5. El juego que el destino nunca supo

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Tieran

Para él, verla aquella noche le hizo recordar la primera vez que la vio. Era una niña testaruda a la que le gustaba jugar con tierra y esconder cosas de otras personas para que toda la situación se convirtiera en un juego de escondite del que no era muy fácil salir.

Era ella.

Fue ella quien lo mantuvo con vida cuando él mismo ni siquiera sabía cómo hacerlo.

La vio ponerse de pie de su mesa y desaparecer al final del salón. Él también se levantó, dispuesto a esperarla hasta que regresara. Quería irse de ahí, quería estar con ella, no mirarla desde lejos como hizo durante toda su vida. Sentía que estaba en otro mundo cada vez que la miraba y no podía esperar más. No quería esperar más.

Distraído, jugó con los botones de su traje negro. De pronto, sintió unas manos alrededor de sus brazos y se giró de golpe para ver de quién se trataba; no obstante, unos labios se juntaron con los suyos de inmediato, sorprendiéndolo por completo.

Dio un paso atrás, tambaleante, por lo que la única forma que consiguió de mantener el equilibrio fue sostenerse de la chica. La conocía, claro que sí, pero no era ella.

Se separó de golpe un segundo después. Miró a Niara, la chica con la que estuvo a punto de casarse.

—Lo siento, cariño.

Tieran no reaccionó en el momento, pero entonces recordó que Niara había acordado ir con él a la bosa hace un par de semanas, pero desde hace varios días que no sabía nada de ella.

—Niara. —La alejó un poco de sí—: ¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó en un susurro.

La chica lo miró con ternura. Para él, ella era una buena amiga, pero estaba claro de que eso tenía que terminar.

—Te acompaño —respondió, simple. Confundido, Tieran la tomó por el brazo y la llevó a una zona donde pudieran hablar con tranquilidad.

—Niara —dijo con firmeza—: Llevo días sin saber de ti y... ¿Te apareces así? ¿De la nada? ¿Qué está pasando? —Recordó otra cosa—: ¿Qué fue ese beso? No acordamos nada de esto.

—Creí que querías que viniera.

—Pero me dijiste que no podías y luego desapareciste. —Se cruzó de brazos—: Hay algo que debo hablar contigo.

Niara, lo supo desde que volvió a verlo luego de su regreso a Londres. Supo que la había visto a ella y desde entonces no volvió a ser el mismo. Niara se había enamorado como una idiota de Tieran, pero jamás había tenido el valor para decirlo. De cierta forma, esperaba que él terminara enamorándose de ella con todo ese rollo que tenían, pero no había sido así y no lo sería.

Se guardó las lágrimas para sí misma mientras escuchaba con atención lo que Tieran le estaba diciendo. Fue una estupidez besarlo delante de toda esa gente, claro que sí; sin embargo, el impulso llegó en el momento y cuando se dio cuenta ya era demasiado tarde.

¿Por qué siempre tenía que tener problemas con los hombres con los que se enamoraba?

En ese caso, lo había hecho de alguien que ya amaba a alguien más y no se lo perdonaría nunca.

—Lo siento —dijo, tímida—: Lamento mucho haberlo hecho, yo... —Hizo una pausa—: Lo entiendo... lo entiendo —repitió, como si intentara convencerse a sí misma.

Intentaba no llorar.

—¿La amas? —preguntó ella.

—Siempre lo he hecho —respondió él.

Ambos prometieron que hablarían luego con mucha más calma, pero si algo quedó claro en ese momento, fue el hecho de que su compromiso ya no existía. Tieran no podía hacerlo, no podía dejar a Lía por quien sabe cuánto tiempo, aunque ella dijera que estaría bien.

Regresó al salón. Miró alrededor, buscándola, pero al no verla, se acercó hacia su mesa. Hera clavó la mirada en él al detenerse a su lado.

—¿Has visto a Lia?

—Llevo un rato buscándola, dijo que iba hacia el sanitario para limpiar su vestido, pero acabo de ir a buscarla y no está. Pensé que se había marchado contigo porque tampoco te veía.

—¿Por qué siento que siempre estás a la defensiva conmigo?

—Porque la hiciste sufrir, Tieran, sea como sea, la hiciste sufrir —Hera sacó el teléfono de su bolso de mano—: Y espero que no vuelvas a hacerlo.

A Tieran le dolió el pecho. Escuchar que Lia había sufrido por su culpa lo mataba de una forma en la que ni siquiera podía explicarlo.

Mientras Hera la llamaba, algo pasó por su mente.

—No responde —dijo ella e intentó llamarla de nuevo.

No, pensó.

¿Existía la posibilidad de que lo hubiera visto con Niera?

Sí, claro que sí.

Se llevó una mano a la nuca, incómodo por un momento.

—¿Y ahora dónde se metió? —gruñó Hera.

—Iré a buscarla —dijo Tieran—: Intenta de nuevo, si responde, me avisas, por favor.

—Sí, claro... —respondió medio sarcástica.

Él no le tomó mucha atención y avanzó entra el lugar.

Tenía que estar por ahí. 

Ecos de un verano fríoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora