Emma.
«Aprecia, atesora». Ama cada cosa que te haga feliz ya que en cualquier momento pueden arrojarte a un foso el cual te demuestra que la vida no es tan cruel como creías. Sé feliz ahora, no vaya a ser que el universo te obligue a ser fuerte a las malas.
Me niego a soltar a mi madre y ella trata de centrarme, pero no dejo de sollozar repitiendo una y otra vez lo mucho que la amo, lo mucho que la extrañé.
—Calmate —pide— ¿Qué te sucede?
—Emma —mi hermana me sujeta los hombros y me doy la vuelta abrazándola también.
Huele a loción fina y le lleno la cara de besos antes de apreciar el hermoso vestido que tiene. Me amarga el haber peleado tantas veces con ella, el haber causado discordias por no portarme bien.
—¡Qué hermosa te ves! —me alejo— ¿Cómo están todos? ¿Los caballos, los trabajadores, los vecinos?
Se acomoda el cabello con incomodidad y el que esté rodeada hace que me calle, todo el mundo me está mirando y, entre ellos, las hermanas de mi madre que también están en el evento. Hay japoneses, tailandeses y el personal de seguridad que está discutiendo con los escoltas de mi padre pidiendo que me saquen.
Elevan las voces mientras trato de dar una explicación, pero Koldum se lanza hacia el vestido de Sam el cual se rasga cuando se enreda. Los fotógrafos me atinan y mi mascota se desespera con los flashes al punto que debo alzarlo cuando intentan quitármelo.
—Baja a ese animal, Emma —me pide mi madre tapandome con disimulo—. Estamos llamando la atención de todos y es la presentación universitaria de Sam…
—Cuanto lo siento —me disculpo—. Es que quería verlos y no estaban en casa…
Papá posa las manos en mis hombros dándome apoyo mientras mi hermana no se ve para nada contenta, simplemente se da la vuelta a saludar a los japoneses que se acercan en tanto Rick trata de conciliar con los que quieren sacarme.
—Papá, lo siento —reitero—. Yo me dejé llevar por la emoción.
Analizo el desastre que empaña a mi familia, los murmullos y las miradas indiscretas.
—Ya no pasa nada —sonríe preocupado por los hombres que se nos acercan.
Mis tías me reparan de arriba abajo. La familia de mi madre es estricta, no les gusta que nos vean como mujeres tontas, impulsivas o poco inteligentes ya que, según ellas, el mundo de por sí ya nos juzga por tener una cara bonita.
Procuro arreglar mi cabello mientras bajo el león pidiéndole que se porte bien. Las personas importantes buscan una presentación familiar adulando a Sam, a mis padres y tías, en tanto yo acomodo las asas de mi mochila.
—¿Y la teniente James? —preguntan pasándome por alto en el momento de la presentación.
—En Londres y en los diarios —a papá se le ilumina la cara—. Ella es mi hija Emma James, disculpen que llegara así, pero estaba por fuera y quiso darnos la sorpresa…
No me miran bien y mi tía interfiere.
—Sam tiene el mejor puntaje en su carrera y toda la universidad, su proyecto es fascinante —le habla al japonés—. Hong Kong contaría con uno de los mejores médicos…
Bajan la mirada al vestido rasgado que empaña la perfecta belleza. Sam no es de hablar mucho, diría que es un poco timida en ese sentido cuando no está 100% segura de algo y diría que Koldum le quitó parte de eso dañando su vestimenta.
De seguro lleva semanas en esto y lo arruine. Mi tía sigue hablando en tanto mi madre la secunda recalcando lo inteligente que es. La sigo sintiendo incómoda con el animal que ahora no se queda quieto y le quita la concentración haciéndola titubear.
Le hago caso viendo cómo habla, cómo se desenvuelve y como mi madre se siente orgullosa. Yo también lo estoy al escuchar todos los logros y cosas inteligentes que dice, pero siento que no le están poniendo la atención que se merece al estar pendiente de los murmullos que rondan sobre mí.
—Ella es la mejor —se me sale de pronto atrapando la atención de los japoneses—. Esté en el área que esté va a dar lo mejor de sí porque es muy inteligente, capaz, dispuesta —trato de arreglarlo—. Yo daría lo que fuera por ser como ella, pero se robó todas las neuronas de la sabiduría cuando nació, ¿Cierto Sam?
Mis tías apartan la cara cuando me río, es obvio que estuvo mal el comentario, no debí hacerlo, pero como no puedo mantener el pico cerrado...
— Se robó todas las neuronas de la sabiduría cuando nació, ¿Es en serio Emma? —se ofusca mi tía— ¿Qué clase de educación le estás dando Luciana?
—Era una broma…
—Pero esto es algo serio. Sam se está jugando el ingreso al hospital de Hong Kong y tú vienes con tus tonterías demostrando que tiene una hermana anormal.
—No lo sabía —me defiende papá— y no tienes porque decirle anormal.
Intento explicar de nuevo, pero no me deja terminar, simplemente se llevan a mi hermana dejándome con mis padres. El que Sam no me diga nada quiere decir que ya la hice enojar. A papá lo siguen saludando.
—¿De dónde sacaste ese león? —me preguntan ambos cuando nos ubicamos en un pequeño espacio—. Hay que llevarlo a protección animal…
—Me lo encontré —me rehuso—. Hubo una feria en North Pole, lo abandonaron y ha sido mi amigo desde entonces…
—Hay que llevarlo —insiste mi madre.
—No, ya dije que es mi mascota…
Papá nos pide silencio al ver que estamos llamando nuevamente la atención. El evento está por acabarse y somos los primeros en salir. Me sigo sintiendo mal por Sam a la vez que les explico a mis padres que quería darles una sorpresa, por eso ahorré lo que me envían (lo cual supongo que reclama Vladimir) y pagué una avioneta privada que me trajo en tiempo récord.
—Emma, si se establecen reglas es porque hay que cumplirlas —me regaña papá—. No nos podemos mover sin previo aviso, lo he dicho miles de veces. Ya suficiente tengo con Rachel que se fue a un operativo…
—Solo me quedaré tres días —alego—. Podríamos no discutir, por favor.
Respira hondo, estoy entre mi madre y él mientras que Sam viaja con mis tías en la otra camioneta.
—¿Cómo está Raichil? —desvio el tema— ¿El embarazo va bien?
Basta que diga eso para que hablen como loros. Mamá se queja porque no quiere venirse a vivir a Phoenix mientras que papá no deja de relucir los actos heroicos que hizo por la mujer que me obligaron a matar. Se extienden y no importa, yo solo quiero escucharlos.
Absorber la voz de ambos es vida para mi alma, así sea viendo a mamá quejarse con elegancia. Sam sube a su alcoba cuando llegamos mientras yo saco una soda viendo como Luciana se mueve por la cocina alegando que no puedo tener un león como mascota.
Anhelo mi habitación y por ello la busco llevándome a Koldum antes de que mamá lo saque a escobazos. El Underboss me echó el móvil en la mochila. Extrañé todo de aquí y hasta las sábanas se sienten como una auténtica maravilla.
—¡Emma! —me regaña mi mamá en la entrada—. No me gusta que me dejes hablando sola señorita, que soy tu madre…
Voy a su lugar llenándola de besos abrazándola con fuerza.
—Luego lo hablamos ¿Si? Te explicaré todo sobre Koldum—le insisto—.
Ahora voy a hacer las paces con Sam.
No me abre cuando le toco la puerta. Mi segunda hermana es complicada asemejando la ley de hielo de mamá. Solía exasperarla antes, ya que de pequeñas entre más me ignoraba más le insistía hasta que me hablaba.
Parece que ese truco no funciona ahora porque tardo media hora chocando los nudillos contra la madera sin lograr nada y en últimas el calor me hace tomar a mi mascota.
Corro abajo ignorando la advertencia de mi madre que discute no sé qué con mis tías en el jardín mientras yo me saco los zapatos antes de tirarme a la piscina de un chapuzón. El sol resplandece, el agua me refresca, Koldum y yo nadamos felices.
No me importa si es infantil, si es tonto, solo quiero que los minutos dejen de pasar, que estos tres dias sean eternos. Cierro los ojos evocando Alaska y las veces que quise volver a hacer esto.
—¿Y si hacemos una parrillada? —nado a la orilla— De bienvenida, se supone que no lo debe sugerir el que llegó, pero...
—Ya almorzamos —se queja mi tía yéndose con mi madre.
«Solo son tres días». Me sumerjo en lo más hondo, «Estoy en casa y debo recargar fuerzas para afrontar el futuro».
Salgo a enjabonar a Koldum para que esté limpio y no estorbe a otros, lo meto bajo la manguera y no sé porqué paso saliva cuando me acuerdo del ruso. He estado obviando las consecuencias de exponerlo ante su hijo.
Procuro sacarlo de mi cabeza, pero sigue rondando con las contradicciones que hay en mi cerebro, ¿Le mentí a Vladimir? Si, le mentí y sé que en varios aspectos, pero me niego a aceptarlo, a asimilar que nunca me he sentido como él cree que me siento.
Vuelvo con la familia que está adentro. Mi madre tiene cuatro hermanas las cuales viven lejos de Phoenix y muy poco nos visitan, entre ellas, mi tía Mildred que tiene casi 60 y la tía Clara que está próxima a los cuarenta; una es Matemática y la otra es ingeniera Aeroespacial.
Ambas son solteras e independientes porque las Mitchels no son dependientes de nadie para que nadie se atreva a sacarles nada en cara más adelante.
Mamá solía enojarse con Rachel al estar tan enamorada del coronel, pero en el fondo está tranquila porque mi hermana era grande antes de conocerlo y en el nivel económico y laboral puede defenderse sola.
Se ponen a hablar de mí comparandome con las otras Mitchels que a mi edad tenían triunfos. Mamá se mueve incómoda, papá sigue leyendo su periódico y simplemente asiento aceptando los consejos.
—Se le está pagando una escuela de patinaje —me defiende Luciana—.
No es que ande de vaga por ahí, cuando vuelva entrará a la universidad.
—O a la FEMF —añade papá— ¿Cierto cariño?
—El patinaje no es una profesión, Emm —comenta la tía Clara—. Es algo que solo practicarás un par de años y por ello debes buscar algo más serio e importante.
Asiento rodeándole el cuello con los brazos a papá. Siguen con lo mismo y prefiero meterme en la cocina a preparar lo que comeremos en la tarde.
—Deja, yo me encargo —saco a la empleada—. Quiero echarle mucho queso a la lasaña de Sam y tú no me vas a dejar.
Alisto los ingredientes mientras sintonizo uno de mis canales favoritos.
No le contesto el móvil a los amigos de fiesta porque sencillamente quiero mantenerme aquí en casa.
Meto todo en el horno calibrando los minutos antes de salir a la sala secándome las manos, pero veo que todos se están preparándose para salir.
—Cambiate que saldremos —me pide papá—. El coronel nos quiere en North Central según su padrino de bodas...
—Pero la lasaña está en el horno…
—Debe ser algo importante, pocas veces piden de nuestra presencia…
Ir a compartir es una buena opción, pero también temo a que el Boss sepa que Vladimir me dio estos tres días y quiera hacer algo en contra de mis padres… O que mi mismo cuñado me ponga la trampa para acortar mis tres días. «Ya me ofreció», no puedo confiar en él.
—Mejor espero aquí —propongo—. No quiero que se queme la lasaña que le estoy preparando a Sam…
Viene bajando y solo medio me mira. Es terca, pero cede cuando se cansa de mis tonterías.
—¿Segura? —me pregunta mamá y asiento con la cabeza.
—No tarden —lo acompaño a la puerta—. Solo estaré tres días y saben que soy oferta limitada.
Mis padres me dan un beso en la frente y Sam se detiene en el umbral respirando hondo.
—¿Le echaste orégano a la lasaña?
—No, no te gusta el orégano.
—Bien.
Sale y me conformo con eso. Peino a mi mascota, le echo perfume, me baño y arreglo la mesa con velas esperando a que vuelvan. Hace mucho que no tengo una cena bonita.
La lasaña sale del horno, pero ellos están tardando, así que la dejo a una temperatura decente para que no se enfríe.
!
Siguen tardando, no me contestan el móvil y empiezo a servir calculando que ya deben estar por llegar, (Se fueron a las 6:30). Son casi las 9:30, tomo asiento cuando la mesa está arreglada y me levanto cuando oigo la puerta.
Sam, mamá y papá vienen con otro semblante que me contagian sin saber qué es, pero se están riendo y comentando entre ellos.
—¡Voy a tener dos nietos varones! —celebra papá abriéndome los brazos
El asombro me hace abrir la boca llena de alegría.
¡¿Cuándo lo supieron?!
—El amigo del coronel iluminó North Central para dar la noticia —
contesta Sam feliz también—. Ya los quiero conocer.
—Y me lo perdí —se me bajan los ánimos— ¿Alguien lo grabó?
—De seguro el amigo del coronel —me dice mamá—. Mañana le preguntamos.
—Sigan a la mesa…
—Ya comimos, cariño —se encaminan a la escalera—. Tus tías querían compensar a Sam por lo de hoy e insistieron en pagarle una cena en un restaurante bonito.
La decepción me tiñe la sonrisa, pero obviamente no les voy a robar protagonismo a mis sobrinos apagando la felicidad familiar, por el contrario, prefiero unirme al momento pidiéndole a mamá que me preste el teléfono para llamarla.
El coronel se pondrá a la defensiva si lo hago del mío y no quiero que hable con el Boss para que me lleve antes.
—Hoy no, ha de estar cansada y la doctora ya le dijo que no puede estresarse —se preocupa mamá—. Es un embarazo muy delicado y hay que cuidarla…
Asiento dándole la razón, mis sobrinos son la prioridad ahora.
—Le daré la comida a los hambrientos que rondan por el vecindario —
—No creo cariño, es mejor regalarla y no desperdiciarla.
Me pongo a la tarea de recoger empacando los recipientes en una caja, papá me advierte que no me demore y varios escoltas me acompañan a llevar la lasaña que le doy a los desamparados.
«Dos niños». Sonrío sola, ya me imagino a papá y al ministro peleando por la atención de ambos, Sam consiguiendo los mejores pediatras, mamá rodando los ojos porque son Morgan y Raichil enseñándoles a ser super soldados. Mientras que yo…
Paso el cúmulo de emociones que se me atora en la garganta.
Le entrego el plato de lasaña a uno de los indigentes de la calle y los escoltas se ponen alertas con la persona que se acerca caminando rápido. La luz de la lámpara callejera me deja ver la pañoleta que carga en la cabeza y suelto la caja corriendo hacia el grandulón que se apresura a mi sitio.
—¡Death! —me espera con un abrazo y dejo que me cargue estrechándome con fuerza— Deja de hacer tanto ejercicio que vas a terminar partiendome las costillas.
Se limpia las pocas lágrimas que se le escaparon asegurándose de que estoy bien y dejo un brazo sobre su cintura caminando con él al parque donde nos sentamos en una banca.
—No tienes idea de lo mucho que te echo de menos, pequeñuela —me dice—. Las noches no son iguales sin las videollamadas de chismes.
Death es un asesino del Mortal Cage y lo conocí hace unos meses. «Trabaja o es amigo de mi cuñado», no lo tengo muy claro, pero el coronel lo trajo cierta vez a la casa y nos volvimos del tipo de amigos que hablan horas por video chat.
Su apariencia muestra lo que es; un hombre que nació y creció en la calle valiéndose de la delincuencia para vivir, sin embargo, eso no quita que sea un buen amigo. «Nos gustan los gatos» y los hombres divertidos.
—¿Te acuerdas del padre que me presentaron en el almuerzo el día que te conocí? —pregunta y asiento sentándome en la banca— Guardé su número y le he pedido que rece mucho por ti y verte aquí me dice que funcionó.
Le acomodo la pañoleta. En los peores momentos conocemos a las mejores personas, revisé mi móvil y no tengo ni un solo mensaje de los que decían ser mis amigos. Solo Tyler enviaba mensajes casi a diario, mensajes que responde el Underboss.
—Gracias grandulón…
—Me niego a que mi única amiga muera.
Le cuento todo lo que ha pasado (omitiendo lo del ruso), solo le cuento lo último manteniendo mi papel de víctima, ya que si lo pongo en tela de juicio estaré realmente jodida. A decir verdad, ya lo estoy porque es inminente la disputa con el Boss.
—¿Sabes cuánto es lo máximo que ha resistido una víctima de la mafia rusa? —inquiere— Una semana y por ello sé que vas a salir de todo esto, así que aprovecha estos tres días y vuelve a ese sitio con esa sonrisa hermosa que tienes.
Me aferro a su consejo, dejar que volviera es una desventaja para ellos porque es obvio que mi familia me dará más esperanzas.
—Señorita Emma, ya debe volver a casa —me informa uno de los escoltas y dejo que Death me acompañe.
Pido que le permitan ingresar al vecindario y camina con el brazo sobre mi cuello recalcando que puedo hacerlo, que aunque el coronel y el ruso no me quieran viva, él cree que puedo lograrlo.
—Haz que Vladimir lo mate —insiste— y mantente lejos del Boss mientras llega el momento. Solo enfócate en el hijo.
No quiero que se vaya ni él ni ninguno de los que me rodean ya que en Alaska estoy totalmente sola. Tomamos el sendero a mi casa y una de mis tías entreabre la cortina haciendo que mamá aparezca a los pocos segundos.
—Luciana, ¿Cómo estás? —se alegra Death y ella no responde el saludo de mi amigo— Em y yo…
—Váyase y no me haga pasar más vergüenza…
—Mamá, solo te está saludando…
No razona y solo medio alcanzo a mover la mano para despedir a Death antes de que me meta a la casa. Ella y mis tías se unen a los alegatos sobre el tipo de persona con el que ando, sobre el mal aspecto que estoy dando.
—Por favor, no peleemos…
La dejo en la primera planta y me asomo en el despacho a buscar a mi papá, pero está hablando con el suegro de mi hermana sobre sus nietos.
—¿Tienes tiempo? —le pregunto despacio.
—Estamos en una charla sobre los cuidados que debe tener Rachel —tapa la bocina—. Creo que va para largo.
Me voy con Koldum a la alcoba apreciando otro mínimo detalle y es dormir en mi dormitorio. «Ya pasó un día», el de mañana tiene que ser más provechoso. El león se acomoda a los pieceros y me duermo reiterandome que vendrán mejores cosas.
—¡Emma! —me quitan las sábanas— ¡Saca a ese animal de la casa!
Me aclaro la vista, Koldum no está y rápidamente sigo a mi hermana que me lo señala y está mascando uno sus zapatos caros.
—Asumo la culpa, ha de tener hambre —voy por él—. Le diré a papá que te compre otros.
—Los traje de Londres —me reclama.
—Él no sabe Sam, es un animal….
—Animal que debe estar en su hábitat y no aquí…
—¡A Rachel no la puedes estresar con tus inmadureces! —me reprende—
Ahora todos tenemos que lidiar con tu falta de inteligencia la cual no te deja entender que ese animal está mejor al cuidado de otro.
Todos suben y busco mi alcoba evitando altercados, solo me baño, me visto y bajo a sacar un filete que el cachorro me arrebata de las manos asustando a la empleada.
—No me den mesada este mes —me adelanto al regaño cuando bajan mis padres—. Usen eso para los zapatos de Sam…
—Y para el vestido también —secunda mamá.
—Como digas.
Dejo que me sirvan el desayuno uniéndome a la mesa no sin antes sacar a Koldum para que juegue afuera en lo que acabo el desayuno.
—Queremos ver lo que aprendiste en Alaska —habla mamá de un momento a otro—. El entrenador que tenías aquí aceptó que participes en el pequeño concurso local que se realiza hoy en la noche.
Se centra en mí y no sé qué decir.
—Me acabó de confirmar —muestra el anuncio del concurso que se dará con mis antiguos compañeros—. Estás más avanzada, de seguro les darás una lección en ese tonto pasatiempo.
—Prefiero quedarme en casa.
—¿Por qué? —secunda una de mis tías — Luciana asegura que estás yendo a clases todos los días ¿O no es así?
—Vine a pasar tiempo con ustedes, en el hielo estoy todos los días….
—Solo será un par de horas, Emma —mamá recoge la mesa quitándome el derecho de refutar.
Los ánimos vuelven a decaer por más que quiero ser positiva. Estoy oxidada, ya que llevo semanas sin ponerme los patines y, obviamente, no he aprendido nada nuevo.
Invento miles de excusas, pero a mamá no se le pasa nada por alto y papá no me dedica tiempo ya que invitó a unos antiguos colegas con los que quiere celebrar con una parrillada “La noticia de sus nietos”.
No tiene tiempo para cabalgar, ni para ir a caminar.
Ayudo en las caballerizas, limpio la piscina y todo queriendo que la noche no llegue, pero llega y con ella el afán de mamá por llevarme a ese estúpido concurso.
—¿No estás cambiada todavía? —me apaga la tele— Emma, te estamos esperando. Luego dices que no mostramos interés en tus cosas.
Tomo uno de mis vestidos artísticos, los patines que tengo en casa y me maquillo para la ocasión odiando la idea.
Toda la familia me acompaña y no he entrado cuando ya me duele el estomago. Phoenix es pequeño y, al no tener muchas opciones de entretenimiento, las personas suelen acudir a este tipo de concursos.
Varios me saludan, mi antiguo entrenador me da la bienvenida recalcando a los otros que observen lo que aprendí «¡No he aprendido un reverendo pepino!» Quiero gritar.
Tengo el numero 20, los patinadores inician y entre más los veo, más me convenzo de que tienen más nivel que yo, que son mejores que yo y no sé porqué me acuerdo del ruso que me hace sudar en exceso.
Mamá habla de lo buena que es la academia y, para no decepcionarla, trato de mentalizarme a dar lo mejor de mí.
Llega mi momento junto con las inseguridades. He patinado por años, pero tantas cosas me han reducido a un manojo de nervios, a un patrón de incertidumbres.
«Concentrada». Hablo conmigo misma entrando al hielo, tomo velocidad iniciando los pasos básicos que no me salen tan bien, ya que la falta de entrenamiento hace que los huesos me duelan al igual que las articulaciones de los tobillos. No sincronizo, no me hallo y tampoco me siento cómoda.
Los murmullos me distraen, las personas que se codean, el que mis tías a cada nada le hablen al oído a mi madre, papá hablando por teléfono y Sam moviendo la cabeza en señal de negación.
Fallo en lo que intento hacer. Los recuerdos del calabozo me toman, esas ganas de apagarme cada que quería calentar, los gritos de ¡Vete al rincón! Me terminan llevando a los bordes de la pista y me obligo a volver al centro más nerviosa de lo que estaba.
No dejo de mirar a la gente, los pies se me enredan y caigo con un simple paso. Me levanto de inmediato siguiendo con la rutina mientras el público entra en ese tipo de silencio que odian los concursantes y trato de dar el primer salto que me tambalea, pero hay demasiados recuerdos difusos en mi cabeza.
El “Eres una cirquera” de Vladimir, “No eres buena en eso”. Vienen las antiguas señalaciones en los concursos perdidos y en el siguiente salto vuelvo al suelo en una aparatosa caída que me deja en vergüenza en el corazón de la pista.
“ Pierdes el tiempo”, “Déjalo ya”, todo se repite en mi cabeza. Nadie habla, sólo hay cientos de cejos fruncidos hacia mi dirección y risas discretas que se convierten en burla.
El hielo me quema, la decepción me corroe y me quito los patines buscando la salida corriendo en medias apresurándome por mis cosas.
«Tengo miedo y no sé ni de qué», pero quiero salir de aquí y lo hago huyendo por la puerta de atrás.
He hecho quedar en vergüenza a mi familia y me aterra volver a casa, así como me aterra volver a pisar una pista de hielo. El recuerdo de la caída me hace temblar y arrojo los patines a la primera caneca de basura que encuentro corriendo lejos.
—Señorita Emma —me alcanza uno de los escoltas—, sus padres me enviaron por usted…
Muevo la cabeza en señal de negación, pero él insiste obligándome a subir al vehículo donde, por suerte, viajo sola. Reparo mi vestido y lo que amaba se ha convertido en una fobia, en un miedo a la burla.
—No quiero bajar —le digo al hombre que se detiene—. Ellos me van a regañar.
—Salga.
Me abre la puerta llevándome a casa, a ese tribunal familiar que los reúne a todos en un mismo sitio, en este caso, la sala que alberga a mis padres, mi hermana y mis tías.
—Hay que hacer algo con ella, Luciana —dice mi tía Clara—. Una Mitchels haciendo el ridículo, ¿Cuándo se ha visto eso?
Mantengo la mirada en el piso, ahora he fallado también en lo que amo, en lo único que creía que me hacía diferente.
—Rachel y Sam —empieza mamá— tienen futuros brillantes….
—Yo no soy Rachel, no soy Sam —alego.
—Ya nos dimos cuenta —sigue mi tía—. Dañaste el evento de tu hermana, vienes sin avisar exponiendo la seguridad que con tanto esmero le brindan y como si no fuera suficiente avergüenzas a tus padres…
—¡Ya basta, Emma! —añade la tía Mildred— Basta de tonterías, de inmadureces, de ir por la vida creyendo que mereces todo solo porque perteneces a una familia importante...
—No es así…
— ¡No tienes idea de lo que es Alaska, así que no hables sin saber!
—¡No alegues y reconoce que solo eres una niñita consentida la cual terminará siendo la mantenida de quién sabe qué perdedor! —me grita—
¡Tus actitudes dan pena ajena!
—Ojalá sea así, ojalá termine siendo al menos la pareja de algún perdedor y no una solitaria, amargada y frustrada como tú.
Intento irme, pero mi madre me devuelve tomándome del brazo.
—¡Sueltala Luciana! —le pide papá, pero ella se niega— Ya fue suficiente.
—Ya no sé qué hacer contigo —continúa mamá—. Estoy harta de la poca consideración que nos tienes, de esa falta de madurez…
—¡No quiero pelear contigo! —refuto— No quiero ver como intentas imitar a mis tías.
—¡Aquí no importa lo que quieras! —me sacude queriendo que reaccione
— ¡Año tras año es lo mismo! ¡No hay avance, no hay logros! ¡Solo eres una más del montón que no hace más que dejarnos en ridículo!
Me le suelto y vuelve a tomarme gritándome y haciéndome notar que hay palabaras que duelen más que la tortura, porque los golpes recibidos en la Bratva no lastiman tanto como los insultos de Luciana.
“¡Inmadura, desobediente, inutil, descerebrada e inconsciente!”
—¡No te puedo presumir, no puedo hablar bien de mi propia hija! —sus uñas me lastiman— ¡Y me pregunto qué error cometí a la hora de criarte!
—¿Qué paro? ¿La verdad? ¿La realidad? —sigue.
—No quiero pelear contigo mamá —sigo apartando sus manos—. Así que suéltame, por favor…
—¡No! —vuelve a sacudirme con más fuerza— ¡No te voy a soltar hasta que entiendas lo mucho que me repugna tu maldito olor a fracaso…!
Callo sus palabras cuando de forma automática me zafo de su agarre y mi mano recae sobre su rostro abofeteando a mi propia madre quien retrocede con la mano en la mejilla mientras a mí me arde la palma sin creer lo que acabo de hacer.
«¿Qué hice?» Yo… No lo entiendo… No lo medí, no lo vi venir...
—Mamá, lo siento —tiemblo—. No quería, te lo juro, pero es que tú….
Sam la respalda, papá intenta sacarme a la fuerza y no dejo de pedirle perdón a mamá rogando por una oportunidad para hablar a solas, pero ella no quiere negándose a que la toque cuando me acerco.
—Perdóname, por favor.
Le insisto hasta que papá me lleva subiendo la escalera sin ningún tipo de sutilezas y ha de estar muy enojado porque nunca es brusco conmigo.
—Te explicaré lo que pasa —busco la manera de razonar mientras me lleva a la alcoba—. Es que…
—Señor, el ministro Morgan quiere saber si asistirá a la charla de la teniente —le avisa uno de sus escoltas—. Está en línea...
Digo, pero él recibe el teléfono dándome la espalda y vuelvo a ser aquella que no se reconoce arrebatándoselo de la oreja antes de estrellarlo contra el piso en tanto él frunce el cejo como si no fuera yo.
—¡Mírame joder! —le reclamo— ¡Mírame que yo también soy tu hija!
Veo como otro pilar se derrumba, ese muro sólido que se llamaba “Familia” se desmorona hundiéndome en el llanto al sentirme como si no perteneciera aquí.
—¡Déjame ser la protagonista de tu vida aunque sea por una vez! —
suplico— Deja a Rachel de lado un segundo y ponme atención a mí que yo también te necesito…
No dice nada mientras que yo no puedo callarme.
— ¡Dame un poco de ese amor que tanto le tienes! ¡Y deja de adorarla, de preocuparte que ella no es lo único importante en tu vida y yo no pido mucho!
Quería venir para recargarme, pero he perdido conmigo misma otra vez.
—A ella le sobra la atención que yo necesito —sigo—. Tiene un marido que la protege, un suegro que la adora, amigos que la cubren y ¿Qué tengo yo, papá?
Sacude la cabeza mientras yo no dejo de llorar.
—No puedo creer que eso salga de tu boca —me contesta—, de ti que me viste cuando ella se fue, de ti que viste por todo lo que pasó…
—Pero yo…
—¡Nada! —me refuta— Nada de lo que digas se compara con lo que ella pasó, el peligro en el que está y no lo entiendes porque no sabes lo que es perder a la primogénita que siempre te ha llenado de orgullo. No sabes lo que es fingir, lo que es despedirse con la amargura de que será para siempre, Emm.
Los sentimientos me atoran. Rick no es un mal padre y mi cerebro vuelve a convencerse de que nadie tiene la culpa de que yo no tenga la importancia que tiene mi hermana.
—No quiero perderla otra vez, no quiero que me la lastimen —confiesa
— ¡Ya me la han pateado muchas veces! Pensé que lo tenías claro, que todos aquí queríamos lo mismo porque somos una familia.
Vuelvo a bajar la cara dejando que las lágrimas me salpiquen el pecho.
No puedo competir con Sam, no puedo competir con Rachel y está bien, lo acepto, porque lidiamos con lo que labramos y yo no me esforcé por ser la hija favorita.
—Yo no Rick. No tengo ningún miedo porque odio este apellido, odio ser tu hija, así como detesto ser parte de este círculo de injustos —corto la poca consideración que tenían por mí de una vez por todas— ¡Odio vivir en la maldita sombra de mis hermanas y que tú solo veas a la que tiene más talento porque eso haces siempre!
No quiero que me extrañen y si muero no deseo que repita el dolor que sintió por su primogénita.
—¡Y ella no debió volver! ¡Su regreso fue una completa mierda! —
miento— ¡Debió quedarse en las sombras para que sienta lo que siento yo todos los días perteneciendo a esta familia de porquería que no hace más que señalarme!
Ataco con su misma forma de lastimar.
—En tu vejez no me veras, no me sentirás porque me desligo de esta responsabilidad que nunca quise —sollozo—. Me desligo de tu falsedad y sonrisas fingidas las cuales intentan que sienta que me quieres sin ser así,
Se le empañan los ojos y a mí todo me duele más que a él.
—¡Fuera de aquí!—habla mamá en el pie de la escalera— No sé quién eres, así que toma tus porquerias, tu león y lárgate de mi casa.
—¡Sean felices con su maldito honor y olvídense de que existo!
Papá se ha quedado mudo y hago caso recogiendo lo que traje, me coloco los zapatos rápido tomando la mochila y a Koldum mientras no dejo de llorar porque esta vez sé que me voy para siempre. Antes iba con una esperanza, ahora me largo sin nada, al fin y al cabo entre esas mentiras hay una verdad y es que aquí siento que no le importo a nadie.
—¡De ahora en adelante sobrevives tú sola! —me grita mamá mientras bajo la escalera— ¡Nada de llamadas, nada de ruegos porque nadie de aquí estará para ti!
—¡No me importa! —le contesto mintiendo desde la salida— ¡Porque de todos, a ti es a la que más detesto!
Suelto la última mentira antes de apresurarme al auto. Ya no seré más una mancha en su perfecto retrato familiar ya que dejaré de ser la hija defectuosa porque ya no tendrá nada de qué avergonzarse.
Me mueven al aeropuerto donde me indican que la avioneta privada que me llevará a North Pole sale en una hora, asiento y llamo a Death para que venga a despedirme.
—¡Pequeñuela! —se apresura a mi sitio limpiandome las lagrimas con los pulgares.
—Yo no quería pegarle a mamá —le explico—, pero ella me insultó y yo traté de explicarle que estoy intentando sobrevivir para ser esa hija perfecta…
—Oye, tú eres perfecta, ¿Lo entiendes? —me centra llorando conmigo—
Y hermosa también. Nadie tiene derecho a señalarte porque son pocos los que sobreviven a lo que has sobrevivido tú.
Me besa la frente, el avión va a despegar.
—Sé fuerte que yo sí espero por ti…
Quisiera decirle que no lo haga porque nuevamente me siento sin rumbo, sin objetivo y como dijo mi madre “Un fracaso”. Le doy un último abrazo antes de abordar la aeronave.
—No te sientas menos, pequeñuela —me dice mientras avanzo—. Se van a arrepentir de no tratarte como debían, ya lo veras.
No miro atrás. Es un vuelo largo y siento que lo mejor era no haber venido porque era mejor conservar la ilusión de que ellos me echaban de menos.
No odio, no envidio, pero sí estoy cargada de resentimiento y espero que Rachel aprecie a todos los que dan todo por ella. Anhelo que tenga a mis sobrinos y que todo lo que me ha pasado a mí valga la pena.
Aterrizo en el desolado aeropuerto de North Pole donde abordo un taxi a la posada donde se supone que vivo. La casera, la cual está amenazada por la Bratva, no me habla. Koldum juega en el piso y me siento en la orilla de la cama dejando que las horas pasen hasta que Vladimir aparece.
—Huelo el amargo olor de la tristeza —me dice.
—La hay —me tiembla la barbilla y me observa sollozar con la correa de Koldum en la mano. Nada de lo vivido se compara con esta pérdida, con esta desilusión que me consume.
«Creí que lo de Bendi había sido difícil». Me ofrece su mano invitándome a que me levante.
—Los espectros no sienten, pequeña puta —manifiesta—. Tú brillas, pero tus luces se quiebran a cada nada mientras que en la oscuridad no parpadeas, solo estás en la penumbra y ya.
Alza mi rostro para que lo mire y yo lo único que quiero es que esto deje de doler. Perder la capacidad de lamentarme.
—Seamos un par de seres desgraciados. Pierde el brillo y apaga esos sentimientos que no sirven siendo la esposa del Underboss —propone—
¿Quieres serlo?
¿A quién le importa si soy o no? Yo ya solo vivo por vivir, soy del cazador y pelear contra él solo me cansará más.
Muevo la cabeza en señal de asentimiento y él saca el sobre de coca que sacude dándome a entender una sola cosa.
—Primero debo probar si somos o no almas gemelas —aclara besando mis labios—. Las mujeres de la Bratva no viven para brillar, viven para destruir y los espectros pocas veces estamos sobrios.
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BOSS
Любовные романыEsta historia no es mía, decidí escribirla porque no la encontré completa en wattpad