10. Las flores marchitas de un otoño congelado

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Capítulo doble por ser cortito<3 

...

A los catorce años, Tieran llegó a preguntarse si existía algo más bonito en el mundo que ver los ojos de su madre. Esos zafiros que tenían la tormenta del océano en su interior eran las gemas más preciosas para él, su universo. Sus ojos brillaban como estrellas en el abismo cada vez que los veía cuando era niño y sabía que los suyos lo hacían de la misma forma, porque para cualquier niño su madre es esa Diosa de los cielos, la más preciosa de todas.

Solo había otra única cosa que lo hacía sentir de la misma forma, pero a Tieran no le gustaba decirlo en voz alta.

Miró a través de la ventana como el mar a lo lejos se notaba salvaje desde su posición. Las olas golpeaban con fuerza las rocas, como si quisieran escapar de ahí, tal como él debía verse cuando quería escapar de esa lúgubre habitación.

—¿Te cuento una historia? —preguntó la voz ronca de su madre. Estuvo durmiendo toda la mañana y verla despierta lo alegró más que cualquier otra cosa.

—¿No crees que estoy muy grande para los cuentos? —Se apartó de la ventana y tomó asiento en una silla junto a esa cama de hospital donde ella había estado la última semana. Justo ahora estaba solo con ella puesto que su padre estaba atendiendo una emergencia en ese mismo lugar y sus hermanos todavía eran lo bastante pequeños como para permanecer ahí todo el día.

Sostuvo una de sus manos y algo dentro de él se quebró al verle los hematomas en la piel pálida de sus brazos. Por inercia, llevó sus labios hasta los nudillos de su madre y depositó un suave beso.

—Nunca estamos lo suficientemente grandes para los cuentos, cariño. Las historias son las que hacen la vida un poco más fácil de llevar.

Tieran hizo una mueca. No estaba de ánimos para escuchar uno de esos cuentos fantasiosos, pero tal parecía que su mamá sí lo estaba, así que tan solo se limitó a asentir.

—¿Sabes de dónde proviene tu nombre, Tieran?

Él intentó hacer memoria porque sabía que ya se lo había comentado años atrás, pero no lo recordaba.

—De mi abuelo —dijo con simpleza un momento después, pero sabía que ese no era el origen como tal.

—Sí, de tu abuelo, pero antes de él hubo alguien más.

—Me pregunto si el abuelo no se inventó esas historias nada más para poder tener un tema de conversación antes de dormir —murmuró él, luego rio un poco. Su abuelo, quien falleció cuando él tan solo tenía ocho años, solía ir por ahí contando historias, mitos y leyendas que él juraba que eran reales, pero Tieran muchas veces no pensaba lo mismo.

—No lo hizo, no con estas.

Tieran entrecerró un ojo.

—No suenas muy convencida.

—Tieran...

El mencionado alzó los brazos en señal de rendición.

—Está bien. —Bajó los brazos—: Está bien. Dime, ¿cuál es la historia de mi nombre?

—Hace muchos años, en la época donde los bailes eran la cúspide del mundo...

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Ecos de un verano fríoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora