3. La historia de dos corazones

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INVIERNO

Un hilo de sangre corrió por el costado de su mejilla. El herrero limpio esa zona con la palma de su mano y sintió el escozor de la herida abierta en su mejilla; sin embargo, era la menor de sus preocupaciones justo en ese momento.

¿Dónde tendrían a la princesa?

Tamborileó su talón contra el piso de madera y apoyó los codos sobre las rodillas, inclinándose hacia adelante. El sudor caía por todo su cuerpo, aquel lugar era insoportable. Recordaba haber estado ahí varias veces de pequeño debido a su rebeldía. Sacudió la cabeza, no podía estar quieto. La angustia que no saber lo que había ocurrido con ella lo estaba aniquilando.

Miró por la pequeña ventanilla que había en la celda el mar que los rodeaba y el destello de la luna sobre el agua le hizo recordar las palabras que su padre le dijo en alguna vez: «Si algún día encuentras a alguien lo suficientemente importante como para morir por ello, te darás cuenta de que todo lo demás es insignificante». ¿Sería capaz de dar la vida por ella? Aquella hazaña también implicaba dejar desprotegido a su hermano y desde luego que no quería eso.

Se llevó las manos a la cabeza en un gesto de frustración. Su corazón latía con fuerza. Estaba seguro de que el capitán entregaría a la princesa al mercado negro de las altas islas del norte, de las cuales ya se había escuchado esa clase de cosas anteriormente; secuestros y venta de personas de la realeza. Era horroroso pensarlo.

Tieran debía ser muy cauteloso, el plan que escogiera para salir de ahí no podía tener caminos distorsionados porque no solo su vida estaba en juego.

Mantuvo la mirada por un segundo más sobre el agua, luego, dio un paso atrás y la madera bajo sus pies crujió. Por inercia, dio un pequeño golpe con el talón sobre esa zona, de inmediato notó el sonido hueco que generó. Se inclinó y apoyó sobre sus rodillas para levantar la tabla, pero está no cedió. Alzó la mirada y vio los soportes de la lona que funcionaba como cama. Arrancó uno de ellos con fuerza y regresó al suelo. Después de varios intentos, la tabla de madera se rompió por completo.

Debajo de esta había un agujero, no sabía a dónde conducía, pero parecía ser una salida prometedora después de todo. El agujero no era lo bastante grande como para entrar por ahí, así que comenzó a destrozar las tablas adyacentes. Al terminar, saltó hacia el interior de este y aterrizó sobre una superficie dura. El polvo a su alrededor se extendió, ahogándolo por un momento. Le costó acostumbrarse a la oscuridad, pero cuando lo hizo, descubrió que estaba en la zona del armamento del barco.

Sabía con exactitud el lugar en el que se encontraban las armas, por lo que corrió hacia allí sin pensarlo. Escondió una daga en una de sus botas y tomó una espada. Tenía una sola oportunidad.

...

El capitán dormía siempre con un ojo abierto, pero aquella noche roncaba con bastante entusiasmo. Tieran esperaba que el alcohol lo hubiera dopado el tiempo suficiente para averiguar dónde estaba la princesa.

Se acercó con sigilo hacia el escritorio, el pirata solía escribir las direcciones de todos sus tráficos. Cosa no muy inteligente de su parte; sin embargo, para Tieran en aquel momento era perfecto. Un par de minutos después, sacó el diario del capitán del primer cajón del escritorio y corrió hacia la ventana que daba a un pequeño balcón que estaba sobre la cubierta. Una vez del otro lado, avanzó con prisa hacia la izquierda, los botes salvavidas estaban a tan solo un par de metro de él.

—Quieto ahí.

A Tieran se le cortó la respiración. Sintió el filo de la espada que el pirata mantenía sobre su cuello.

—Suelta la espada.

Tieran la soltó y alzó los brazos.

—Ahora sí vas a morir, escoria. Tu padre murió como un cobarde y tú lo harás igual.

Aquellas palabras fueron el detonante para él. Empujó su codo contra la mandíbula del pirata, este echó la cabeza hacia atrás y Tieran aprovechó la distracción para dar media vuelta y golpearlo en el estómago. El pirata se dobló, pero aun así, logró lanzar el primer golpe con su espada. Tieran saltó hacia atrás, hacia la barandilla que lo separaba de una caída suicida hacia la helada agua que lo cortaría como miles de cuchillos. Se sostuvo de una soga, pero el pirata avanzó con rapidez hacia él. Tieran lo empujó con sus piernas y saltó de nuevo hacia adelante.

—No tienes salida —dijo el pirata—: Soy yo o el agua y en cualquiera de los dos casos, terminarás ahogado.

—Eso lo veremos.

Sacó la daga de su escondite y cortó un lado del brazo del pirata, pero esto no fue suficiente, porque de inmediato lanzó la espada por un costado de él. Tieran sintió el golpe, pero la adrenalina que corría por sus venas era mucho más fuerte. Golpeó con la empuñadura de la daga y dio un paso atrás. De pronto, sintió la punta de la espada justo sobre su garganta.

—¿Últimas palabras?

Tieran lo miró a los ojos.

—Espero que te vaya bien —dijo una voz detrás del pirata. A continuación, se escuchó un golpe seco y lo siguiente que Tieran vio fue al pirata en el suelo.

Alzó los ojos con lentitud para ver al culpable de aquello. Para su sorpresa, vio a la princesa. Al principio le costó identificarla, llevaba puesto un traje de marino y un sombrero que le ocultaba el cabello, casi pasaba desapercibida.

—¿Qué...?

—El hecho de que sea una princesa no significa que no sepa defenderme. Me escapé de los piratas que me llevaban hacia otro barco y los idiotas ni siquiera se dieron cuenta.

El herrero parpadeó, perplejo.

—¿Vas a quedarte ahí toda la noche? —replicó la princesa—: Porque van a encontrarnos si nos quedamos aquí.

Reaccionó segundos después. Siempre se quedaba sin palabras al verla, pero aquella no era la ocasión para ello. Sin pensarlo dos veces, la agarró de la mano.

—Vámonos de aquí. 

Ecos de un verano fríoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora