1. La soledad de un verano frío

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No podía despegar mis ojos de los suyos; primero, porque parecía ser que era la única manera de mantener los pies sobre la tierra, como era costumbre y segundo; porque de cualquier otra forma habría dejado de respirar. Habría pensado que estaba en un sueño y tendría que pellizcarme para asegurarme de que todo eso era real. Un par de segundos después, Tieran sostuvo mi mano contra la suya, jugueteó con mis dedos durante varios minutos antes de hablar con calma.

—De cierta manera, mi madre siempre pensó que se trataba de nosotros —murmuró—: Creo que ella siempre supo que estaba enamorado de ti, incluso mucho antes de que yo me diera cuenta. —Sonrió de lado.

—Así que a eso se refería —dije en voz baja. Tieran inclinó un poco al cabeza hacía un lado, confundido. Hice un gesto con la mi mano libre—: Una vez me quedé con los mellizos en tu casa y ella estaba ahí contando una historia que no entendí hasta ahora. Recuerdo que mencionó algo sobre mi nombre, pero... —Hice una pausa—: Decía que era muy difícil olvidar y dejar de amar a alguien al que el destino te ha atado desde mucho antes del inicio del mundo. Tus hermanos estaban muy pequeños y... ella no dejaba de repetir que estaba destinada a formar parte de su familia.

Tieran fue acercándose poco a poco, hasta que su frente estuvo unida a la mía y depositó un suave beso sobre mis labios.

—Siempre serás mi familia, Lia. Pasé lo que pasé, mi corazón te ha pertenecido desde el primer momento en el que te vi y dudo mucho que eso cambie algún día.

—¿Así que estás enamorado de mí? —pregunté con cierta diversión.

Tieran elevó una ceja.

—Por supuesto que estoy enamorado de ti, Lia.

Esta vez fui yo quien lo besó. El calor de su piel contra la mía y la sensación húmeda de sus labios era delirante. No existían muchas cosas con las que se pudiera comparar, para nada, aquellos besos bien podían ser el secreto más preciado del universo, ese que hay que cuidar con la vida en pleno.

Cuando nos separamos, nos quedamos con las frentes unidas durante un momento.

—No quiero mencionarlo, pero... tampoco puedo dejar de pensar en ello —dije un momento después, sin retroceder del todo—: ¿Qué pasará con nosotros? No puedo volver a como estaba, no puedo regresar a casa así, no quiero... no quiero tener que perderte de nuevo.

Tieran colocó mi cabello detrás de mi oreja con una sutileza que me hico sentir mariposas en el estómago. Sí, ese aleteo del que suelen hablar en los cuentos de hadas era real en ese instante.

—¿Qué va a pasar con tu compromiso...? —decir la palabra me carcomió las entrañas.

—La única razón de ese compromiso era únicamente ayudar a una amiga... Si te incómoda, no tenemos que hablar de esto.

—Sí tenemos que hacerlo, quiero hacerlo. —«Necesito saberlo»—: Por favor.

—La conocí hace dos años cuando estuve un par de semanas en la India por trabajo, su sueño era vivir aquí y traerse a sus padres. Hace un par de meses emigró y la forma más rápida de conseguirle la nacionalidad era esa. Después de un año anularíamos el matrimonio. —Mira hacia el frente por un momento—: Lia, te aseguro que esa es la verdad. Le tengo aprecio, es una buena amiga, pero no la amo. No de la forma en la que te amo a ti.

Sentí que algo brincó dentro de mí al escucharlo.

—Entonces... ¿tengo que esperar un año para tenerte?

—¿No estás escuchándome? —Se incorporó frente a mí—: No voy a casarme, no si tengo que dejarte a un lado.

—¿Harías eso por mí?

Tieran soltó una carcajada.

—Creo que todavía no estás consciente de todo lo que sería capaz de hacer por ti. ¿No me conoces acaso?

Fingí pensarlo.

—No lo sé, quizá preferías quedarte con ella y...

La rapidez con la que Tieran se acercó a mí, apoyó sus manos sobre mis caderas y me lanzó sobre su hombro como si me tratara de un costal de tubérculos no me dio tiempo a procesar lo que estaba pasando hasta que sentí sus pasos andar por el departamento.

—¡Estás loco! ¡Bájame!

—Solo lo haré si dejas de decir estupideces. —Dio un par de vueltas conmigo encima.

—¡Tieran! ¡Basta!

—Te bajaré si lo prometes.

—¿Si prometo qué?

—Promete... —Se inclinó hacia abajo y colocó sus manos en mi espalda mientras yo apoyaba los pies contra el suelo—: Prométeme que te quedarás conmigo, que serás mía para siempre —susurró contra mis labios.

Vi mi propio reflejo en sus ojos, sentí mi corazón latir al unísono con el suyo y de pronto, nos vi a ambos, a esa vida que parecía comenzar a tomar forma.

—Te prometo... —Enredé mis brazos alrededor de su cuello—: Que seré el sol en esos días oscuros, que tendré cuidado con mis besos y te prometo... que me quedaré a tu lado aunque las estrellas dejen de brillar.

Tieran sonrió contra mis labios.

—Solo tengo una condición —murmuró—: Espero que no tengas cuidado con tus besos —dijo antes de juntar nuestros labios.

Me preguntaba si Tieran me abrazaba de aquella forma porque sabía que ambos teníamos miedo a quedarnos solos. Me preguntaba si estaba consciente de que las palabras que dijo acababan de sellar la carta de vida que siempre quise, esa que comenzó a escribirse cuando lo vi por primera vez.

Me preguntaba si el cielo se sentiría de la misma forma en la que me sentía en sus brazos. 

 

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Ecos de un verano fríoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora