Emma.
Las veces que vine a México fue en plan familiar con amigos y era a sitios de recreación y convivencia, pero en esta ocasión he venido a uno de los estados más peligrosos de Norteamerica con un mafioso de casi dos metros, el cual carga más de una docena de guardaespaldas que lo resguardan celosamente.
El sol quema, el viento sopla y el ambiente se siente diferente con la música, la cultura, los colores y las costumbres. Camino al lado del ruso que se mueve a través del sendero que lo lleva a la hacienda con arco grande.
El cuerpo me duele y no es por el ejercicio, es porque he sido follada durante toda la noche sin dormir, sin descansar. Él quiere mi cuerpo y yo quiero olvidarme de las ratas del sótano.
Reparo el entorno y el sonido de un disparo me devuelve a la realidad cuando se desploma uno de los verdugos.
—¿Qué les pasa a los soplones en la mafia? —pregunta el ruso guardando su arma.
—Nadie desobedece al Pakhan —contesta uno—. Nadie daña el honor del Boss.
Dejan el cuerpo y siguen avanzando como si nada. Nadie se queja, nadie juzga y en el tiempo que llevo a su lado he notado que maneja el mismo grupo de personas que le rinden fidelidad.
Posa el brazo alrededor de mi nuca llevándome contra él antes de alzarme el mentón besándome en la boca mientras pierde los dedos en mi cabello.
Me rebasa en todos los sentidos y desde que subimos del sótano parece embriagado con mi aroma, con mi cuerpo, ya que no se le borra la mirada oscura ni las ansias de estar dentro de mí.
Seguimos caminando, los rusos alistan las armas dejándolas arriba mientras las puertas se abren mostrando a un grupo de narcotraficantes que mantienen las pistolas visibles, pero con ningún indicio de querer atacar.
—Boss —se acerca uno de los capos—. Bienvenido a mi casa que también es tu casa.
Es un hombre alto, robusto y con sombrero. Lo he visto en los noticiarios y mueve la cabeza en muestra de saludo sin atreverse a darle la mano, solo el más grande de los cabecillas es el que se atreve a interactuar.
La propiedad es asombrosa, sin embargo, no se puede apreciar cómo se debería, ya que te distraes con las mujeres en ropa interior que empacan coca frente a mesas de madera. Están trabajando de la mano con los hombres que se mueven cargando paquetes que suben a montacargas.
Los muros están resguardados por matones en distintos puestos de vigilancia. Todo el mundo tiene armas, todo el mundo luce peligroso, pero los hombres de la Bratva son los que más sádicos se ven con los tatuajes en la cara, manos y cuello, con el cabello largo y los trajes a la medida que los hace lucir como una pared de músculos.
La prueba explicando los funcionamientos y soy yo la que debe devolverla a la caja cuando cambia. Cada una tiene un complemento especial añadido por él y espero que Dios me libre de un bombardeo por parte de este hombre.
—Son únicas, mi Boss —los capos las prueban—. No hay cosa mejor que el armamento ruso.
A los mexicanos solo les falta lamerle la suela de los zapatos al Boss.
Reparten licor, pero a mí me quitan el vaso tirándolo al césped.
—El alcohol está prohibido para mi esclava —estipula.
Tuerzo la boca con las demandas absurdas, ¿No nota el maldito sol?
—¡Por el Boss y por la Bratva! —brindan cerrando el trato antes de moverse al núcleo del negocio donde le explican a la hermandad como trabajan.
Hay caletas de dinero que guardan en tanques de plástico y polvo blanco por montones que el ruso prueba untándose el dedo antes de metérselo en la boca. Doy por hecho que no consume, pero si sabe identificar si es o no de calidad.
Es la típica hacienda de lujo con piscina, avionetas y cosas excéntricas.
Están matando vacas, encendiendo parrillas y tirando la casa por la ventana dándole paso a mujeres exuberantes con diminutos vestidos.
Reparo mi aspecto; short desgastados, una blusa con tirantes que me llega a la mitad del abdomen y zapatillas blancas. No tengo maquillaje y creo que soy la única con 18 años.
Uno de los narcos le entrega varios fajos de billetes a una de las mujeres que llegó.
—Karen, échale ojo a la morrita del Boss que iremos a contar su dinero—
indica uno de los narcos—. Cuido lo suyo para que no se me vaya a estresar.
El ruso sujeta mi moño mordiendome los labios en el pie de la escalera.
—Ella se sabe comportar —advierte en términos afirmativos— y mis hombres son quienes la supervisan. No quiero capos, no quiero sicarios, ni hombres alrededor de ella. No está a la venta, no es negociable y muchos menos manoseable.
Mueve la mano dejándome a cargo de un voyeviki. El grupo de mujeres celebra la llegada del dinero haciendo planes mientras el olor de la barbacoa se toma la propiedad. Tienen joyas de oro, cuerpos exuberantes y sus vestidos son de marcas conocidas.
—Lo que solicitó tu patrón —Karen me entrega una bolsa con varias pertenencias femeninas que me dan a entender que debo arreglarme para él o para el sitio, no está claro, pero hay perfumes y accesorios muy de mi estilo.
Le aumentan el volumen a la música entrando en el tipo de ambiente que te absorbe y me pregunto hace cuánto que no me divierto sinceramente fuera del hielo, «No lo recuerdo». Así que tomo uno de los bikinis soltándome el cabello, lo desenredo admirando el don natural de no tener que usar maquillaje, ya que mamá nos dotó con el atractivo natural.
Esparzo el bronceador y salgo disfrutando de los rayos solares. Están repartiendo bebidas frutales, tomo una negándome a soltar el pitillo hasta que acabo y me lanzo a la pileta vacía rodeada de mujeres en traje de baño.
—¿Te vas a demorar ahí? —pregunta Karen.
—Un par de minutos —vuelvo a sumergirme.
La música alta, el calor y el ambiente me cambian el genio siendo observada por un montón de chicas alegres que esperan su turno, no sé porque están felices, pero lo están.
Tengo un voyeviki que me merodea, salgo quedándome en la orilla y los narcotraficantes que no entraron a la reunión se sumergen en el agua y por ello me quedo sentada allí alzando la cara hacia el sol.
—Ved´ma —me llama en ruso y saco los pies del agua atendiendo el llamado del hombre que espera a un par de metros. Se toca los labios mientras me aproximo y acomoda las tiras de mi bikini antes de llevarme adentro con un afán exagerado.
Las sensaciones son tan electrizantes que no sé cómo describirlas, solo sé que tengo la piel erizada y la cabeza en la luna. Una mano abandona mi cadera cuando empieza a masturbarse sin soltar mi sexo y es fascinante que pueda hacer ambas cosas sin desconcentrarse.
—Me lo estoy comiendo todo, Ved´ma —se sacude el miembro con fuerza y su gruñido masculino calienta mi zona cuando está por correrse logrando que sea yo la que se derrite con la llegada de ese momento que me debilita y hace a un lado. Tiene el capullo y el abdomen lleno de sus fluidos y no me da descanso, ya que me toma llevándome a sus partes.
—Limpiala y trágatela —recojo todo con la lengua y no me da asco pasarla, ni quitarla, por el contrario, lo dejo limpio siendo una niña obediente.
—¿Así? —pregunto y una fuerte nalgada avasalla mis glúteos.
—No me hagas esas caras.
—Solo estoy preguntando…
—Pero mira como me ponen tus preguntas —la erección está como el hierro otra vez y se me viene encima poniéndome de espaldas—. Alza ese culo…
Las rodillas se me deslizan en la cama mientras alcanza la lámpara de mi derecha arrancando el cable. Intento voltear para que no me vaya a azotar, pero su agilidad me sobrepasa inmovilizandome los brazos con el cable que amarra alrededor de mi torso dándole dos vueltas, quedando mis extremidades a ambos lados de mi cuerpo.
No me gusta así, porque me priva de cualquier toque de mí hacia él. La palma de su mano se mueve por mi espalda en tanto la gruesa corona de su miembro recorre la línea de mis glúteos bajando a mi sexo y la mera cercanía hace que me le ofrezca queriendo que entre.
—Que cría tan caliente —golpea su miembro contra mis nalgas—
musita en mi oído —. Como te prende el Boss de la mafia rusa, Emma James…
Aprieto los dientes recibiendo todo lo que me da, analizando la situación y es que en mis planes nunca estuvo hacer esto, pero está pasando y con una violencia en el ámbito sexual que me envuelve. El anillo sacude su miembro dentro de mí y su cuerpo choca contra el mío una y otra vez…
—Bañame la verga, Emma—estipula y me vuelvo un charco de jugos y sensaciones que bajan por mis muslos quitándome las fuerzas.
Su esencia se esparce en mi sexo y sale soltando el cable que me tenia atada. Él refleja la paz que ha provocado la descarga quedándose a mi lado sudado.
Meto su pierna entre mis muslos buscando caricias y me toca la punta de la nariz antes de dejar la mano en mi mejilla besándome en la cama, subyugando mi boca con la suya.
—Tengo hambre y tienes que comer o no soportarás lo que falta.
Dice y nos levantamos. Él se va al lavado primero mientras yo ubico mi bikini, pero la desnudez queda en segundo plano cuando sale con el pantalón puesto y el paquete de toallitas húmedas.
—A ver —indica subiendo mi pierna izquierda a la cama en tanto saca el paño y me pregunto si no conoce el significado de la palabra pudor.
Dobla y toma otra repitiendo la acción mientras mi mirada se encuentra con la suya en tanto me deja limpia. Pasa otra por las partes donde me besó.
Saca un puro el cual se enciende con el mechero que le acerca el capo del Cartel de Sinaloa.
—¡Mujeres para los hombres de la Bratva! —estipulan los narcos—. Tú escoge la que quieras, mi Boss.
Evito torcer los ojos, esta gente engaña a sus esposas hasta en sus propias narices. Pasea los ojos por el sitio y me voy contra su pecho acomodando las piernas sobre sus muslos, dejando la cara en su cuello. No escoge, pero “la mejor latina” se sienta a su lado sirviéndole tequila.
—Tengo jaqueca —digo y me da un beso en la frente.
—¿Te gustan con poco cilindraje? —indaga el capo y no contesta, solo se inclina el tequila dejando claro que no quiere más preguntas.
Los demás se divierten, cantan, follan, se drogan y yo me mantengo sobre él con ese toqueteo que lo hace recorrer cada centímetro de mi cuerpo sentados en la orilla de la piscina. No se droga, pero sí bebe mientras sus hombres lo custodian.
Hay putas por todos lados, bailarinas, reinas de belleza, modelos, exhibicionistas, música en vivo y un bar abierto que complace en todo lo que se pida. Bajan las luces, los tiros al aire truenan en el transcurrir de la noche y yo sigo en el mismo plan abrazándolo con disimulo cuando otras se acercan.
Dejar que otra se lleve la atención sería servirle a ella y a él.
—¿Este es otro secreto? —recorre mi barbilla— Sentir celos de las mujeres que se me acercan.
—No sé de qué hablas —me hago la idiota.
—Sé guardar secretos , Ved´ma —dice en un tono burlesco—. Espero que tú también porque para estos —me muestra a los narcos— solo hago lo que hacen ellos y es acostarme con una jovencita. No saben quién eres y ni se acordarán de tu cara porque tienen prohibido grabarla.
Aparta las tiras de mi bikini recorriendome la clavícula. La fiesta no tiene pinta de querer acabarse y los tragos hacen efecto después de las cuatro de la mañana poniéndose más caliente, al punto que me estimula metiendo los dedos por el borde del bikini sin que nadie se dé cuenta. Y mientras la música sigue sonando, me vuelvo a encerrar con él dejando que me folle ebrio hasta que amanece.
No es sexo sutil, no es sexo romántico; es un deseo morboso que lo hace susurrarme al oído, contándome las cosas oscuras que ha hecho mientras me folla.
Quiere que le tenga miedo, pero le tengo ganas y cuando me despierto ya está frente a mí con el miembro erecto.
—Ven a comer —me recojo el cabello chupándosela arrodillada en el piso, acariciando las piernas largas y gruesas.
—Está muy dura.
Digo volviendo a ella ansiosa por sacar lo que me quiero comer.
—Como me gusta que te la atragantes —deja que mi boca haga lo suyo y que su esencia masculina sea la primera cosa que recibo en el día.
Dejo que me bañe con tal de tener sus manos sobre mi cuerpo, sus dedos en mi cuero cabelludo y es que toca tan bien que deseas recibir mil baños al día.
—Esto también es una tortura —asegura deslizando la mano por mi pecho—. Porque estoy entrando aquí y no como un síndrome, porque esos se curan, se tratan, pero esto no; esto se queda en ti para siempre por más que quieras olvidarlo.
El agua cae sobre ambos. No le contesto por el mero hecho de saber que no soy la única perjudicada, ya que la balanza causará desmanes de lado a lado si se mueve perdiendo el equilibrio.
La fiesta continúa. El desayuno es un banquete que se comparte con gente que tiene resaca, sin embargo, la música no para y, mientras el ruso es vanagloriado, yo me suelto el camisón estampado que cargo arrojándome a la piscina.
He aprendido a aferrarme a cualquier momento feliz que me da la vida porque no sé cuando me la van a arrebatar y esté donde esté recibo la migaja de diversión saboreando despacio, ya que tampoco sé cuando volveré al calvario.
Nado por un rato, pero noto que hay varias personas esperando en la orilla, «Soy la única adentro», así que prefiero salirme para no arruinarles el momento.
El ruso está concentrado en una mesa bajo el parasol acompañado de una mujer sin sostén que le sostiene el trago. Borra en el papel, tomo asiento viendo lo que está diseñando y es un misil antitanque y multipropósito al que le pone medidas.
Detallo por un par de minutos como no se equivoca y me da cierta nostalgia no poder hacer planes sobre la profesión que me hubiese gustado estudiar. Amo el patinaje, pero nunca he descartado un título dentro o fuera de la FEMF, donde tenía el enfoque en el entrenamiento físico, deportivo y militar.
Me gustaba todo lo relacionado con el rendimiento físico y psicológico de las personas. Pasan dos horas y sigo observando lo que hace, los cálculos, los detalles y en cómo transforma las cosas comunes.
—¿Cómo sabes hacer eso? —le pregunto— Las armas.
—Me lo enseñaron en el curso de secuestro internacional con énfasis en torturas y desmembramiento de extremidades —contesta.
—No me trates como una tonta —odio que la gente haga eso.
—No te trato como una tonta —sigue trazando—. Te trato como la cría de mierda que eres.
Me levanto molesta, pero no alcanzo a ir muy lejos ya que me echa sobre su hombro a la vez que un montón de narcos se mueven con botellas de licor al lujoso crucero que está estacionado en el puerto.
Los voyeviki los siguen mientras me esfuerzo por bajar, pero cargarme no es ningún impedimento para él.
—Le dediqué nueve años de mi vida a las armas, números y explosivos
—me da un beso en la mejilla dejándome en la punta del navío antes de inclinar el trago que le dan mientras el crucero zarpa.
Parece político para que la gente le ofrezca tanto, ya que las celebraciones son por y para él; putas para que se deleite la vista, licor para que apague la sed, protección por montones porque el Boss es intocable y si de diversión se trata son expertos en dársela.
Se me viene encima sujetándome las manos mientras el filo recorre mi abdomen.
—¡Solo es una maldita pregunta! —me quejo. No puede estar un minuto sin amenazar.
—Bien —entierra el filo en la cubierta apartándome el sostén del bikini con la nariz.
—Al igual soy libre de elegir qué hago con mis pequeños pechos.
—Ni eres libre —deja mis senos expuestos—, ni puedes decidir que haces con esto porque nada de lo tuyo te pertenece a ti, me pertenece a mí desde tus pies…
Chupa sosteniendo mis senos con ambas manos logrando que la tanga se empape.
—Hasta tus pequeños pechos —termina.
La noche se vive en el crucero que flota bajo el cielo estrellado y no salgo de los brazos del Boss, por el contrario, soy penetrada con las manos amarradas en las barandas de la cubierta y ha estado tantas veces dentro de mí que ya se siente raro no tenerlo dentro.
Son días rodeadas de dinero, sexo y lujos montanda en los medios de transportes de la mafia (Helipcoteros, avionetas, camionetas). De Sinaloa se mueve a Veracruz y luego a Michoacán y en todos lados recoge grandes cantidades dinero. «No sé ni para qué me pone a patinar», porque le sobran los billetes.
Me baño con él en la madrugada en una de las playas donde hizo una parada antes de volver a Moscú y temo a las sensaciones que me surgen al estar aferrada a él con brazos y piernas en el mar.
Mientras lo beso no dejo recordarme que soy una retorcida y eso se queda en mi cabeza durante el día.
El anochecer nos toma en una hamaca paraguaya que se mueve mientras ambos miramos a las palmeras y temo que estos días sean la paz que tienen los fallecidos antes de morir. Dejo la barbilla sobre su pecho, «Soy una mala chica por verlo como lo veo».
—Siempre ha sido todo por la fuerza causándote mucho sufrimiento —
me dice y asiento entendiendo su psicología—. No creo que quieras vivir…
—El castigo por dañar el nombre del Boss —termino la frase por él.
—Exacto, esto siempre será nuestro retorcido secreto.
Recuesta mi cabeza en su pecho y sobre este vivo mi última noche en México.
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BOSS
RomanceEsta historia no es mía, decidí escribirla porque no la encontré completa en wattpad