Emma.
Hay etapas de la vida donde el mundo pierde la razón de ser, ya no sueñas, ya no te ilusionas, simplemente te resignas al cambio repentino designado por el universo. Yo no quería que me secuestraran, no quería problemas, pero los problemas me hallaron a mí y porque amaba a los míos callé con tal de protegerlos.
Callé para que mi hermana no volviera a hundirse, para que mi familia no perdiera el ser más importante del apellido. Callé por mis sobrinos y callé para que mi cuñado no volviera a perder a la mujer que ama. Y sé que está mal actuar a la espera de algo a cambio, pero me decepcionó de cierta manera que pidiera mi muerte de la forma en que lo hizo.
Lo entiendo, está preocupado porque su legado está en riesgo, pero lo que dijo sumado al último acontecimiento con mi familia me convenció de que mi vida es una farsa y yo llevo años engañándome a mí misma con algo que no soy.
—El que ames algo no quiere decir que seas bueno en ello —la voz de Vladimir se oye lejos—. Y aceptarlo duele más que dejarlo, pero si no lo haces seguirás sufriendo por la misma estupidez y hay otras formas de sentirse bien...
Mete una pastilla en mi boca. He probado la cocaína en busca de apagar el peso aplastante que me corroe, pero no me gustan los efectos. Me siento rara, mareada, con náuseas y confundida sobre el piso de la alcoba donde yazco acostada al lado del Underboss. El techo se ve raro y él mueve mi cara en busca de mis labios propinándome un beso largo.
—Me gustas —dice sujetando mi mano mientras sonríe— como no tienes idea porque estás tan rota como yo y las personas rotas somos buenas causando desastres.
Asiento con lágrimas en los ojos. «Me cansé» de ser la niña buena, la puberta fracasada y esa que hace cosas por otros, pero nadie hace nada por ella.
—Seremos letales hasta que llegue tu hora, porque mientras mejor te comportes, más tardaré en hacerlo —asegura—. Así que entretenme, que cada sonrisa es un día más de vida para ti.
Me enfoco en sus ojos, le he gustado siempre, de eso no tengo dudas, sin embargo, eso no me garantiza nada, ya que sus deberes le exigen que derrame mi sangre.
—¿Y si dejo de ser una James? —pregunto—¿Una amenaza, una enemiga? ¿Y si te demuestro que puedo ser parte de tu mundo?
—¿Me dejarías vivir a tu lado, Vlad?
—Ya veremos pequeña puta —susurra—. Ya veremos…
Los ojos se me cierran y mi subconsciente se centra en una sola cosa; yo ya no le debo nada a nadie y si esto es mi único salvavidas lo voy a tomar.
El león ronda mientras que el sueño me hunde no sé por cuánto tiempo, pero una oleada de vómito es lo que me despierta mandándome al baño. La casera no ha salido desde que Vladimir llegó y yo me apoyo en el váter sudando mientras los intestinos se me contraen.
Logro moverme cuando creo que paró, me muevo a lavarme la boca, pero termino vomitando en el lavamanos con Vladimir bajo el umbral.
—Novata —se burla mientras hago gárgaras.
—Me siento mal…
—Es mientras te acostumbras —me saca—. Luego no querrás parar.
Asiento sorbiendo lo que me pica en la nariz. Los efectos secundarios me dan dolor de cabeza. Él se ocupa de mi dispositivo de rastreo buscando a la mujer que lo tenía y se hace pasar por mí mientras yo me preparo para partir con Koldum.
Me llevo el enjuague bucal, ya que por lo que veo las náuseas van a seguir y mientras vomito en las aceras de North Pole, Vladimir se pierde volviendo con una botella de licor, se mete dos pastillas pasandola con el alcohol antes de ofrecerme la botella que me empino mientras me aplaude.
—Que sexy —señala la carretera—, pero necesito más.
—Te daré más.
Señala la carretera por la que echo a andar con el león dándole otro largo trago a la botella. Una aeronave nos recibe, alza el vuelo y para cuando vuelve a aterrizar estoy más que ebria ya que nos bebimos el Whisky del mini bar.
—Bienvenida a Cheliábinsk, Rusia, pequeña puta —anuncia el Underboss drogado—. Deja ese animal dentro.
—Es mi mascota —me niego tambaleándome—. Me hace ver ruda…
—No tiene que “Hacerte ver” —sujeta mi cara arrebatandome la botella que tengo en la mano—. Tienes que ser ruda, mala y mierda…
Arroja el envase contra uno de los autos estacionados y este revienta el vidrio volviendolo pedazos. El vigilante de turno trata de acercarse, pero los tiros que suelta en el pavimento lo hacen desistir…
—Hacemos lo que queremos y ya está, nadie nos lleva la contraria —
sujeta mi mentón —. Haz que cuando las personas te vean se apresuren a cerrar las puertas de sus casas…
Asiento y tira de mi muñeca. La ciudad está despierta, los edificios son grandes y los vacíos son llenados con alcohol. Dejo que me lleve a donde él quiera, sin alegar, sin decir nada, solo me muevo y ya.
—No me tomaran en serio contigo así —me adentra en un centro estético punk donde me clava en una silla— ¿Quieres ser mi chica? ¿Una mujer de la Bratva?
Pregunta y asiento ebria.
—Entonces quítate esa apariencia de fracasada —me besa—. Yo no quiero a Emma James, quiero a Emma Romanova, la mujer que no se deja tocar por nadie.
Me sueltan las hebras negras. Cortan, decoloran y yo dejo que el negro salga de la parte delantera de mi cabello, asi como permito la perforacion en la nariz.
Acaban y nos movemos a una tienda de moteros donde echo a la basura lo que traía surtiendome de vaqueros, Jogger, chaquetas, medias de malla, playeras de bandas de rock con mangas rasgadas, pañoletas, gorras, cuellos con tachas, botas borcegos de caña alta y baja con plataforma.
La ropa con estampado queda de lado, las manillas y los pendientes terminan en la basura y ahora luzco muñequeras y aretes grandes que me hacen ver más mujer. Vladimir me ofrece más cocaína y alzo la botella demostrando que con esto estoy más cómoda.
Salgo con una nueva mochila y una bolsa de lona que aguarda ropa para las dos y la óptica es el nuevo destino donde compramos un par de lentes de contacto.
—Toda tuya —me entrega un arma—. Úsala cada que te diga.
Asiento dejando que me bese antes de lanzarse a la calle y sacar la suya parando un cadillac descapotable el cual roba clavándole el arma al conductor en la cabeza mientras yo lo respaldo con la mano temblorosa.
Papá se me viene a la cabeza, pero me niego a amargarme el momento con recuerdos que no vienen al caso.
Simplemente vivimos el momento, yo ebria y él drogado en discotecas de mala muerte saltando hasta que me duelen los pies. Pruebo de todo; whisky, vodka y coñac hundiéndome en lo que tanto me prohibieron, dejando de lado lo que tanto me inculcaron porque ya no hay reglas, ya no hay límites.
Ahora hay besos en discotecas atestadas de gente, gritos, saltos y celebraciones con personas que comparten mi mismo vacío. El tiempo deja de tener sentido y mi cuerpo solo se dedica a absorber el alcohol dentro y fuera de los bares.
La poca comida que consigo se la doy a Koldum y no sé cómo hace Vladimir, pero la noche del día siguiente nos toma en una playa de marea alta por la que camino sujeta de su mano.
Él con una botella de Vodka y yo con una de coñac. Las olas chocan contra las piedras y la brisa fría me sacude el cabello mientras miro a la nada.
—Esta es la bienvenida a mi mundo —me dice— ¿Te gusta? Es solo un abrebocas… Todavía faltan los negocios, el respeto, el miedo y el logro de que nadie te toque.
—Brindo por eso.
Se ríe con ganas mientras el viento agita las hebras doradas.
—Cuéntame algo de ti —le pido—. Si nos conocemos funcionará mejor,
¿No crees? Ya tú sabes que soy un asco.
Quita la tapa de su botella empuñando con fuerza y mira a la nada como si le doliera recordar.
—Cierta vez hubo un niño que raptaron y que su madre intentó rescatar
—da un sorbo—, pero acabó muerta…
Quisiera que mis neuronas estén lo suficientemente despiertas para entenderlo, pero lo cierto es que estoy tan ebria que no puedo ni sentirlo y lo único que tengo claro es que mis lamentos nunca tendrán tanto peso como los de él.
—En ocasiones siento que tu madre era mejor que la mía… Algo raro ya que Luciana no era una asesina, pero de seguro te amaba como eras —su recuerdo me duele— ¿La amabas? ¿A Sonya?
—Mucho y tú tienes que ser como ella —continúa—. Si quieres estar a mi lado tienes que superar a Sonya Lazareva, la mujer más grande de la Bratva.
Le muestro mi atuendo demostrando que estoy lista para serlo.
—¿Tienes claro que ya no eres parte de la ley? —pregunta— ¿Qué ahora estarás contra ellos?
Asiento, todos se pusieron en mi contra cuando llegó la hora de elegir el borrego. Me empino la botella bebiendo un trago largo y él me la empuja para que ingiera en grandes cantidades, toso dejándola de lado y sujeta mi cara besándome con ganas.
—Por cada crimen llega una nueva cucaracha —explica— hasta que tienes una plaga en tu alma la cual se come tu humanidad. Entonces dejas de sentir lástima, dejas de sufrir y, como no brillas, la gente deja de intentar apagarte…
Muevo la cabeza dándole a entender que lo tengo claro y nada de lo que diga hará que dé marcha atrás, simplemente permito que me vuelva a besar asumiendo que me convertiré en lo que tenga que convertirme.
La brisa nos envuelve, el agua del mar me moja los pies y nos besamos tantas veces que las ganas se encienden al tal punto que terminamos en un hostal.
La duda lo abarca estando adentro, pero me termino desnudando facilitando la tarea. «Es mi marido» y aunque al principio lo hice por estrategia ahora es mi único camino, es la vida que quiero.
Me siento en la cama indicándole que venga y no soy muy experta, pero acaricio sus hombros besándolo despacio, saboreando los restos de la píldora que se derrite en su boca.
Nuestras frentes se unen, nuestras bocas no se separan y sin prisa dejo que se ubique sobre mí. No hay agarrones fuertes, rasguños o malas palabras en ruso, ni la actitud dominante de su padre, por el contrario, tardamos en las caricias calientes, en los besos húmedos y no está mal, ya está claro que no tenemos experiencia, pero nos entendemos y está bien.
Su boca recorre mi mentón en tanto la erección que surge abajo toma fuerza moviéndose sobre mí. Nos dieron preservativos al entrar, él desliza uno sobre su miembro cuando se siente preparado y soy yo la que enreda los dedos en su cabello mientras entra respirando mi mismo aliento.
Me siento bien con él, como una chica normal, porque no hay culpas, ni confusiones, ya que Vlad lo hace de una manera diferente, sin maldades, sin perversiones. Deja que lo toque, que lo bese y lo hago muchas veces convenciéndome de que me gusta.
—Ya lo consumamos —digo contra su boca y se mueve más rápido—.
Ahora no puedes retractarte.
—No intentes enamorarme con palabrería barata.
—Pero si ya lo estás —me le burlo y sus movimientos toman ritmo mientras el látex calienta mi canal en tanto sus manos se apoyan a ambos lados de mi cara. Deslizo los dedos por sus costillas apreciando el cuerpo atlético, la piel pálida y suave que deleita la yema de mis dedos.
No me siento pequeña a su lado, no siento que alguien se está imponiendo sobre mí, solo siento la armonía que arman nuestros cuerpos cuando se mueven con un balanceo que no desencadena alaridos, pero sí pequeños gimoteos con el roce de su pene entrando y saliendo con un ritmo constante y delicioso.
Mete las manos bajo mi espalda como si buscara algo y se sigue contoneando sucubiendo a las ganas que dejan besos en mi garganta, en mi boca, en mi frente, ganando al punto donde toma confianza y baja la mano a mis partes mojadas tocándome por encima antes de adentrar los dedos hallando esa zona que me arquea, que aporta más placer mojando mi sexo.
Le gusta lo que ve y aumenta los movimientos soltando embates que nos sumergen a los dos.
Las caricias no son bruscas cuando pasa las manos por mi cara sin dejar de follarme acabando por primera vez y repitiendo en la madrugada de una forma menos sutil y con más confianza entre los dos.
No fuerzo las cosas, siento que él está más cómodo sobre mí y se ve reflejado en la soltura que va adquiriendo con cada acercamiento, hasta intentamos una pose de medio lado donde elevo la pierna izquierda mientras él se abre paso entre mis paredes con un nuevo preservativo.
—Creo que si alzas más —pide— podré….
—Oh, si claro —confirmo—. Pero si te bajas un poco sería más…
—Si —lo hace y esta vez resulta más cómodo sentir su aliento sobre mi espalda mientras se mueve y pasea las manos por mi abdomen entrando y saliendo demostrando que lo disfruta. El preservativo vuelve a llenarse después de varios embates y dejo caer la cabeza en la almohada cuando el alcohol me hace desfallecer.
Lástima que ser la compañera de Vladimir no sea solo beber, embriagarse y tener sexo en hoteles de mala muerte, ya que el partir es dejar a la vieja Emma en esa habitacion de hotel.
—Arma en mano —me pide mientras avanzamos por la zona turística.
Vienen los asaltos, las amenazas y los disparos cuando entra a un sitio cualquiera buscando quién le debe y si no lo tienen no duda en soltar el tiro.
Noto que el próximo ajuste de cuentas será en un establecimiento de juegos infantiles y me quedo en la puerta temblando con las detonaciones que desencadenan gritos despavoridos.
—¿Por qué no entraste? —me reclama cuando sale con la camiseta salpicada de sangre.
—Estaba acabando esto —le muestro mi bebida alcohólica y se encamina al auto enojado donde Koldum tiene la cabeza asomada.
—Hey, ¿Por qué te enojas? —lo detengo.
—Porque siento que me estás tomando del pelo —me regaña— ¿Crees que esto va a funcionar a punta de besos y acostones?
Me saca el arma que tengo atrás.
—No pequeña puta, ya te dije como son las cosas y si no eres capaz de asumir el papel de esto te agradecería que dejes de jugar y vuelvas a tu vida de fracasada —espeta—. No has hecho nada en la puta mañana y mis asuntos no se atienden solos.
Trato de seguirle el ritmo, de imitar lo que hace, pero no es fácil ver el terror en los ojos de alguien cuando le apuntas con un arma. Exigir pagos obligatoriamente a gente que no tiene dinero.
—Mañana estaré más preparada —le digo mientras lo sigo dejando a Koldum en el auto —, pero no está mal para ser un primer día, ¿Cierto?
No me contesta, simplemente entramos al bar donde me señala una mesa de billar.
Papá me… Omito el recuerdo de los pasatiempos que tenía con Rick, simplemente me quito la chaqueta tomando un palo uniéndome a la mesa donde está él. Todos aquí lo conocen y varias mujeres lo saludan con confianza mientras yo le doy inicio al juego.
La botella se va acabando mientras él inhala cocaína, pierde concentración con el pasar del tiempo y yo busco el baño. El coñac se acabó y me acerco a la barra a pedir más, pero mi nivel de ebriedad hace que termine tropezando no sé a quién.
—Lo siento….
—Aquí no se pide disculpas, pequeña puta —deja claro y la mujer que me gana en peso me hace retroceder—. Enseñale lo que haría una mujer de la Bratva…
No ha terminado de hablar cuando ya estoy siendo empujada contra una mesa donde aterrizo con el puñetazo que me propina. Los presentes se alejan y yo me levanto buscando la salida, pero me toman del cabello volteándome a la vez que me clavan cinco rodillazos en el abdomen.
—¿Con que la chica del Underboss? —el bofetón me manda al suelo y Vladimir se ríe cuando me levanto atropellandola arrasando con las sillas, pero es más fuerte que yo y las técnicas aprendidas no me funcionan estando tan ebria.
Otro rodillazo avasalla mi estómago, mi frente termina contra la mesa de billar y la pelea se da a mano limpia y es más lo que recibo que lo que doy; golpe tras golpe que me llenan la boca de sangre.
—Te va a matar si no haces algo —dice y los golpes no cesan en la cara, en la espalda y en las piernas—. En este mundo no vas a sobrevivir ni dos días así.
La empujo, evado y trato de huir, pero no deja de darme pelea arremetiendo con todo lo que sabe.
—Mátala —me pide Vladimir—. Es una asesina como todos nosotros, sé una también.
Muevo la cabeza en señal de negación y ella vuelve a arremeter lanzandome botellas que me acorralan antes de volverme a tomar dandome una tercera paliza en el suelo. La sangre me ahoga, mis brazos pierden fuerza y los gritos de “Basta” mueren en mi garganta con los estrellones de mi cabeza contra el piso.
Busca el palo de billar y el que lo levante contra mí me obliga a sujetar el arma que tomo entre las dos manos tirando del gatillo que le atraviesa el abdomen. Sigue de pie y disparo otra vez hasta que cae.
—Muy bien —me centra Vladimir tomando mi cara— ¿Lo ves? Es fácil no dejar que nadie te lastime. Yo no quiero que nadie te lastime, ni tu cuñado, ni el ministro, ni tu familia, nadie y si alguien quiere matarte tú lo acabas primero.
Limpia mis lagrimas dándome un beso en la frente y me termina de embriagar para que los golpes no duelan tanto, pero yo termino llorando en el asiento trasero del auto mientras él me abraza.
—Pronto será tan fácil como respirar —asegura—. Confía en mí, serás la asesina más grande de Europa.
Asiento y él me empapa de su mundo. En la mañana desayunamos panqueques con coñac y un filete para Koldum, de ahí abordamos el auto moviéndonos a lo largo de Rusia.
Los días pasan y absorbo, imito, robo, extorsiono y soy la carnada que atrae a las personas importantes para la Bratva, «Banqueros, joyeros, empresarios», que caen en manos de la mafia roja por órdenes de Vladimir.
Me enseña a disparar, a acuchillar y como desmembrar un cadáver y entre más me suelto más se van afianzando los lazos. Estoy ebria la mayor parte del tiempo, así que lo olvido rápido, por lo tanto, no soy consciente de nada cuando tarda y debo bancarme que me manoseen o me besen más tiempo del debido. Él intimida y yo robo demostrando lo que me enseña.
No tiene necesidad de nada de lo que se lleva, pero supongo que me está probando y yo le estoy demostrando que puedo y poco a poco nos vamos entendiendo. Ya no me regaña, ahora me enseña cómo apuntar para verme más segura.
Él se droga mientras que yo me ahogo en coñac. En las discotecas no somos delincuentes, somos una pareja de 18 y 20 años que se besa en medio de la pista y que tiene sexo todas las noches. Mareados, sudados, ninguno de los dos se acuerda bien de lo que sucede, pero los preservativos usados dejan claro los acontecimientos.
No sé donde estamos, pero hay otro chico en la alcoba y este me besa mientras Vladimir observa y se ríe perdido en la droga. Deja que me toque, que me tire a la cama y mientras el Underboss me desviste estando ebria, el otro chico mueve las manos a lo largo de mi cuerpo en tanto yo me afano por desvestirlo también.
Vlad le ofrece cocaína y yo sigo bebiendo repitiendo el patrón noche tras noche, con chicas o con chicos teniendo sexo en medio de grandes nubes de humo con olor a marihuana. Estamos tan perdidos que la sobriedad dejó de tener algún tipo de significado en mi cabeza.
Y siento que me apago. Koldum es mi única preocupación; él y demostrar de qué estoy hecha, que estoy preparada para esto, para ser la asesina más grande de Europa, «Porque debo serlo si quiero encajar aquí». Llevo una lista de las personas a las que mata por no pagar sus deudas, me sumo en sus negocios, dejo que me enseñe como funciona la hermandad y que me presente gente de su mundo.
—Ella es mi pequeña puta —deja el brazo sobre mis hombros presentándome ante sus amigos—. Lo mío es suyo y lo suyo es mío.
Se aleja mostrandome con orgullo.
—Recibamosla porque ya es una mujer de la Bratva, la chica del Underboss —pide—. Y lo mejor para ella está por venir porque antes de morir acabará con los que la jodieron.
Me besa delante de todos mientras la hermandad celebra.
—Te quiero —me dice— y me haces feliz, pequeña puta… Ya no tan pequeña.
Siento lo mismo en parte, algo que no sé… Es raro.
—Ya no eres una niña —susurra en mi oído—. Poco a poco te conviertes en una amenaza y cuando lo seas verás que nada podrá pararnos.
Lo abrazo. Han pasado seis días y no me siento como al principio, de hecho, creo que empiezo a verme como esta gente con el cabello trenzado a un lado. Me unen a la hermandad en una fiesta llena de alcohol, drogas y sangre que dura no sé cuánto tiempo, pero el ambiente es tan hostigante que mi cuerpo clama aire, así que me alejo por un par de horas que terminan siendo un mal para mí ya que de regreso olvido donde queda el edificio.
—Deme una moneda —se me pega un indigente—. No he comido, deme una moneda.
—Aléjese —pido tratando de ubicarme.
—Deme algo, lo que sea —se aferra a mi chaqueta y lo empujo, pero me insiste.
—¡Que se aleje!
Lo vuelvo a empujar, me vuelve a tomar y por acto reflejo saco la pistola que le apunta y acaba con su vida con un solo disparo. Algo me cala adentro con el humo que suelta y el charco de sangre que inunda el andén, es como si mi alma se rompiera o dividiera por tercera vez.
Los labios me tiemblan, pero el corazón no me late y en mi pecho no está el dolor que tiene que inundarme. Vladimir me abraza por detrás dejando un beso en mi mejilla a la vez que baja el arma que mantengo en alto.
—Ya es hora de volver a Sodom —me dice—. Tengo algo para ti, algo que será nuestro.
Ilenko.
Todos son valientes y empoderados hasta que se les muestra un arma. «Mildred Mitchels»; Matemática, empoderada, habladora y defensora feminazi se derrumbó a causa de un infarto cuando uno de mis hombres se presentó en su oficina con un arma y es que no tuvo ni que disparar para que cayera por su propio peso.
No me satisface y parece que matar a esas perras no apagará la sed que tengo en la garganta y la rabia que tengo hacia Emma James. Sed que me confunde porque ya ni sé qué es lo que quiero.
—Vladimir es tu sucesor y sabe lo que hace como el buen Underboss que es—comenta mi hermana—. Solo está caliente y si quiere tomar a esa niñata como un juego, déjalo que son sus decisiones. Ya tiene poder y criterio para actuar como prefiera.
Enciendo el puro que impregna el ambiente.
Mi peor cualidad es el rencor que me corre por las venas. Soy demasiado poderoso para perdonar y cuando alguien me hace algo, me aseguro de que le duela toda la vida.
—Imaginala de nuestro lado —sigue—. Siendo como todos nosotros porque ya hay rumores de que…
—No me imagino nada —la interrumpo molesto—. Cada quien tiene un lugar designado, ¿Lo entiendes?
—Tienes razón. Siendo realistas, todos actuariamos como los Morgan en su situación y es entregando el más débil por el más fuerte —se inclina sobre la mesa—. Somos enemigos, pero esa niña es un completo fracaso, no le pesa a nadie y la ruleta se nos burló en la cara esta vez.
Las dos únicas mujeres de los Romanov eran Sasha y Aleska. La primera ya está claro que le pasó y la segunda ahora está aquí tomando el puesto de Zulima en el club.
Estoy acostumbrado a las desapariciones de Vladimir ya que son comunes con la vida que lleva, pero esta vez es diferente porque no sé qué diablos pretende o qué carajos tiene en la cabeza… Su pataleta hace que por poco me tome Phoenix y de no haber vuelto a Alaska, la humillación pública de Emma James en los periódicos no sería la única noticia que rondaría en los medios locales.
—No puedo hacer esto sola —se queja Aleska—. La matriarca se retira, ya está muy vieja y enferma. La fortaleza también necesita una figura femenina que tome las riendas de la casa.
—Para eso he llegado yo —dicen en la puerta y Aleska sonríe de inmediato con la mujer que llega con Maxi—, a servir a mis sobrinos y cuñado.
El enojo se me va por segundos con los recuerdos que me enderezan con la presencia de Tonya Lazareva, la hermana mayor de Sonya, que a sus 45
años luce estupenda, poderosa, sensual y bien conservada con la piel trigueña y el cabello rubio hasta la cintura.
—Padre, disimula que te impresiona —comenta Maxi y sonrío negando a desmentir la afirmación.
Se acerca y yo me levanto recorriendola de arriba abajo mientras ella hace lo mismo.
—Por supuesto —aseguro dando una vuelta alrededor. Para nadie es un secreto que la experiencia es una debilidad en mí, «Más si son Lazareva».
—La tía Tonya y mamá eran inseparables —sigue Maxi—. No tiene compromisos, no tiene amo, puede manejar la fortaleza y ayudarle a la tía Aleska.
Asiento. Está mucho mejor que Zulima, mucho mejor que las mujeres que me ha ofrecido Aleska desde que llegó y es que mujeres como Tonya me recuerdan lo que soy y lo que necesito.
—¿Cuántos negocios tendré a mi cargo? —le pregunta Aleska a Maricarmen que permanece en la oficina poniéndola al tanto de los negocios.
—Todos a excepción de los bares bárbaros —contesta Maricarmen—.
—¿La mujer de quién? —inquiero de una vez.
—A eso venía también —se sienta Maxi—. Vladimir volvió en la madrugada y llegó imponiendo cambios en su zona con la perra que tiene como esclava.
—Bueno, aunque creo que ya no es su esclava —continua Maxi— ¡Se rebeló con esa puta demostrando lo que advertí y es que anda encamandose con el enemigo...!
No lo dejo terminar, simplemente busco la salida bajando rápido las escaleras del club. Sodom tiene zonas buenas y malas como cualquier ciudad y el callejón de los bárbaros es lo más decadente, lleno de prostitutas baratas, drogadictos, pandilleros, ex convictos, ladrones, sicarios y peleadores.
—Boss —se me atraviesa Salamaro cuando estoy por entrar—, esta zona es de Vladimir y tiene restricciones.
—La zona es de Vladimir —lo encaro furioso—, pero la ciudad es mía…
—No lo quiere cerca de su esclava —advierte y suelto a reír abriéndome paso de todas formas.
Los ebrios rondan al igual que los drogadictos, el bar más grande de todos está al final y me apresuro a este con la ira por los cielos. El sonido de la música es ensordecedor, en una tarima hay un cadáver colgado con un logo de la FEMF encima el cual atacan con bates de béisbol.
Mi león está sobre la barra y en los tubos bailan rameras baratas con vestidos de lentejuelas cortados, creo haber visto esos trajes en algún lado.
El enojo parece subir cada vez que respiro cuando en lo más alto de la cornisa hay un par de patines en llamas.
La música se apaga de pronto y…
—No eres bienvenido aquí —arrastran la lengua para hablar— ¡Así que fuera!
Volteo y las personas que tengo atrás le abren paso a la mujer que me dispara el instinto asesino en un dos por tres; «Emma James», viéndose de una manera totalmente diferente con ropa de cuero que le cubre los brazos y parte del cuello. Tiene la cara amoratada, los ojos azules quedaron no sé en donde, el maquillaje le resta juventud y los mechones plateados que tiene en la parte delantera la hacen ver como si tuviera más de 24 años.
Se empina una botella viéndose como una auténtica ramera de poca monta cuando la baja limpiándose la boca con el dorso de la mano.
—¡Lárgate! —se impone— ¡En mi negocio no hay espacio para el Boss!
—¿Tu negocio? —pregunto y asiente.
—Mi negocio —repite alzando la botella— ¡Lo administro porque el unirme a la hermandad me convierte en una mujer de la Bratva con negocio propio!
«Mujer de la Bratva». Su afirmación dispara no sé qué dentro de mí y no sé qué es lo que más rabia me da de toda esta payasada; si lo ridícula que se ve, las idioteces que está haciendo o lo que está diciendo.
—¡Lárgate!
El impulso hace que me le vaya encima, pero no alcanzo a tomarla ya que se me atraviesan con haladie en mano poniendo una barrera entre ella y yo.
—Ya la oíste —me encara Vladimir dejando claro que no quiere que la toque—. Es nuestro negocio y no hay espacio para el Boss por muy dueño de Sodom que sea.
Sorbe lo que tiene en la nariz antes de alzar el mentón con valentía haciéndome reír.
—¡Es un vendido papá! —Maxi interfiere, ni siquiera noté que me siguió
—Vete que no quiero faltarte el respeto —me exige Vladimir ignorando a su hermano—. Así como tampoco quiero que te acerques a ella, ¿Está claro?
Uno de los voyeviki la respalda y entre más la veo, más me carcome la ira poniéndome peor de lo que estaba. Bajo los ojos a los dedos de él que envuelven la muñeca de ella antes de darme la espalda, pero ella se detiene alzando la mano donde tiene la botella antes de advertir:
—Verte morir es el siguiente logro —me amenaza ebria—. El borrego ahora quiere ser un depredador que ansía la sangre de Ilenko Romanov.
Brinda sola y Vladimir se la lleva dejándome en medio del bar donde arden los patines en lo alto. Pido que saquen al león y tomo a Maxi sacándolo del establecimiento mientras analizo lo idiota que es porque yo soy todo, menos un mal perdedor y vamos a ver quién cae ante quién.
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BOSS
RomanceEsta historia no es mía, decidí escribirla porque no la encontré completa en wattpad