Fragmento 2: Una punteria de muerte.

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ENZO

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ENZO.

Al entrar al apartamento, me sorprendió la vista los grandes ventanales al fondo, que inundaban el salón con la luz del sol y la ciudad. El sofa, situado en el centro, la imponente televisión a unos pocos metros, y junto al resto del mobiliario cuidadosamente seleccionado en tonos oscuros, creaban una armonía al espacio. A mi izquierda, una cocina de ensueño con una isleta de mármol oscuro llamaba mi atención, mientras que a la derecha, un pasillo sugería el acceso a las habitaciones, invitándome a explorar mas allá.

-¿Me hago la tonta y hago como si nada? -preguntó mi tía mientras yo me dedicaba a analizar el lugar.

Me desconcertó y fruncí el ceño, pero sabia perfectamente de lo que estaba hablando, el supuesto "coqueteo" con la vecina, y si, era mi vecina. Mi tía se encaminó hacia la cocina, su rostro ocultaba una sonrisa que intentaba disimular como respuesta.

-¿Mi cuarto...? -pregunte intentando escapar de una posible situación incomoda.

-Cruzando el pasillo, al fondo a la derecha -contestó divirtiéndose ante la situación que a mi no me hacia gracia alguna.

Con la maleta en mano, avanzaba hacia la habitación, cuya puerta parecía aguardar mi llegada desde hacía mucho tiempo. Como cualquier cuarto, sin perder esa sofisticación que destacaba en el ático, tenia un armario empotrado situado a mi derecha, un escritorio de roble oscuro al lado, una cama de matrimonio ocupaba todo el centro, esta, acompañada por cada lado de dos mesitas de noche. En una de ellas, descansaba un marco de foto, probablemente dejado por mi tía. Mi curiosidad me llevó a tomarlo en mis manos y sin soltar el marco, abrí la puerta que conducía al balcón y lo lancé al vacío con rabia. Éramos Samuel y yo. Minutos después, caí exhausto sobre la cama, abrumado por las emociones resurgidas.

Al poco de un rato, el timbre resonó, rompiendo el silencio de mis pensamientos. Mi curiosidad despertó, ¿Quién podría ser? Si no recuerdo mal, mi tía adquirió el ático hace apenas una semana. Al asomarme al pasillo, todas mis suposiciones se desvanecieron al instante. ¡Era ella! la chica de ojos azules. ¿No se aguantaba las ganas de verme? pregunté para mi mismo orgulloso de ello.

-Enzo... -interrumpí el posible chillido de mi tía cuando me asome por la puerta del pasillo-. Ah, estas aquí. Tu amiguita te esta buscando.

Mi tía continuó hablando, casi aguantandose las ganas de reírse. La quería, pero su humor me ponía nervioso, me dejaba en ridículo y parecía convertirse en una posible rutina que no iba a tolerar.

Salí del apartamento y me detuve a unos pocos pasos de la puerta, manteniendo una distancia mínima para admirar su presencia. En un instante, casi inevitable, recorrí cada centímetro de su cuerpo con la mirada. Su cabello liso caía suavemente sobre un vestido negro de terciopelo, que acariciaba su piel y hacía resaltar la intensidad de sus ojos azules. Una combinación que me incitaba a deslizar mis manos por su figura esbelta y rendirme a la tentación de cometer todos los pecados imaginables.

El porqué de su presencia interrumpió mis pensamientos, arrancándome de mis deseos más profundos y devolviéndome a la cruda realidad. Quise sugerirle que no me acosara pero casi de golpe, sacudió mi egocentrismo y de repente, entendí todo.

-¿Me querías romper la cabeza o eres gilipollas? -levanto la mano de la cual colgaba el marco que tire por el balcón minutos antes.

-Perd... -. No pude evitar soltar una carcajada que se interpuso en mi preciosa disculpa. No me malinterpretéis, la situación era graciosa, además, que probabilidades había de que fuera justo ella.

-Definitivamente eres gilipollas -interrumpió mis ganas de reírme y se marcho rápido por las escaleras dejándome con las palabras en la boca.

Perplejo ante la situación y una vez comprendida, me descojone soltando las emociones reprimidas que había intentado guardar por respeto a la chica. ¿Quién coño era y de donde había salido? No iba a negar que me llamaba la atención, pero por su bien lo deje pasar, y me dirigí hacia el salón cerrando la puerta tras de mí.

Como era de esperar... mi tía chismosa, ya estaba preguntando, algo que la caracterizaba desde hacia tiempo y que a veces llegaba a atosigarte.

-¿Qué le has hecho a la pobre muchacha? -preguntó mi tía incrédula.

-¿Yo?, nada, le gustara llamar la atención... -mentí.

-Que extraño... yo no llamaría la atención así -replicó desconfiada. Era obvio que no se había tragado mi mentira, si yo estuviera en su lugar tampoco lo haría, pero no podía decirle la verdad. Ella había dejado el marco en mi habitación con buena intención y no quería chafar sus emociones.

-Enzo, deberías superarlo... entiendo que sea duro, pero precisamente por eso estas aquí, sería lo mejor para ti y para los demás -. Mierda, maldije entre dientes, era como si me hubiera leído los pensamientos. Admito que me cabreo su comentario, en el fondo tenia razón pero yo, inconscientemente me seguía haciendo daño y no podía hacer nada para evitarlo, o al menos eso pensaba.

Ante ninguna respuesta, mi tía añadió:

-Te he dejado la cena sobre la mesa. Me iré a descansar, mañana será un día largo -cambió de tema mientras se encaminaba hacia su habitación, lo cual en el fondo agradecí.

Para mi sorpresa, devoré el plato. Estaba muerto de hambre porque apenas había comido nada desde el viaje. Dejé el plato sobre el fregadero y me dirigí al balcón de mi habitación.

Mientras contemplaba la ciudad, iluminada por cientos de luces de coches y farolas, encendí un cigarro y cerré los ojos, dejando que la brisa acariciara mi rostro mientras me sumergía en mis pensamientos. Siguiendo el consejo de mi tía, comprendí que tenia que dejar de engañarme. No seria fácil, pero no podía cargarme el presente con el pasado.

Inconscientemente, di una calada que abrasó mi dedo, sacándome del trance de golpe, y como un acto reflejo, la colilla se deslizó de mi mano precipitándose por el balcón.

Enzo, FragmentadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora