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Día 1, 8: 30 pm

Las risas en el comedor no faltaban en absoluto, todos reunidos por mi capricho repentino estábamos cenando después de tanto tiempo separados. Mi familia había aceptado mi invitación a cenar a pesar de que tuvieran cosas importantes que hacer, la excusa perfecta había sido mi petición, pero, más que eso, estaba segura de que todos extrañaban los días en familia.

Los más pequeños jugaban con la comida o con su compañero de al lado y los grandes los reprendían por ello. El ambiente era tan magnífico que me traía melancolía al recordar todos aquellos momentos en los que la pasamos juntos; tiempo atrás cuando aún era una niña.

— ¿Me pasas la azúcar, por favor?- dijo una niña pequeña a mi lado.

La más pequeña de la familia.

— Claro, aquí tie...

Antes de poder contestar, un latido en mi cabeza hizo que me agachara del dolor, al levantar la vista, absolutamente todos se encontraban congelados en su lugar. La cuchara de uno de mis primos se detuvo en el aire, los regaños de mis tíos cesaron, el tazón de azúcar que por error había caído de mi mano se detuvo antes de colisionar con la mesa, y mi vista, poco a poco, comenzó a oscurecerse.

Parpadee.

Todo borroso.

Otra vez... 

Y entonces, la rutinaria oscuridad volvió, pero esta vez la luz no era dirigida a mí. Al frente, a algunos metros de distancia se encontraba alguien de rodillas, llorando y balbuceando cosas que no podía comprender.

– ¿Quién eres? ¿T- te encuentras bien?- pregunté sin recibir respuesta alguna.

Decidí acercarme para verla mejor, mis pasos eran vacilantes debido a que no se parecía a ninguno de mis anteriores visitantes. A diferencia de aquellas personas, ella era una pequeña bolita al centro de aquel lugar tan oscuro y sus largos mechones cubrían su rostro, por lo que no sabía si de verdad la conocía o no.

Lentamente me acuclillé frente a ella, tomé su hombro derecho pero no recibí ninguna alerta, tomé un mechón de su cabello y lo retiré viendo algo que me horrorizó.

Al retroceder y caerme de espaldas por la sorpresa; aquel ser que se hacía pasar por mí  comenzó a reír con fuerza. La espeluznante escena frente a mí hacía que la temperatura de mi cuerpo descendiera considerablemente mientras temblaba. Siempre traté de no temerle a nada, o al menos fingir que no temía, pero solo era una mentira cuando se trataba de cosas absurdas como esa que se daba frente a mí.

– ¿Qué eres?- Pregunté angustiada

Al poco tiempo se arrastró lentamente hacia donde me encontraba, tan lento que hacía que mi piel se enchinara, su expresión cínica me espantaba. Al llegar a mí las risas pararon, justo antes de lanzarse a abrazarme por el cuello con una sonrisa arrogante.

¿En qué momento la luz me reflejó?

Posó ambas manos en mi rostro y en una voz dulce proclamó - Soy tú- acarició mis mejillas para después continuar- Soy lo que debes de ser- y apoyando su frente en la mía prosiguió- Esta debes de ser tú, tienes que ganar, no podemos perder, ¿lo entiendes?

– ¿A qué te refieres?- pregunté, pero no me contestó; sin embargo, solo se separó y extendió una de sus manos hacia mi en cuanto se levantó

– El tiempo se acerca, debes de ser fuerte por el bien de todos. Sabrás cuál es el momento indicado para dejarme salir. Mientras tanto, sé fuerte y tenaz.

No pude decir nada más, las luces se volvieron a apagar y a lo lejos pude escuchar una voz muy conocida.

– ¡Llegó el momento! ¿Estás lista, humana?

En ese momento volví en sí y todo volvió a la normalidad. O eso creí, pues horas después ya no me encontraba en la tierra.

Un abismo infinitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora