capítulo once: Sakata Kintoki

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Sakata lleva un par de horas sentado en el salón, simplemente viendo la televisión. Su cita aún no ha llegado, cuando de supone que debería estar ahí desde hace dos horas, y sus amigos le han cancelado los planes, y ahora está deprimido, pero sabe que se tiene que mostrar fuerte.

Ni siquiera le está prestando atención al programa que está puesto, lo único que sabe es que es una telenovela llamada 'Amar es Para Siempre' y que tiene una cancioncita muy... única, por así decirlo, de introducción.

Su madre aparece de la nada, sentándose junto a su hijo y mirando por un momento la tele.

—¿Amar es para siempre? ¿Desde cuándo te gustan estas cosas?— cuestiona la mujer, riéndose por lo bajo.

—La tengo de ruido de fondo, para distraerme y tal— responde el chico.

Realmente la serie no le estaba ayudando a distraerse de ninguna manera, sino que de alguna forma u otra ver el romance de la serie le hace sentirse aún peor.

—¿Todo bien, muchacho?— pregunta Eva, viendo como el ceño de su hijo se frunce con tristeza más que con enfado.

El joven niega con la cabeza, mirando a su madre antes de cerrar los ojos para que no se le escapen las lágrimas. Puede sentir un nudo formándose en su garganta, pero no quiere llorar.

—Cariño, seguro que todo va a estar bien. No sé sobre quién es, pero estoy segura de que lo vas a lograr superar.

Las palabras cálidas y alegres de su madre le hacen estallar en lágrimas, preocupando un poco a la mujer antes de comprender la situación y acariciar la espalda de su hijo.

—Ugh... lo siento mucho...— dice Sakata, secándose las lágrimas con la muñeca.

—¿Por qué lo sientes?
—Por llorar...
—¿Llorar? Llorar es una cosa tan natural, cielo, te hace aún más fuerte de lo que eres.

Parece que esas son las palabras que el rubio ha estado esperando durante toda su vida, porque lo alientan a llorar con más fuerza y pena.

—No pasa nada... Seguro que todo estará bien...— las palabras de Eva parecen calmar a su hijo.

Parece que los astros se alinean para cosas como esta, pues de repente el teléfono de Sakata empieza a vibrar con fuerza en la mesa.

El joven lo mira, ve el nombre de su cita y se pone nervioso. Su madre, sabiendo lo que pasa, coge el teléfono de la mesa y se lo da a su hijo, sonriéndole para que atienda la llamada.

—¿Hola?
—Ay... siento... ¿mejor... mañana?— la voz que la rubia escucha entrecortadamente habla, y la mujer ve cómo la cara de su hijo se ilumina poco a poco.

—Claro que sí, mañana lo hacemos mejor.
—Gracias... es que... y ella... perdón... ¿estás...?
—Sí, sí, entiendo lo mala que es tu situación. Puedes hablar conmigo si quieres, lo sabes, ¿verdad? Que tengamos una cita pendiente no significa que ya no seamos amigos.
—Eso... te quiero... ojalá... bien.

Y así termina la conversación, con el otro hombre colgando el teléfono. Sakata mira a Eva emocionado, con las mejillas y la nariz aún un poco rojas de haber estado llorando, y sonríe tan fuerte que sus ojos se cierran.

—¡Mañana es la cita!— exclama el chico.

—¡Qué bien! ¿Con quién es?— pregunta ella.

—Con un amigo mío, no sé si lo conozcas, ¿te suena un tal Anubis?
—Ah, sí, ¿el perro?
—¿Cómo?
—Creo que así le dice Simo... Tu amigo el perro, el morenito de pelo largo y negro, ¿no?
—No sabía que Simo le decía así.
—Pues yo no sabía que eras su amigo.

Ambos empiezan a carcajear, sorprendidos por el descubrimiento. Un cálido silencio se hace presente cuando sus risas terminan, y Eva suspira levemente.

—No hay problema en que llores, lo sabes, ¿verdad?

El nudo en la garganta de Sakata vuelve, aunque esta vez bastante más leve. Aún así, no confía en su voz ahora mismo, por lo que se limita a asentir mientras mira hacia el suelo.

—No sé si te lo he contado, pero el que más lloró en nuestra boda fue Adán, no yo— declara la mujer, sorprendiendo a su hijo que la mira, alentándola a seguir.

—Se pasó más de la mitad de la boda llorando. Apenas pudo decir los votos— dice mientras se ríe, haciendo reír a su hijo también.

Quizás la vida no quiera dejarlo ser un hombre real, quizás realmente es necesario llorar de vez en cuando, o a lo mejor esto es lo que necesita ahora mismo, porque de un momento a otro Sakata está sollozando otra vez, ahora sin un motivo aparente.

—N-ni siquiera sé por qué— dice lo mejor que puede, mirando a su madre mientras las lágrimas brotan de sus ojos en gruesas cascadas.

—Mi niño, todo lo que llevas aquí guardado,— le cuenta, señalando a su corazón, —está saliendo ahora mismo. Todos esos años sin llorar están siendo pagados, toda esa pena sin ser vista está dejando de ser ignorada. No te preocupes, para algo estoy aquí...

La calidez con la que habla, las palabras específicas que elige, el tono con el que se lo dice y el calor de sus manos que le limpian las lágrimas lo vuelven a llenar de sollozos y lágrimas.

Un hombre es alguien fuerte. Un hombre es un caballero imbatible. Pero incluso estos caballeros, estos hombres fuertes, estos reyes que nunca salen de sus puestos, tienen debilidades y lloran. Da igual qué tan honorable sea el motivo de ese llanto, lo que importa es que sí ocurre.

Para ser fuerte, imbatible, no rendirse, atacar sin remordimientos e incluso ser un buen esposo lo primero que hace falta es el llanto.

Y hoy Sakata ha aprendido eso. Hoy sabe que lo que necesita para que su corazón no pese tanto es llorar, y que es una muy buena solución para los problemas más cotidianos de la vida.

Por eso no deja de llorar en el pecho de su madre, quien acaricia sus cabellos y le susurra palabras amorosas y motivadoras.

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⏰ Última actualización: Apr 11 ⏰

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