Vladimir.
Huelo a ella, mi ropa está impregnada de esa pequeña puta de ojos azules a la que pienso a cada nada y hasta hundido en la mierda recuerdo sus tonterías, «Su luz enceguece y no me deja ver con claridad». Sonrío pasando los efectos del alucinógeno que corre por mis venas manteniendo su rostro en mi cabeza.
En ocasiones me dan ganas de abrirla queriendo ver qué tiene dentro e imagino que encontraré un montón de mariposas. Por el contrario, si me abren a mí hallarán un montón de cucarachas.
La sigo imaginando como esos renos navideños con alumbrado los cuales dan felicidad hasta en los barrios bajos, de esos que los niños ven y quieren tocar.
Entro al club tropezando con los miembros, la música está a todo volúmen.
I've been patiently waitin' for a track to explode on (Yeah) You can get stunned if you want and yo ass'll get rolled on It feels like my flow's been hot for so long (Yeah) If you thinkin' I'm a fuckin' fall off you're so wrong I'm innocent in my head
Destination heaven
Retumba en los altavoces mientras los miembros del club celebran y me guardo un mechón de cabello tras la oreja subiendo al almacén donde la dejé encerrada.
Sorbo lo que tengo en la nariz introduciendo la llave y empujando la puerta la cual desfigura la imagen que tengo sobre esa pequeña puta que ahora yace de rodillas dándome una escena que entra a mi cabeza sin ningún tipo de anestesia al ver lo que hace con las manos de mi padre hundidas en su cabello. Tiene las muñecas juntas y atadas en la espalda en tanto su boca se mantiene sobre la verga del Boss viéndose más diminuta de lo que es.
Abro y cierro los ojos, es algo difícil de ver y asumir porque él la dobla en edad, en estatura, en madurez y si yo tengo cucarachas él tiene grandes demonios, grandes espectros.
Mi pies retoman el ritmo apresurándome a su puesto tomándola por el cuello, ¡Matala! Grita mi vena asesina, ¡Matala! Saco el haladie listo para acabarla, pero su voz perfora mis oídos sacándome del trance repentino.
—¡Él me obligó, Vlad! —truena con la cara llena de lágrimas— ¡Siempre me ha obligado, te lo juro!
El amago se detiene con “Él me obligó”, ya que dichas palabras traen recuerdos dolorosos y momentos amargos, escenas que meten el dedo en mi más asquerosa herida. “Él me obligó”, la oración hace eco y la mano me tiembla bajando el arma mientras ella llora con las manos atadas, vuelvo la mirada hacia mi padre y la diferencia vuelve a ser evidente.
Ella un borrego, él un león. Ella una niñata y él el Boss de la mafia rusa.
La depravación corre por las venas de los Romanov e Ilenko la repara en el piso cuando ella se arrastra a mis pies en busca de protección.
La levanto cortando la cuerda antes de quitarle lo que le puso, se mantiene en medias, en falda y sin nada de la cintura para arriba. «Indecencia pura» es lo único que denota al detallar como lo tiene, viéndose ella como la protagonista de una oscura fechoría.
Corre a buscar la blusa con la que se tapa y él no deja de mirarla acechando con la mirada asesina. Los recuerdos vuelven a golpear mientras Salamaro aparece en la puerta, «Él siempre me sigue porque su trabajo se lo pide».
—Llevatela —le pido al consejero asimilando el shock—. Sácala de aquí.
El moreno obedece mientras el Boss se acomoda la ropa y parpadeo rápido recordando el diagnóstico del príncipe esclavo de Maxi.
“ Creo que fueron más de tres hombres”. “Los mordiscos, las marcas, todo su cuerpo gritaba el sadismo que implementaron”.
No queda nada del alucinógeno dentro de mí, pero sí un retumbe sonoro el cual hace que mis extremidades no dejen de temblar.
Quiero oir un rotundo no porque es mi padre, mi ídolo, mi todo. Yo pondría el pecho por él sin miedo, sin dudarlo. He forjado una reputación para enaltecerlo y tapar esa falla que le quitó a Sonya por mi culpa.
—Contestame —insisto—¿Abusaste de ella?
—Si.
La respuesta concisa me hace reír moviéndome a encararlo, ¿Qué le pasa? Es una puberta ante un hombre lleno de experiencia y de poder. Ella no es nadie y él es la cabeza más grande de una sangrienta organización criminal.
El haladie sigue en mi mano y lo correcto es enterrárselo en el pecho porque la traición es algo que nunca se perdona en la Bratva. Aprieto el mango y alzo la cara buscando los ojos del hombre que me crió y ahora se mantiene serio.
—Si, lo hice Vladimir —reconoce otra vez—. Vuelve a lo tuyo y yo vuelvo a lo mío.
Abandona el almacén y un enorme nudo se me arma en la garganta cargado de furia. No hace nada, no me dice nada más…
El olor a sexo es evidente, observo la funda usada que se mantiene en la mesa y no contengo esa ira cargada de decepción cuando me arden las heridas que tengo en la espalda y es que quisiera dudarlo, encontrarle la falla, el truco, pero lo cierto es que Ilenko Romanov se ha tirado a Emma James, a la hermana de la mujer que quiere destruir y no son los hechos, es la manera de hacerlo.
Las diferencia que hay entre ellos y las mil y un formas que me dicen lo mal que está todo esto.
Sorbo la poca coca que me queda volviendo al club, el Boss está buscando la salida y yo me muevo rápido como me enseñaron instruyendome desde que tengo diez.
Zulima va de camino a una de las mesas de los grandes socios y la abordo sujetándola del brazo.
—Necesito hablar contigo —tiro de su ella devolviéndome a la escalera.
Subimos varias plantas. «Zulima es fiel a él», es su mano derecha en los negocios y su pareja hace años, porque aunque no la haga oficial es la persona que más tiempo ha estado a su lado después de mi madre.
—¿Tiene algo que ver con tu esclava? —pregunta— ¿La tienes arriba?
Muevo la cabeza en señal de negación desviándome al pasillo y tomo el último tramo de escalones que me lleva a la azotea. El frío de Alaska golpea mientras sigo caminando rápido aferrado al brazo de su sumisa favorita.
Sello mis labios, hasta el criminal más sangriento tiene límites que no acepta que le toquen. Evoco las marcas que tenía ella en el cuello, el olor que desprendía la noche que quiso suicidarse e imagino la barbarie de mi propio padre sobre ella. Barbarie que usa en todos los aspectos de su vida.
La obligo a trotar a la orilla que da al estacionamiento privado del club, mi padre va camino a su camioneta y…
—¡Boss! —le grito haciéndolo voltear, su mirada queda en lo alto en tanto encaramo a su sumisa en la orilla y esta se aferra a mi camisa clamando piedad.
—¡Vlad, no!
La empujo al vacío dejando que caiga siete pisos abajo. El borde de concreto la espera y su chillido es lo último que se oye cuando este le vuelve mierda el cráneo esparciendo sesos y sangre, rompiéndose como si fuera un maniquí.
Me devuelvo bajando con la misma velocidad con la que la lancé y en el estacionamiento él está junto al cuerpo mientras sus hombres lo miran a la espera de alguna demanda contra mí, pero él simplemente mueve los dedos para que se retiren en tanto yo me limpio la punta de la nariz ardido por todo.
—Sabes lo que pienso de ese tipo de hechos —lo enfrento—. Y me duele que hayas traicionado a la persona que ha hecho de todo por recomponer lo de madre…
Aparta la cara cuando le hablo de ella. Sonya es una herida dolorosa para los dos. Sé me quiere como yo lo quiero a él y por ello jamás derramaría una gota de su sangre, sin embargo, sí debo demostrarle las repercusiones de sus fallas al equivocarse tanto esta vez.
—No voy a pelear con mi hijo —me le atravieso cuando intenta irse.
—Te he fallado una sola vez y todos los días trato de recomponerlo —le reclamo—. Pero ya no, obré mal y tú también y ahí están las consecuencias.
Señalo a Zulima que tiñe de sangre el pavimento
—Ándate con cuidado Vladimir —advierte—, que sabes como soy, así como también sabes que sigo siendo el Boss y tu padre también…
—Pero yo ahora solo quiero ser el Underboss y no el hijo que quiere tenerte contento todo el tiempo —confieso—. Y como no soy ese hijo puedo hacer lo que quiera como tú lo hiciste con mi esclava y así aprendemos la lección los dos; yo no confio en nadie y tú aprendes a no meterte con lo que no es tuyo obligando a niñatas que pueden ser tu hija.
Me doy la vuelta en busca del club dejándolo en el estacionamiento.
—Ah —suelto una última cosa—. Ella me gusta, ¿Sabes? Me gusta mucho porque solo ella y las cocaína son un buen refugio, un buen escape de este mundo que cada día demuestra estar peor. Tú me lo acabas de demostrar.
Deja que me vaya, sabe que se equivocó y que su reputación es mucho más grande que la mía, como también sabe que así como él un sinfín de veces me dio lecciones es hora de que yo se las de él. «Eso hacen los grandes», afrontar sus fallas con valentía.
De regreso en el club mi esclava se mantiene con el león al lado bajo el cuidado de Salamaro. La tienen encerrada y se levanta cuando me ve con ese miedo innato a que la mate de una vez por todas. «Va a pasar», de eso no quedan dudas porque para ocupar el puesto de mi padre me pedirán su cabeza, aunque no pueda verla en mis manos ahora.
Debe hacerse porque la sangre de mi tía Sasha sigue clamando venganza y la ruleta sin sangre no se queda.
Salamaro busca la manera de hablarme, pero simplemente la saco junto con el animal que se niega a soltar.
—Déjalo —le pido.
—No —toma la correa con más fuerza—. Es mío.
El rumor de Zulima se esparció con preguntas de ¿Qué le pasó? ¿Qué hizo mal? Gregory, el amigo del Boss, es uno de los más confundidos queriendo abordarme. La pequeña puta se pone nerviosa y yo simplemente digo la primera mentira que se me ocurre.
—Habló de más.
—¿Zulima? —se extraña.
—Si, Zulima.
Nadie tiene porqué saber los problemas que tengo con mi progenitor. El Boss ya no está, pero el cuerpo de la sumisa si, «Se le partieron las piernas con la caída». La mujer que arrastro se detiene queriéndose acercar, pero no la dejo, simplemente abordo mi camioneta con ella y la mascota saliendo de Sodom.
La ansiedad me tiene logrando que los labios me tiemblen. Hay gritos imaginarios en mis oídos y esa imagen de alguien grande aprovechándose de alguien pequeño. No nos medimos, lo sé, pero ella... Ella no inspira esa clase de cosas, ella es una tonta infantil con bonita sonrisa. «Una niña ante él», un refugio temporal para mí.
Hundo el pie en el freno deteniendome en la carretera vacía. Las luces del auto es lo único que nos ilumina y ella no ha dejado de limpiarse los ojos desde que me enteré.
—¿Te gusta mi padre? —indago— ¿Te gustaba lo que te hacía?
El silencio nos toma. Me siento mal sin tener nada que ver en el asunto, sin ser yo el que cometió el acto.
—No —contesta despacio—. Me obligó, ya te lo dije.
—No te creo —dudo, ella no es su tipo. A él le gustan como mi madre.
Empiezo a encerrarme a lamentar la disputa a la vez que mi subconsciente exige que le pida perdón.
—No te creo —niego de nuevo— ¡No te creo, maldita sea!
—¡No me gusta!
—¡Porque es el dueño de toda esta porqueria! —exclama— Ya estoy harta de los golpes, de las torturas y no quería que me siguieran maltratando
—se defiende—, pero fue a la fuerza, ¿Lo entiendes? ¡A la fuerza! Porque es mayor que yo y no hace más que acojonarme cada vez que aparece.
Sigo en negación.
—¡Tenías que notarlo! —insiste— ¡Pero siempre te pierdes!
—¡¿Cómo y cuándo se supone que tenía que deducirlo?!
—¡Cuando estuve sangrando días por su culpa! —refuta— ¡Cuando te exigió dejarme!
Arranco de nuevo dirigiéndome a la fortaleza, no dejo que baje del auto, simplemente entro por lo que necesito.
Arrojo la mochila atrás cuando vuelvo y los alucinógenos en la guantera, ella ya no me mira, solo mantiene la mirada en la ventana abrazando el animal mientras conduzco a North Pole con las manos temblorosas.
—Oye, yo… —trata de decir, pero se vuelve a callar.
Vuelvo a detenerme en la posada donde reside la persona que tiene su dispositivo de rastreo y no toco, vuelo la cerradura con un tiro entrando por el rastreador que la mujer carga en el tobillo.
Lo manipulo a mi favor, así como el enemigo sabe cosas de la mafia, nosotros conocemos los trucos de la FEMF.
Sigo con el mismo nudo en la garganta regresando a la carretera que me lleva a uno de los aeródromos, «Tengo que salir de este frío, de esta tierra sin sol».
Abordo la primera avioneta que preparan, soy el Underboss, las palabras sobran cuando quiero moverme.
El piloto se encarga y yo me meto al baño con ella desnudándola antes de empujarla a la ducha donde lleno una espuma con jabón pasándola una y otra vez por su cuerpo. Le lleno el cabello de shampoo, dejo que el agua se lleve todo y vuelvo a llenarla de espuma repitiendo la acción hasta que me canso, hasta que su piel se arruga y sus poros se enrojecen.
No dice nada y yo no sé ni qué es lo que quiero lavar ¿Su suciedad? ¿El rastro de mi padre? ¿Los recuerdos? Observo su cuerpo, no tiene nada que pueda llamar la atención de él y entre más la miro más me convenzo de que fue por mera malicia, por mera hambre de venganza disfrazada de depravación.
No puedo entender que puede mover en él una mera piel bonita, un cuerpo sencillo y un rostro aniñado.
Mi padre emana dominio. Ella no suelta más que dulzura.
Asiente y me sigue dando curiosidad esa habilidad de no quedarse en el rincón por más que la aislen a eso, ¿Quién en su lugar no estaría desecho? Sin ilusiones.
—Dicen que en el más allá somos torturados repitiendo los peores momentos de nuestras existencia en la tierra —paso la toalla por su espalda
— y nos dan de beber una gota de los buenos para recargarnos y seguir sufriendo.
Le escurro el cabello.
—Yo no tendría nada con que recargarme, ¿Sabes? No tengo buenos momentos y nunca los tendré.
No contesta y la sigo secando.
—Una buena venganza no es dar un solo golpe doloroso y ya —continúo
—. Es perpetuar y extender la agonía el mayor tiempo posible, por eso te daré un momento más que atesorar para que en el más allá tengan mucho néctar con que recargarte.
—A lo mejor voy al cielo…
—El cielo no existe. Dios es una mentira porque si existiera no seríamos un par de almas desgraciadas.
La volteo. «Es tan bonita», lástima que esa hermosura no vaya a durar para siempre.
Arruga el entrecejo queriendo entender lo que le digo, pero no le doy más explicaciones, solo la mando a vestir mientras me cambio ocultando mi cabello, tapo mis ojos con lentes oscuros y espero que la avioneta aterrice en tanto le vendo los ojos antes de bajar. Abordo la motocicleta que pedí que me tuvieran y subo a esta con la mochila, el león y ella.
Echo a andar en busca del camino. A mí me hubiese gustado un momento agradable por cada momento de mierda que pasé, pero en vez de eso me dieron lecciones de fortaleza que no me servirán al otro lado.
Me detengo en la frontera que divide las dos ciudades y bajo de la moto quitando la venda de mi esclava que se queda anonada con el letrero que se cierne sobre nosotros.
—¿Phoenix? —no se lo cree— ¿Me vas a liberar?
—Tres días —dejo claro—. Tres días te daré con ellos, así que en tres días te quiero de nuevo en North Pole o vendré por ti y sabes como será mi llegada, pequeña puta.
Asiente y sujeto su cara.
—No se te ocurra abrir la boca, que digas lo que digas nada quitará la marca que tienes, ¿Lo entiendes? —advierto— Y si no eres tú, será un miembro más de tu familia, porque la ruleta sin sangre James no puede quedarse.
Aumento la fuerza del agarre entregandole la mochila con sus pertenencias.
—Es el territorio de tu cuñado, pero sabré cada maldita cosa que hagas y si traicionas mi confianza me darás a entender lo mentirosa que eres —
declaro—. Sabré que no puedo creerte y si no puedo creerte volveré a apedrearte por dañar la imagen que tengo de mi padre.
—Gracias —es lo único que contesta antes de abrazarme y le señalo la carretera por donde ella empieza a correr con la correa del león en la mano.
Se siente bien pegar algo para volver a estrellarlo contra el piso y eso pasará, ella volverá a reconstruirse y yo la destruiré. Esta vez para siempre.
━━━━━━━━※━━━━━━━━
Emma.
«Phoenix». Nunca había amado tanto el sol, el olor, la arena, el calor sofocante. El desespero corre por mis venas mientras le saco la mano al primer camionero que encuentro para que me acerque, me indica que suba atrás y alzo al león contando los minutos.
«Tres días» Tres días para ver lo que tanto anhelé.
«Dios». Los nervios no me abandonan, no me importan si son 72 horas, cuatro minutos o medio segundo, «¡Voy a ver a mi familia!» y es como si hubiese entrado al paraíso después de haber vivido un maldito calvario.
Bajo de un salto dando las gracias emocionada cuando me deja cerca de mi vecindario. Los transeúntes me hacen reír y acomodo la mochila respirando el aire de mi ciudad natal, «No me lo creo». El animal corre conmigo y empiezo a buscar mi vecindario.
—¡Señorita! —me grita uno de los hombres de seguridad cuando no me anuncio y entro corriendo como una maldita loca.
—Soy Emma James —le digo—, vivo aquí.
—Hay un protocolo…
Me devuelvo para que la cámara identifique mi cara y sigo corriendo cuando me dan el visto bueno. Los arbustos, las casas, todo es como un sueño hecho realidad.
—¡Señor Banner! —saludo a uno de mis vecinos llena de alegría—
¡Estoy de vuelta en mi casa!
Alza la mano para saludarme fijándose en el león y no le doy largas, solo me apresuro a mi casa alertando a los hombres que la resguardan.
—Señorita Emma —dicen y los atropello buscando el timbre al que me pego— ¿Qué hace aquí?
—Estoy de nuevo en casa —mi respuesta no tiene sentido, pero es lo único que sale de mi boca mientras toco el timbre—. Estoy de nuevo en casa, ¿Puedes creerlo?
—No están —me informan mientras jadeo—. Sus padres, su hermana y sus tías se fueron al evento universitario de la señorita Sam que se lleva a cabo en el salón gubernamental.
«Salón gubernamental» es lo único que se queda en mi cabeza. Las indicaciones solo hacen que me devuelva con la misma prisa al saber que está cerca. Varios intentan detenerme, pero a mí el pecho solo me salta lleno de angustia por verlos, por abrazarlos, por tenerlo de frente. «Son solo tres días», pensé que no saldría nunca de ese maldito foso y la emoción hace que el tiempo pase a voladas.
Corro pasando por alto un semáforo en busca del salón, hay gente pulcra en los alrededores y aparto a los que se me atraviesan subiendo las escaleras lo más rápido que puedo.
Hay cámaras, micrófonos, alcaldes, senadores, mujeres importantes con trajes, vestidos de gala y yo solo luzco un short, zapatillas, una mochila y mi mascota.
—No puede entrar así…
—Solo será un segundo…
—Lo siento, pero no —advierten y yo estoy tan desesperada que termino pasando por debajo del cordón de seguridad ganándome que otros me persigan.
Busco a mi familia con varios guardias atras, «Solo quiero verlos» «Solo son tres días». Paseo mi mirada por el salón y mi recorrido se detiene al captarlos al lado del buffets, «Rick, Luciana y Sam».
—¡Papá! —les grito— ¡Mamá!
Todos voltean a mirarme y me muevo a su sitio llena de emoción, de una alegría innata que me asfixia y hace que reviente en llanto a la hora de arrojarme a los brazos de mi padre.
—Papá —mi abrazo lo tambalea, su aroma me da vida y no hago más que llorar contra su pecho.
Hay murmullos, camarógrafos sacando fotos y yo no soy más que una tonta que se niega a soltar la camisa de su padre sacando todo lo que me ahoga.
—Cariño —sujeta mi cara— ¿Qué haces aquí? ¿Quién te trajo?
¿Rompiste el protocolo de seguridad?
— Los eché mucho de menos. Abrázame mucho, por favor —paso sus preguntas por alto—. Abrázame y no me sueltes…
«Solo son tres días» repite mi cabeza en medio de las luces, en medio de mi madre intentando calmarme, pero no hago más que pasar a sus brazos arruinando su peinado. «Solo quiero que me abracen», que se aferren a mí, como yo me he aferrado a ellos y que me digan que todo está bien, que estoy a salvo, que estoy en casa.
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BOSS
RomanceEsta historia no es mía, decidí escribirla porque no la encontré completa en wattpad