«—Deberíamos ir esta noche —pronunció con un pequeño destello de burla, de esos que lo caracterizaban cuando estaba de buen humor.
—¿A dónde? —pregunté. A decir verdad, me había perdido un poco después de verlo sonreír. Tieran tenía una de esas sonrisas contagiosas que hacían cuestionar la estabilidad de la tierra, como si la gravedad no fuera más que un nombre sofisticado para poder llamar a eso que en realidad nos mantenía de pie; esa sonrisa.
Tieran rio e hizo un gesto con la mano de un avión cayendo en picada al suelo.
—¿Cuándo aterrizarás tu cabeza sobre la tierra, Lia?
Me balanceé sobre mi pie derecho. Estábamos al borde del inicio de la playa, Tieran se había sentado sobre el borde de una cerca de cemento que dividía la carretera de la arena, mientras yo caminaba sobre esta.
Desvié un poco la mirada para ver a nuestros padres reunidos bajo una carpa a varios metros de nosotros; era la boda de un amigo de ambas familias. Para entonces, yo tenía casi trece y Tieran quince. La diferencia de edad no era mucha, pero justo en esa época parecía todo un viaje de años luz, yo aún jugaba con muñecas y Tieran ya había tenido su primera novia. Una que, por cierto, no me gustó en lo absoluto.
—Cuando tenga tu edad, quizá. —Elevé un hombro, restándole importancia—: Como sea, ¿qué decías?
—Que deberíamos ir a ese nuevo lugar que abrieron —Miró hacia la carpa—: No creo que nadie note que desaparecimos.
—No lo han hecho porque pueden vernos, idiota. Además... —Hice una mueca con mi labio inferior—: ¿Acaso no te da pánico que tus amigos te vean por ahí con una niña como yo?
—Lia, por favor, hemos crecido juntos y... ¿de dónde sacaste eso?
Me senté junto a él.
—Los escuché el otro día. —El silencio se hizo presente durante un segundo—: Da igual, no me hagas caso. Tal vez lo mejor sea que...
—Nunca les he dicho tal cosa, a nadie —dijo con prisa, intentando defenderse.
—Está bien, lo entiendo. Tú ya estás en secundaria y... —Mis ojos viajaron hacia su mano que acaba de agarrar mi muñeca derecha para detenerme en un solo sitio—: Entendería si ya no quieres verme.
Sacudió la cabeza, negando.
—Lia, jamás he dicho algo como eso. ¿Qué te hace pensar que ya no quiero estar cerca de ti, abeja? Eres parte de mi familia, nunca podría dejarte de lado así como así.
—¿Aunque te saque de tus casillas? —pregunté con mi voz de niña que no rompe un plato.
—Aunque me sacas de mis casillas.
Me sacudí la arena de mi vestido azul cielo y miré hacia la carpa.
—Le preguntaré a mi mamá si me deja ir a esa tienda —dije apresuradamente y corrí hacia donde ella estaba».
Tiré de la esquina de la hoja del pentagrama, lo arranqué de la libreta y lo tiré al cubo de basura más cercano que tenía. Luego, me levanté y fui por él. Ya podía escuchar el sermón de mi madre decirme que lo llevara directo al contenedor que tenía en nuestro jardín para reciclaje. Ella era bióloga de profesión y ecologista por vocación, era profesora en una escuela secundaria y tenía todo un invernadero en el jardín trasero, además, hacia sus propias hojas de papel a mano con papel reciclado para sus alumnos.
Aquella noche, mis padres no estaban en casa y mi hermana había decidido ir por ahí con sus amigas al cine, por lo que estaba sola. Lo peor del caso era que tenía hambre y no sabía cocinar nadita.
Mi estómago gruñó. Me vestí con unas zapatillas deportivas, pero me quedé con el pantalón de pijama y el suéter tejido largo que a veces usaba para dormir. Tenía dos opciones: Encargar algo por Delivery o ir al pequeño supermercado a dos calles por algo para comer. Estuve un par de minutos revisando en línea los menús de las diferentes aplicaciones, pero finalmente me decidí por salir de casa. Fui caminando con un par de audífonos puestos y una vez ahí, me dirigí a la sección de Snacks rápidos.
—Parece que no se te ha quitado la mala costumbre de cenar algo muy poco saludable.
Pegué un brinco al escuchar su voz. Tenía en las manos un paquete de papas fritas extra picantes cuando me giré para verlo. Tieran estaba de pie a tan solo un metro de mí y solo esa distancia bastaba para escuchar los latidos fuertes de mi corazón en mi pecho. De pronto, recordé la última vez que estuvimos en ese lugar; casi nos corren por romper unas botellas de vinagre que estaban justo al borde del estante. No lo hicieron solo porque en las cámaras de dieron cuenta de que las botellas estaban mal acomodadas y nos cayeron encima. A decir verdad, toda la situación fue graciosa, pero regresar a casa empapados en ese olor a condimentos no lo fue tanto.
Tuve que morderme la lengua para no reír ante el recuerdo.
—Es parte de mi ser, quizá por ello es que tengo un par de kilos de más, pero... ¿sabes qué? Las delicias de la vida hay que disfrutarlas lo más posible. —Agité la bolsa y me enderecé para verlo de frente.
—No tienes un par de kilos de más, Lia.
Elevé un hombro.
—De todas maneras, es esto o no cenar.
—Existe la fruta, los vegetales, el cereal con leche...
—Bien, ya entendí —repliqué—: Ahora, si me disculpas, iré a pagar lo único que sé cocinar.
No le vi la cara, pero lo escuché reír. A continuación, me dirigí a la caja. Sabía que me seguía porque podía sentir su presencia, pero no giré para comprobarlo. Primero, porque no dejaba de temblar; segundo, porque tenía miedo de que notara que lo evadía con la mirada.
Pagué la cuenta y salí del local. Solo entonces, di media vuelta y lo vi de pie con las manos dentro de los bolsillos de su pantalón y una bolsa colgada de la muñeca.
—¿Vas a casa? —preguntó y yo asentí—: ¿Te llevo?
De pronto, recordé que estaba usando un pijama, pero me olvidé de ello rápido. Jamás tuve que preocuparme por cosas como esas con él. No cuando me había visto en los peores y más embarazosos momentos de mi vida.
—No, no es necesario. Me gusta caminar.
—No era una pregunta —respondió y la bocina de un auto pitó al ser desbloqueado—: Vamos.
Lo vi caminar con calma hacia su auto y guardar la bolsa en la maleta. Un segundo después, se giró a verme con las llaves en la mano.
—¿Lia?
Reaccioné al escucharlo; me había quedado mirándolo como idiota. No dije nada y me apresuré a subirme al asiento de copiloto.
...
—Gracias —dije en cuando aparcó frente a mi casa. Me apresuré a salir, pero Tieran colocó su mano sobre la mía que sostenía la puerta. Mi respiración se cortó.
—Para la próxima, espero que al menos me dejes darte un abrazo antes de huir.
Lo miré fijamente. ¿Qué había dicho? Tieran sonrió con los labios cerrados y retiró su mano.
«Sal del auto, Aurelie».
En mi interior, asentí a mí misma y salí de ahí. Caminé hacia la puerta. Solo cuando la cerré escuché el auto marcharse y yo pude respirar de nuevo con normalidad.
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Ecos de un verano frío
Romance💙 Finalista de los Wattys 2024💙 Aurelie siempre lo ha amado, pero las complicaciones nunca los han abandonado. Al reencontrarse con él en una noche de verano, ella deberá confiar en su propio reflejo para ponerle un punto final a su historia; sin...