6. Las llamas de un tornado de invierno

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—Espera —pronuncié, arrastrando las palabras—: ¿Esta es tu casa? —Me quedé de pie junto a la acera del lado de la carretera junto a un auto rojo que parecía llevar mucho tiempo aparcado ahí—. Oh...

—¿Qué? —preguntó, de pie en la entrada, confundido.

Me quedé mirando la fachada detrás de él. El frente daba directo a la playa y tenía una pequeña cerca de madera blanca. Un porche grande que cubría toda la pared delantera y dos ventanas enormes, una de cada lado de la puerta. Me balanceé de un lado a otro de nuevo, no podía detallar muchas más cosas con la poca iluminación y mi mareada vista. Tieran dio la vuelta y sacó unas llaves de su bolsillo, cuando abrió la puerta, se giró hacía mí.

—¿Necesitas ayuda?

Sacudí la cabeza con fuerza.

—Puedo sola. —Di un paso y subí el primer peldaño de la escalera que daba al pórtico—: ¿Por qué los hombres siempre tienen esa necesidad de portarse caballerosos? No siempre necesitamos a un héroe, ¿sabes?

Tieran se cruzó de brazos, observándome desde su posición.

—Jamás te había visto ebria, es bastante cómico si me lo preguntas.

—Primero. —Levanté un dedo—: Claro que no me habías visto ebria, la última vez que te vi ni siquiera podía beber de forma legal; segundo... —Levanté otro dedo—: ¿Qué te parece gracioso?

La malicia brilló en sus ojos. Me dio la impresión de que quiso decir algo más, pero se limitó a hacer un gesto hacia el interior de la casa.

—Para que lo sepas —dijo Tieran cuando pasé por su lado—: Eres la primera mujer a la que escucho que no soporta la caballerosidad.

Pasé a su lado y lo ignoré, o al menos eso le quise hacer entender a él. Dentro, el pasillo que daba al salón principal estaba oscuro, por lo que me tropecé un poco al caminar.

—Puedes sentarte donde quieras. Prepararé el té. —Lo vi dejar su chaqueta en alguna parte de la estancia y desaparecer por una puerta. Mi teléfono sonó: Era la respuesta al mensaje que le había escrito a Hera diciéndole que me iría a casa. Mentirle a mi mejor amiga no es de mis cosas favoritas en el mundo, pero decirle que primero iría con Tieran a su casa hasta que el alcohol saliera de mi cuerpo no era la mejor opción de todas en ese momento.

Miré alrededor. La casa era bonita, muy bonita y cara. La decoración no era muy excesiva; sin embargo, los muebles azul oscuro contrarrestaban las paredes blancas. Hay un par de posters en una de las paredes y una pila de libros sobre la mesa redonda de madera. Tomé asiento en uno de los sillones individuales, pero tan solo duré un par de segundo ahí antes de levantarme como si la tela me quemara las piernas. ¿Por qué sentía que eso estaba mal? Que no debía estar ahí, en ese lugar donde cada rincón gritaba que pertenecía a alguien a quién yo ya no podía tener.

Intranquila, caminé por el salón. Tieran estaba en la cocina abierta, de espaldas a mí. Sus hombros se veían relajados al igual que cada uno de los movimientos que hacía. Las luces no estaban del todo encendidas por donde yo estaba, así que tuve que entrecerrar los ojos para poder distinguir del todo por dónde iba. Avancé con mi mano derecha apoyada en la pared, sin poder creer que estaba recorriendo su casa. ¿Me veía como acosadora? Tal vez un poco. Retiré la mano de golpe y clavé la mirada en la puerta que tenía justo frente a mí. Estaba semiabierta y el interior estaba iluminado por una tenue luz roja fluorescente que no hizo más que erizarme los vellos de la piel. Sabía que no debía entrar, pero justo en ese momento tampoco estaba cuerda el todo.

Me quedé de pie bajo el umbral de la puerta. ¿Qué era este lugar? Había tarjetas blancas colgadas de una cuerda, dos mesas largas con contenedores encima y muchas otras tarjetas pegadas en las paredes. Me tomó un segundo darme cuenta de que se trataba de fotografías, muchas de ellas.

Ecos de un verano fríoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora