13. La brisa de un verano perdido

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¿Era posible que tan solo un par de palabras lograran desmoronar todos los muros que había creado para mantener los sentimientos encerrados? Solía pensar que no, que, si los muros estaban hechos del material más resistente, era casi imposible que sucediera, pero justo en ese momento me quedó claro que él ejercía un poder sobre mí tan grande que me asustaba. Me asustaba porque sabía lo débil que era ante él, siempre lo fui y tal parecía que ciertas cosas nunca cambiaban.

—Tú decidiste esa vida —pronuncié, con el corazón en la garganta y di un paso al frente, alejándome de su toque—: No puedes regresar después de tantos años y pretender que el tiempo no ha pasado. No somos los mismos, Tieran y jamás lo seremos.

—Sé bien que no somos los mismos. —Volvió a acercarse a mí—: Pero eso no significa que no siga pensando que eres todo lo que necesito en la vida.

Tuve que tomarme un segundo para encontrar mi voz. ¿Cómo se atrevía? ¿Cómo pretendía que regresara de nuevo a sus brazos, así como si nada? Si me hubiera dicho aquellas palabras hace cuatro años, habría caído en ellos sin dudarlo, pero ya no era aquella niña ingenua que se había enamorado del chico de ojos grises que le quitaba las coletas del cabello cuando jugaban en el parque.

Sentí el escozor de las lágrimas en los bordes de mis ojos.

—Tú lo dijiste, Tieran. Somos imposibles, lo fuimos desde que comenzamos toda esta tontería. Todo habría sido mucho mejor si... si... —Guardé silencio, pero por la oscuridad que se acentuó en sus ojos, me di cuenta de que él supo lo que quise decir.

«Todo habría sido mucho mejor si no nos hubiéramos conocido».

—¿Y qué hago, Lia? ¿Qué se supone que hago con todo esto que llevo por dentro? Ya te lo dije; no quiero regresar a una vida donde no estés tú.

—¿Qué hay de tu prometida? —pregunté, apretando la mandíbula—: ¿Vas a traerla de vez en cuando para que también la vea? Por el amor de Dios, vas a casarte.

Tieran sacudió la cabeza con rapidez, negando. Avanzó un paso y me sostuvo por las muñecas sin que alcanzara a evitarlo.

—No —pronunció con voz ronca, pero firme—: No voy a casarme, no de esa forma.

—No me lo digas.

—Déjame...

—¡No, Tieran! —Me aparté de su lado con brusquedad—: No quiero saberlo, no quiero saber nada que tenga que ver contigo. ¿Acaso no lo ves?

Era mentira, claro está, pero parte de mí intentaba herirlo de la misma forma en la que él lo había hecho.

—¿Acaso olvidaste lo que dijiste? —pregunté con un hilo de voz. Humedecí mis labios y miré a otro lado durante un instante antes de clavar mis ojos sobre los suyos—: Jamás podría querer a alguien como tú. —Tuve que tragar con fuerza para poder desintegrar un poco el nudo que tenía en la garganta—: Te soportaba por mis hermanos y mi madre, pero ahora no hay nada que me ate a ti. Aléjate de mí, espero no tener que volver a cruzarme contigo es esta vida.

Sabía aquellas palabras de memoria porque me las había repetido a mí misma tantas veces que no pude llevar la cuenta. El rostro de Tieran se veía como si lo hubieran golpeado con fuerza en el centro del rostro. Pensé que decirle eso me haría sentir mejor, pero no fue así en lo absoluto.

Sus labios se separaron, como si quisiera decir algo, pero volvieron a juntarse de inmediato.

—Supongo que esto es todo —dije yo y sin esperar nada más, me subí a la bicicleta y me marché de ahí lo más rápido que pude.

...

Lo odiaba.

¿Cómo no iba a hacerlo?

Él la había tratado como un imbécil, se había comportado de la peor manera que alguien puede comportarse con alguien que le importa. Recordaba a la perfección aquellas palabras, pero esperaba... No, le rogaba al cielo que ella no lo hiciera; sin embargo, tal parecía que Aurelie había enterrado cualquier otro sentimiento hacia el que no fuera el odio.

La lastimó y eso jamás iba a perdonárselo.

Tieran sabía que, en aquel momento, esas palabras provenían del dolor que él mismo sentía. De esa sensación de asfixia que permanecía en su pecho desde la muerte de su madre y sabía que esas palabras iban a dolerle, pero aun así las dijo.

Ella tenía razón, no la merecía y aunque él mismo ya se lo había dicho varias veces, verla alejarse de él esa noche terminó de romper las últimas grietas de su corazón.

Se llevó una mano al pecho.

¿Qué haría ahora? ¿Qué haría de sí mismo cuando su único motivo para permanecer de pie desde que tenía uso de razón no quería verlo más? Soltó una risa agría, ¿qué pensaba? ¿Qué la recuperaría así de la nada?

Tal vez... tal vez después de todo sí necesitaba ese mapa de estaciones para los amores perdidos del que su madre tanto hablaba.

—¿Cuál historia me contarás esta vez? —preguntó con voz ronca. No había podido dormir mucho, primero porque su padre le había informado que su madre no pasó la noche del todo bien, además el dolor que sentía en el pecho tampoco lo dejaba estar tranquilo del todo.

¿Cómo podía estar tranquilo cuando todo su mundo de estaba desmoronando?

Su madre ladeó un poco la cabeza y sonrió ligeramente. Sabía que tenía dolor porque escuchó como se lo decía a una de las enfermeras. Eso era algo que le molestaba, ella jamás le decía la verdad de cómo se sentía y aquello lo volvía loco.

—¿Recuerdas que de niño te encantaban los piratas?

Tieran no pudo evitar reír con ligereza.

—Lo recuerdo bien.

—Pues creo que esta historia va a encantarte... 

...

¿Alguien más tiene ganas de llorar? 

¿Qué piensan de Tieran hasta ahora? 


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Ecos de un verano fríoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora