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La brisa daba directamente en mi cara dándome una sensación tranquilizadora, mecía mis cabellos de un lado a otro mientras tomaba aire en mis pulmones y lo soltaba, mi estómago estaba intranquilo por el repentino traqueteo que minutos atrás había sentido; Después de que todos llegaran, la teletransportación había sido la forma más fácil de llegar hacia el lugar de la primera prueba y a pesar de que estaba nerviosa por los posteriores efectos secundarios que podría ocasionar tal acción; por suerte nada sucedió. Tan solo el malestar estomacal y el repentino mareo.

Cerré los ojos por unos segundos sintiéndome mareada y volví a abrirlos para observar todo con detalle;  nos encontrábamos en medio de un cañón. El color rojo del lugar y su gran altura me causaban una sensación de vértigo sumándole el hecho de que no me encontraba muy bien. La vista era maravillosa; en la tierra por desgracia no había podido conocer ni la mínima parte del planeta, muchas cosas eran todo un misterio para mí y, estar allí, me daba una repentina nostalgia por no haber podido disfrutar más de lo que en un instante efímero podría haberme pertenecido. Mi deseo más cercano había sido conocer el mar, las montañas, el mundo entero si era posible, pero me fue imposible cumplir esas metas.

La brisa mecía fragmentos de roca que se soltaban de los costados, haciéndolos flotar en la nada al final de aquella gran montaña. Eso era realmente extraño y al parecer nadie parecía percatarse. Había llamado mi atención completamente, debido a que nadie parecía querer estar ni a escasos centímetros de mi y , el camino estaba libre hacia el gran precipicio así que me acerque. Pude notar que una vez en el aire volvieron a caer una y otra vez, y además tenían tiempo determinado entre elevaciones y caídas.

Miré atentamente aquel punto, estaba segura de que nada bueno podría salir de esa observación. Al otro lado del precipicio y al comienzo de la otra montaña de piedra roja, se encontraba un pequeño puente sin agarraderas; parecía bastante inestable y daba solo hasta la mitad, de color ceniza y un tanto delegado.

Esperaba que no tuviéramos que saltar aquel puentecillo que se encontraba del otro lado, pues si fuese esa la razón por la que nos encontrábamos allí: estaba muerta. Tan pronto como comenzara la prueba, aquellos voladores podrían llegar, y yo, con mi gran bocota y mi "gran ingenio", caería en aquel agujero en el que parecía no tener final. O bueno, en realidad, aún no lo quería comprobar.

Volteé hacia todos lados, observando todo, una pequeña pista o un milagro que me indicara que no tenía que saltar o dañarme en el intento, pero nada, todo lo que había era más y más piedra roja, ni un cuadrilátero al menos, un lugar de preguntas, una carrera, nada, no había nada que pudiera verificarme que no tendría que saltar al vacío. Un escalofrío resonó en mi espina dorsal, la pesada mirada de alguien me estaba comiendo viva. Una mirada rojiza.

Miré hacia donde provenía aquella mirada, la presencia de Galaxia era tan grande que a simple vista solía resaltar, se encontraba nuevamente en un trono, al parecer hecho exclusivamente con las rocas del lugar, y a pesar de que eso sonara totalmente incómodo, ella parecía disfrutar de su lugar en las alturas de aquella montaña. A su lado parecía haber una mesa- del mismo color y material- con aperitivos y bebidas.

Sonreía hacia mí de una forma tan tétrica que no pude evitar apretar los dientes y mirar disimuladamente para otro lado, como si no supiera que ella estuviera allí y su simple existencia aplastara la mía. De reojo pude ver como tomaba una fruta extraña de uno de los platos y se lo llevaba a la boca.

— Bien- suspire mirando al cielo- debo de calmarme un poco.

Caminé nuevamente hacia el barranco y ya un poco más tranquila pude observar una línea marcada en las rocas, estaba muy, muy, muy en el fondo, y era poco perceptible. Debía de averiguar rápido de que se trataba todo eso y encontrar una solución.

Un abismo infinitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora