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Me había pasado el resto del día platicando con "el doctor André", y a decir verdad había sido divertido. Había aprendido cosas bastante interesantes y el gesto tan amable que él había tenido hacia mí, me había hecho sentir mejor de lo que momentos atrás estaba. Me dijo con toda sinceridad que las puertas de su consultorio estaban abiertas para mí y eso realmente lo agradecía.

¿De verdad podría haber esa cantidad tan exorbitante de tropas resguardando a la tierra? Eso era alucinante y aterrador al mismo tiempo, además, me preguntaba quién sería aquel ser, que, por alguna razón, parecía ayudarme.

¿Qué pretendía con ayudarme realmente?, ¿Qué obtendría a cambio?, no sabía en realidad, sólo esperaba que nada malo.

Caminando de nuevo a mi habitación apreté aquel frasco que me había dado para mi recuperación, me detuve un momento frente a uno de los grandes ventanales que me dejaban ver el exterior del lugar; flores y plantas, fuentes y estatuas adornaban aquel recinto del otro lado del cristal. Miré al cielo, las estrellas brillaban tan hermosas y la oscuridad del lugar hizo que lograra reflejarme en el ventanal, nada había cambiado realmente en mí, y tampoco parecía cambiar el bello cielo, aun si no era el mismo que observaba en la Tierra.

Mis inseguridades me hacían pensar que nada estaría bien si yo estaba allí, pues, si bien de a poco lograba hacerme creer que yo sola, lograría todo lo que me pusieran enfrente... estaba segura de que en algún momento encontrarían aquel punto débil del que Baron y Boris hablaron, porque a pesar de todo yo tenía más de uno, y cualquier golpe podría romper mi cordura en segundos.

Quería protegerlos aun si un ser más grande que yo pudiera aplastarme. Aun si pudiera caer en el intento hacia el abismo.

Quería hacer lo imposible algo posible, quería saber el rostro y el nombre de quien me había ayudado esa tarde. No solamente para agradecer, quiero aclarar. Si no, también para saber qué era lo que tramaba, que era lo que conseguía ayudándome. Porque para mí era realmente extraño que un ser de ese lugar quisiera ayudarme de la nada.

{...}

Había encontrado en los platillos Arqueneanos un gusto culposo, muchos de ellos eran realmente deliciosos, aun si su aspecto no era tan agradable a la vista. Según el comedor al que pertenecíamos había una variedad de comida para cada individuo, pero, al no haber más seres de mi galaxia en aquel sitio, me tocaba comer sola todos los días. Acompañada únicamente por las cocineras de mi comedor, las cuales por cierto eran muy amables conmigo. En ocasiones me incluían en su plática cuando veían que había terminado de comer, y en otras incluso hacían que comiera un plato más diciendo que en realidad comía muy poco.

Según lo que me habían contado; en el futuro habría recompensas tanto de alimentos como de objetos de valor, traídos exclusivamente desde nuestro lugar de origen. De cierta manera no podía esperar a probar nuevamente los alimentos humanos, aun si sus platillos fueran deliciosos, aquellos platillos que mi familia cocinaba, eran un manjar que no estaba dispuesta a perder.

Esa mañana mi apetito no era suficiente, desde hace ya varios minutos la sopa color morado frente a mí- la cual sabía delicioso- se había enfriado de tanto menearla, el agua de "pepino" que esperaba por mí al lado de mi plato se había asentado y el postre se había cuajado. No era justo que ellas dieran de su tiempo para hacerme rica comida y yo no la aprovechara, pero, por alguna razón, me encontraba sin apetito, un mal presentimiento me abordaba y las chicas que se encontraban preocupadas por mí solo se miraban entre ellas mientras que batían algunos sobres de algo, en un poco de agua.

— Si no te encuentras bien, toma esto- dijo Lino con un tono de preocupación- te ayudará a relajarte.

En realidad me encontraba en otro mundo, en uno lejano de Arquenia; La tierra para ser más exactos. Mis ojos estaban desenfocados viendo una galaxia que no podía atrapar, y su voz suave y ojos plateados me devolvieron a la realidad. Mi aspecto era terrible también, a pesar de llevar días en aquel sitio las únicas prendas con las que contaba eran; un cambio que Lurael y Lino me habían dado, el traje con el que me habían recibido y... la bata de dormir que me habían preparado. En mi cabeza había un gran parche que tendría que utilizar por unos días y pequeños moretones adornaban mi piel.

Un abismo infinitoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora