reluce una cicatriz en forma de estrella. Se devuelve a inhalar más cocaína y me fijo en las escalofriantes cortadas que tiene en la parte baja de la espalda.
—¡Voy a follarte, pequeña puta! —dice viniéndose contra mí.
No me muevo y su boca humedece mis labios uniendo nuestros cuerpos.
Está tenso, lo siento en el modo de besarme y en cómo sus extremidades se retiemblan lleno de rabia. Sujeta mis caderas antes de deslizar las manos ásperas a lo largo de mis muslos y espaldas sin dejar de besarme.
Tapa mi boca moviendo la nariz a lo largo de mi cuello y desciende con besos pequeños como los que me dio en Sonora. Sigue temblando y dudando a la hora de soltar los botones del vestido que saca despacio antes de quitarme el sostén. No chupa ni toca mis pechos, solo muele sobre mí manteniendo el contacto visual, clavándome esa mirada sin vida que me grita: ¡Estoy vacío!
Sujeto sus hombros en tanto mueve la boca a lo largo de mi garganta dejando que mis pezones toquen su piel desnuda. Su roce es suave, pero firme esforzándose en vez de relajarse. Recibo sus besos absorbiendo su necesidad, eso que lo carcome y lo mata desde adentro.
No hay peor cosa que tenerte a ti mismo como enemigo y yo a él lo siento así. Siendo su propio verdugo.
Mantengo los ojos cerrados mientras ubica la mano en el centro de mi espalda pegándome más a él en tanto sus labios recorren mi clavícula y sus rodillas me obligan a abrir las piernas. Respiro mientras se acomoda y con resignación espero la embestida, pero no pasa lo que esperaba ya que lo único que percibo es un miembro frío moviéndose entre mis pliegues.
No hay dureza. No hay una erección. Lo que lo hace apoyar su frente contra la mía exhalando desesperado. Trato de tocarlo y sujeta mi mano con fiereza desatando el dolor.
—El asco que te tengo provoca esto —alega repasando el miembro frío a lo largo de mis pliegues—. Eres una ramera asquerosa incapaz de prender a un hombre.
Su mano se impone en mi garganta apretando con fuerza.
—¡Ni en eso te pareces a tu hermana! —me grita— ¡Ni para follar sirves!
Aprieta con tanta fuerza que debo enterrarle los dedos en los ojos buscando una salida. Cae a un lado y emprendo la huida, pero su cuerpo me deja contra la puerta antes de que pueda abrir.
—Calma, Vlad —pido.
Pasea el miembro por mi espalda tomándome del cabello, me gira y lanzo un rodillazo que evade.
—¡Incate! —me grita y forcejeo— ¡Incate!
La fuerza sobrehumana se impone con violencia.
—Chupa, pequeña puta —exige—. Haz que me corra.
Mis rodillas tocan el piso al tiempo que el miembro flácido se pasea por mis labios.
—¡Lámelo! —grita— Saborea como la ramera que eres.
Detecto el arma que tiene en la mesa. Paso saliva y le acaricio los muslos buscando la manera de ponerlo duro, pero… «No sé». El miedo a los golpes me juega en contra y hago todo lo posible besándole las piernas, pasándole la lengua por los huevos, pero no sucede nada por más que lo mete y lo saca. No logra la erección desatando mis ganas de vomitar.
—¿Te da asco? —pregunta— ¿Yo te doy asco?
—No… Yo…
—¡Eres tú la que no sirve! —vocifera— ¡Eres tú la que no calienta una bragueta!
Su puño impacta en mi pómulo izquierdo, toco la alfombra con su pie arremetiendo una y otra vez contra mi abdomen.
—¡Suéltalo, anda! —le grito— ¡Me mates o no, seguirás con eso que no te deja vivir en paz!
Las patadas siguen y como quisiera que mis piruetas funcionaran, como quisiera que me llevaran lejos, pero no y, en vez de llorar, sonrío enfureciendolo más. Se me sube encima preparando el puño que detengo.
—Cuéntame Vladimir —musito dolorida—¿Qué se siente tener el poder de empuñar un arma y no la alegría de empinarte una botella en una playa a medianoche?
Pasa saliva con los ojos llorosos.
—¿Cuántos años tienes? —pregunto— ¿20, 21?
Estamos temblando los dos y no le tengo rabia ni odio, le tengo lástima porque mis heridas físicas no se comparan con las suyas.
—¿Por qué no estamos en la universidad o en la disco bailando alocadamente? —sigo— ¡¿Por qué no estamos cometiendo errores ahora que podemos?!
—Eres basura, Emma —gruñe contra mi cara—. Estiércol disfrazado de luz, pero te voy a apagar eso ¡Te lo juro!
Se aparta y viste rápidamente arrojándome la ropa. Solo alcanzo a medio ponerme el vestido ya que me saca a la fuerza.
—No te odio —le digo—, te entiendo, ¿Sabes? Yo también he dudado de lo que realmente quiero.
—¡Basta!
—¡No! —me zafo— ¡No hasta que entiendas que nada de lo que te ha pasado ha sido culpa mía!
Me doblega usando la llave en mi antebrazo la cual extiende la agonía en todo mi cuerpo.
—Vas a meterte en la cabeza que eres una esclava y, por ende, me obedeces —establece—. Me perteneces y eso solo cambiará el día que te mueras.
Me lleva arrastrándome a la escalera, le abren la puerta y avanza conmigo afuera. La nieve se cuela en mis zapatos mientras me lleva no sé a dónde, pero hay varios hombres tatuados empiezan a aparecer.
—La ampliación del gulag siempre necesita manos colaboradoras —me suelta y asiento.
—Si te hace sentir mejor, está bien.
Avanzo cojeando y obviando el frío que me cala en lo más hondo. No tienen que darme órdenes, simplemente me uno a la entrega de bloques siendo una diminuta hormiga en medio de un centenar de gigantes.
No sé qué están haciendo, pero tienen maquinarias pesadas escarbando y derrumbando. El barro me empantana las medias en lo que camino sosteniendo las rocas que me maltratan los brazos y todo bajo la vista del rubio que me mira con dolor, con resentimiento, como si yo lo hubiese dañado.
Y ese es el problema, que alguien nos lastima y no saciamos la ira con quien lo hizo, sino que buscamos a alguien más débil para que lo pague.
La falta de alimentos me debilita y camino por inercia. Mi mente empieza a divagar, a buscar vías de escape sin hallar nada. Los copos de nieve comienzan a caer, los relámpagos empiezan a verse en lo alto y yo sigo de aquí para allá.
—Gracias —digo cada que me dan una roca.
Me desplazo siendo tropezada por varios y se la entrego al prisionero que espera al otro lado.
—Amigo, ten —entrego la roca.
Hay que valorar cada segundo, cada momento, cada instante. En estas condiciones me pesa no haberle dicho a mamá que la amo. Ahora lamento las peleas familiares y haber creado discordias por cosas tontas sabiendo que el mundo carga con cosas peores.
Como el dolor de Vladimir, por ejemplo, quien después de horas entra a sacarme de los túneles. No me opongo, mi vista está algo borrosa y mi estómago clama algo sólido, algo caliente.
—¿Crees que tu familia te extrañe, pequeña puta? —pregunta— Yo creo que no, pero vamos a llamarlos para que se acuerden de tu asquerosa existencia.
Enciende un atisbo de ilusión con la idea de oír una voz familiar. La cocina nos recibe y los empleados desaparecen de inmediato cuando me clava en la silla del comedor.
—A lo mejor se te sale suplicarle a tu papi o a tu hermana para que vengan por ti —saca un móvil—. Esta línea está conectada al pueblo, creerán que los llamas de North Pole a menos que digas lo contrario, pero de aquí a que digas algo que sirva ya te habré abierto el estómago.
Pone el altavoz dejando el aparato frente a mi, suenan dos pitidos y los ojos se me empañan con la voz de papá.
—¿Hola? —contesta.
Doblo los dedos clavando las uñas en mis palmas tragándome el llanto.
—¿Hola? —repite.
—Hola papá —la voz me sale firme y clara—. La próxima señora Klaus lo saluda desde el Polo Norte con una canción que dice: La risa ronca que suelta me alegra el alma encendiéndome por dentro «Lo amo tanto».
—Jingle bells, jingle bells Jingle all the way—le canto—…. Oh, what fun it is to ride In a one-horse open sleigh, hey Jingle bells, jingle bells…
—Cariño, al fin consigues una buena recepción —contestan al otro lado
— ¿Cómo estás? Ya quiero ir por ti, pero...
Vladimir pasea el haladie por mi mandíbula reparando mis rasgos entumeciéndome más.
—No es necesario... La estoy pasando bien —miento—. La academia es genial... el hielo, patino todo el tiempo….
Quito las lágrimas, venir por mí puede traer una tragedia y yo no quiero eso. Si han de querer desquitarse conmigo que lo hagan. Invento un día a día reiterando lo feliz que estoy.
Él me recalca lo mucho que me extraña.
—¡Los quiero! —me despido— Salúdame a mamá y dile a Sam que no monte mi yegua. Les envío un beso del tamaño de Alaska.
—Cuidate.
La llamada acaba y Vladimir cuelga dejando el teléfono de lado, estoy temblando de frío y el olor a comida me despierta más el hambre. Se sienta a mi lado plantando el codo en la mesa con una postura que no hace más que intimidar.
—Eres un juguete bonito, pero inservible —hunde la nariz en mi cabello
— ¿Que reluces aparte de dar saltos como una maldita retrasada?
—No calientas una bragueta, no dominas más de dos lenguas y heme aquí, haciendo un esfuerzo para hablar tu idioma —continúa—. Pero ni así entiendes que estás en medio de una pesadilla y sigues de testaruda negándote a mostrar sumisión. Negándote a comportarte como la esclava que eres.
Sujeta mi cara rozando mis labios con los suyos.
—¿Sabías que en la Bratva desflorar te da el derecho de reclamar a una mujer como tuya asi ella no quiera? —chupa mi labio inferior—¿A que no te lo esperabas? Pues te doy el dato para que pierdas las esperanzas sabiendo que te reclamaré.
Paso saliva y ejerce fuerza cuando intento apartarme.
—¿No te gusto, Emma? —me besa— ¿Ya no te atraigo como aquella noche en la discoteca? ¿Ya no eres una puta borracha?
Desplaza las manos a mi garganta uniendo su boca a la mía. Me pregunto dónde está el ser que besé en la discoteca, ¿Está escondido en alguna parte de él? ¿Fue un espejismo?
—Tócame —posa mi mano en su pecho—. Siénteme...
Obedezco. Un nuevo beso invade mis labios, esta vez por largo rato.
Mantengo una mano en la mesa y la muñeca de la otra aprisionada entre sus dedos en tanto su boca no suelta la mía buscando la intensidad que no hay.
Me asusta que busque llenar su vacío con algo que no puedo darle. Corto de manera abrupta, cosa que solo hace que se me lance con más avidez paseando las manos por mis muslos y espalda antes de mordisquear la parte sensible de mi cuello.
—El día que follamos no te di asco —me reclama en un susurro— ¿Ese día si estabas caliente?
Mi cuerpo dispara una oleada de dolor cuando me clavan un puñal en el dorso de la mano que reposaba en la mesa. La sangre sale a borbotones con algo que claramente no vi venir al no ser por parte de Vladimir. Es por parte de su hermano Maxi que sostiene el mango sin el más mínimo atisbo de compasión.
—No te enamores de la presa, hermano —dice—. Es la regla...
Vladimir se le va encima estrellándolo contra la barra. Maxi evade los golpes dándole pelea mientras trato de sacar la hoja sin desfallecer. El menor intenta apuñalar a su hermano y Vladimir se defiende soltando insultos que no entiendo.
Estoy… La empleada que está a mi cargo aparece y trata de ayudarme mientras que la mujer que estaba desnuda esta mañana en la habitación de Maxi suplica por ayuda para detener la pelea.
—Presiona —me envuelve la mano en una toalla después de sacar la hoja.
La contienda se oye como un ruido sordo «Gritos en ruso». La empleada sigue insistiendo en que haga presíon mientras que un hombre de color entra a detener el conflicto.
La novia de Maxi lo sujeta en tanto el moreno hace lo mismo con Vladimir.
—¡Mataste a madre! —acusa Maxi a Vladimir— ¡No puedes procrear ni mantener el apellido y ahora también te enamoras de esa puta!
Me es imposible contener las lágrimas y solo siento miedo de la mirada turbia de Vladimir que resopla enfurecido.
—¡Aparte de traicionero, eres un maldito impotente con tan solo veinte años! —exclama Maxi a todo pulmón y Vladimir desarma al hombre de color apuntandole a su hermano.
—¡Calla! —exclama el Underboos— ¡Calla maldito!
—¡Me la quitaste inutil! —sigue gritando Maxi.
Vladimir descarga el arma en el piso. Otras dos personas entran llevándose a Maxi y el moreno medio estabiliza al Underboss. Sin embargo, él solo se pasea por la cocina con las manos en la cabeza.
—¡Yo amaba a madre, siempre la quise! —solloza— ¡Pero…!
—Leoncillo, calma —le pide y termina atropellando al moreno yéndose no sé a dónde con el afroamericano atrás.
Celia, la empleada, busca la manera de desaparecer, pero sujeto su delantal.
—Ayúdame, por favor… —suplico mostrando la herida.
Aparta el agarre con un manotón y sigue avanzando…
—Una venda, aunque sea… Prometo no volver a pedir nada —lloro—, por favor…
Detiene el paso yéndose a la cajonera donde saca un botiquín. Vigila que nadie la vea esparciendo un chorro de alcohol que me hace chillar. Limpia, pone adhesivo en un mal intento de cierre antes de improvisar el vendaje.
La servidumbre empieza a salir de forma masiva. Celia deja todo como estaba antes de unirse al resto y trato de hacer lo mismo, pero me devuelve.
—Necesito un médico —musito—. Me duele mucho.
—Calla —pide ella—. No lo empeores, solo quédate quieta ya que si te bajan corres el riesgo de que la herida se infecte en los calabozos.
Se abre paso conmigo llevándome a la sala donde hay un cuarto de neceseres a la derecha de la escalera. Me mete en él.
—Los esclavos del amo no pueden salir con nosotros —me sienta—. Si quieres sobrevivir espera aquí hasta que la euforia pare.
Cierra la puerta. Tengo la mano adormecida y mi cabeza recae contra la pared obligándome a cerrar los ojos. La debilidad se convierte en un sueño pesado el cual es interrumpido con el trueno que me hace dar un salto.
Tengo la boca seca y el estómago ardiendo «Si sigo así voy a morir»
¿Hace cuánto no como? ¿No tomo un poco de líquido?
Entreabro la puerta y no hay señales de vida por ningún lado, el único ruido es el de los truenos y parece que viviera en una tenebrosa casa abandonada. No emito ningún tipo de sonido cuando la entrada se abre de repente dándole paso a Vladimir que llega empapado y besando a una mujer con vestido corto.
Pego las rodillas contra mi pecho manteniendo silencio mientras suben, su aspecto me dice que él está drogado y ella ebria «Que no me note» «Que no se acuerde de mí». La tormenta no cesa, los truenos empeoran encogiendome con la tanda de gritos que se desencadena arriba.
—¡No, no! —capto— ¡Ayuda!
Nadie dice nada, nadie hace nada, nadie entra a auxiliar. El desespero en los gritos de la mujer me hace salir. «Tengo un entrenamiento de defensa personal», puedo ayudar para que ella huya y luego malherirlo.
Salgo, no me topo con nadie en lo que voy a la cocina, parece que la noche convierte el sitio en una mazmorra fantasma. El alarido de arriba me hace tomar un cuchillo antes de subir corriendo. Las luces desaparecen, el balcón del pasillo tiene las puertas abiertas y me muevo rápido apretando el mango con fuerza.
Me lleno de valentía antes de asomarme en la puerta entreabierta, pero la ahogada exclamación me detiene… La escena, la sangre, la imagen del Underboss abriendo el pecho y estómago de su víctima con el haladie como si fuera un animal, una muñeca...
La cabeza de la mujer se vuelve hacia mí, muerta con los ojos abiertos. El cuchillo se me cae y Vladimir me nota estirando los labios en un gesto  siniestro que me devuelve corriendo cuando viene por mí. Sus pasos retumban y yo solo pienso en huir.
—¡Ven aquí, Emma! —me grita y mi instinto de supervivencia me desvía de la escalera siguiendo de largo al balcón con las puertas abiertas.
Sin pensar, sin idear, trepo arrojandome a la nieve que se cierne abajo.
Con el mismo impulso me levanto ignorando los ladridos, las luces, los gritos… Todo. Solo soy yo tratando de huir de esta pesadilla con lágrimas en los ojos.
Gritan y gritan y yo solo me pierdo entre los pinos que se ciernen. Los disparos a los árboles me ensordecen, pero sigo corriendo batallando con la nieve, con los truenos y con las amenazas de “¡Te va a pesar!” Papá decía que en situaciones de extremo peligro nos volvemos superhéroes.
Cuando tenemos ganas de vivir tu mente logra cosas extraordinarias y yo creo que la mía lo hace sacando fuerzas inexistentes, pero si yo soy fuerte, él es dos veces más ya que por más que corro sigo sintiendo su presencia detrás de mí.
La nieve enfría las balas que intentan malherirme. Empiezo a serpentear entre árboles y un rayo de esperanza se enciende cuando vislumbro la carretera que me saca la poca fuerza que tengo.
«Puedo hacerlo» Por mí, por mis sueños, puedo hacerlo. Mis rodillas duelen con el esfuerzo de querer llegar. No siento a Vladimir, la carretera se ilumina y me atravieso deteniendo los vehículos que se aproximan.
—¡Ayúdenme, por favor! —frenan con mi grito.
No me importa quien sea, nadie es más cruel que el Underboss. Los vidrios son polarizados, mantengo los brazos en alto poniéndome de rodillas y mostrando las manos para que vea que soy un ser indefenso.
—¡Ayúdeme, se lo suplico! —el ruego queda a medias cuando de los pinos salen distintos hombres armados apuntándome con firmeza.
Los sollozos me avasallan y ni bajar las manos puedo con el miedo que me inmoviliza. «Vladimir me va a matar», me va a destruir y toda mi familia va a sufrir con esta tragedia. Espero mi hora. El disparo. El puñal mirando el pavimento de la solitaria carretera.
El viento fuerte me inunda el olfato con el olor de mi secuestrador y aprieto más los labios. Alguien baja de uno de los vehículos y Vladimir, en vez de aniquilarme, da un paso al frente bajando la cabeza.
—Padre —dice con la mirada gacha en un gesto de sumo respeto.

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