5. Las abejas de las flores de loto

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—¿Irás esta noche a la fogata?

Me quité los audífonos de golpe para poder escuchar lo que mi mejor amiga acaba de preguntarme. Hera se cruzó de brazos y me dedicó una de esas miradas de fastidio que solían ser parte de su personalidad, luego recargó su cuerpo contra el marco de la puerta de mi habitación antes de repetir la pregunta.

—¿Tú irás? —pregunté de vuelta sin mirarla.

—Iremos —afirmó—: Regresaré a Manchester en tres semanas. ¿Vas a dejar sola a tu mejor amiga durante el resto del verano solo porque tu amor perdido está en la ciudad?

—¿Puedes dejar de llamarlo de esa forma?

—¿Y cómo quieres que lo llame entonces, Aurelie? —Escuché sus pasos detrás de mí. De refilón, la vi tomar asiento sobre el borde de mi cama—: ¿Recuerdas lo que nos decía tu mamá cuando éramos niñas? Cada persona tiene...

—Cinco amores en su vida.

—Su amor infantil, su amor prohibido, su amor platónico, el amor de su vida y...

—Su amor perdido —completé con un susurro—: Lo recuerdo bien. —Cerré la hoja de partituras y la dejé sobre el pequeño piano portátil que tenía en una esquina de mi habitación. Estaba lo bastante viejo como para tener que cuidar que las teclas no se quebraran con cada toque, pero me lo había regalo mi abuelo cuando era niña y de alguna manera sentía que usar otro no sería lo mismo, no sería la misma—: En tal caso, todavía me faltan dos por encontrar.

Hera asintió.

—Y el amor no va a llegar a la puerta de tu casa, cariño —Chasqueó los dedos y se levantó en dirección a mi armario. Apenas presté atención a lo que estaba haciendo porque tenía la cabeza en otro lado. En específico, en esa mirada que me dedicó cuando volví a verlo.

Tenía que aceptar que Tieran no estaba ahí por mí, que lo que fuimos se había perdido hace mucho tiempo. Él y yo ya no teníamos una vida entrelazada. ¿Cuándo iba a aceptar que seguía enamorada de un amor fantasma que terminó mucho antes de comenzar? Por cuatro años pensé que lo había superado, pero tan solo bastó una mirada para que todo lo que había logrado se viniera abajo. Eso no estaba bien.

—Te pondrás esto. —Hera me arrojó algo que no tuve tiempo de agarrar y me golpeó en el hombro. Un momento después, descubrí que se trataba de ese vestido azul cielo con flores que había comprado en primavera con ella—: Necesitas encontrar al amor de tu vida —Sonrió.

Imité su gesto, pero la sonrisa no fue del todo alegre.

¿Cómo podía encontrar al amor de vida si era el mismo que había perdido años atrás cuando apenas era capaz de aferrarme a algo con todo de mí? ¿Cómo podía vivir con esa sensación que se enganchaba en mi corazón como yo lo hacía con el recuerdo de esa ilusión que un día significó todo para mí?

Tenía el corazón roto desde antes de notarlo y temía que la única forma de repararlo era la misma que lo había fragmentado.

...

A las ocho de la noche, Hera y yo caminamos descalzas entre el tumulto de gente que estaba en la playa, a varios metros de la orilla había unos cuantos troncos encendidos y una ligera música que acompañaba el sonido de las olas. Vimos a un par de amigos por ahí, así que nos acercamos a ellos a saludar. Un rato después, tomamos un par de tragos porque, ¿qué era una fogata en la playa sin ellos? No me gustaba beber alcohol, pero aquellos días necesitaba cualquier cosa que me sacara del letargo en el que me sumergí desde que vi a Tieran de nuevo y tal parecía que, de alguna manera, el destino quería ponerle un punto final a ello, porque no aún no me había terminado el segundo trago cuando lo vi.

Ecos de un verano fríoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora