8. Ecos de un verano frío

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Aurelie estaba en coma.

Para todos, la noticia fue un balde de agua fría. Se sentía como astillas por todo el cuerpo que rompían cada vena hasta llegar al corazón.

Había pasado una semana del accidente. Lo único positivo sobre su situación era que respiraba por sí misma y los doctores decía que debía despertar en cualquier momento.

Tieran no había dormido mucho, por no decir que no había dormido nada. La madre de Aurelie le había dicho que tenía unas ojeras horribles y que debía ir a casa a descansar un poco; sin embargo, él no quería irse. Temía que ella se le escapara de las manos si lo hacía.

Era horrible sentirse impotente. Saber que la persona que amas está luchando contra la vida y la muerte en esa fría habitación de hospital. Tieran odiaba los hospitales, siempre lo había hecho, pero desde que su madre enfermó, se le revolvía el estómago con el simple hecho de ver uno.

¿Acaso era un castigo? ¿El destino lo estaba castigando por haberle ocultado a ella lo que le ocurría a él? Si era así, estaba dispuesto a dar todo lo que tenía con tal de que ella estuviera bien.

...

Tres días después, Aurelie continuaba igual a como ingresó. Los doctores continuaban diciendo que no tenía daño cerebral, que podía despertar en cualquier momento, pero no lo hacía.

No lo hacía.

Tieran no podía perder la esperanza. No, de ninguna manera podía hacerlo. Se negaba a aceptar vivir en un mundo donde ella no estuviera.

...

—Tienes que saber algo —murmuró él.

Estaba sentado a un lado de la camilla donde ella estaba luego de que permitieran las visitas. Habían pasado casi dos semanas del accidente. Tieran tenía una barba creciente y ojeras que cada vez se oscurecían más. Al igual que los padres de Aurelie, él tampoco había descansado.

Sentía que a su corazón le faltaba el hilo que lo mantenía atado a la vida.

—Día llegaste a mi casa con ese vestido de flores azul que tanto te gustaba, llevabas dos pequeños lazos en las trenzas y te disgustaste cuando uno de ellos se te cayó —mencionó con una sonrisa triste—: Debes saber... que lo encontré después de que te fueras y... —Se inclinó hacia atrás y lo sacó de uno de los bolsillos de su pantalón—: Lo he guardado todo este tiempo. Siempre he querido devolvértelo, pero parte de mí sintió que, para hacerlo, debía confesarte todo lo que sentía y... —Guardó silencio para evitar que las lágrimas cayeran—: Algo dentro de mí cambió la primera vez que te vi. Me atrevería a decir que mi instinto me intentó avisar sobre el gran cambio que haría mi vida después de conocerte. Porque sí, Lia, lograste cambiar por completo mis pensamientos. Eres una de las mejores cosas que me ha pasado en la vida. —Sostuvo su mano con fuerza y depositó un beso sobre el dorso de esta. Sin poder evitarlo por mucho más tiempo, sus ojos derramaron varias lágrimas que cayeron sobre las sábanas—: No quiero perderte, cariño. Mi corazón necesitaba un arreglo para poder vivir, pero sería capaz de entregártelo con tal de que sigas aquí. A mi lado, al lado de todas esas personas que te amamos...

Tieran dejó que las lágrimas salieran sin reprimirlas.

—Te amo, Lia.

Apoyó la frente contra el colchón y lloró hasta quedarse dormido.

...

—¿Vas a venir conmigo?

—¿A dónde?

—A la gala de esta noche —Se cruzó de brazos—: ¿No me digas que lo olvidaste? —Elevó una ceja de forma acusatoria.

—Jamás lo olvidaría, pero... —Se acercó a ella y le dio un tierno beso sobre la frente—: Tengo algo más que hacer, así que te veré allí más tarde.

—Tieran...

—Lia...

Ella sonrió.

—No te atrevas a llegar tarde. —Lo apuntó con su dedo índice.

Él se inclinó para besarla en los labios.

—Jamás lo haría, amor.

Esa noche, Aurelie usaba un vestido largo color verde esmeralda que su hermana la había ayudado a escoger, el cual combinaba a la perfección con los colores de su nueva asociación benéfica para mascotas que había creado con un par de colegas y demás trabajadores.

Tamborileó sus dedos sobre los papeles que tenía en la mano.

—No ha llegado.

—¿Puedes calmarte? —replicó Valentine—: No es para tanto.

—Pero quiero que escuche mi discurso.

—Aurelie —Valentine la tomó por los hombros—: Llegará, no te preocupes.

Eso esperaba.

Un par de minutos después, el presentador la llamó al escenario y ella no pudo evitar buscarlo entre el público, a pesar de que las luces que apuntaban directo al escenario a penas le permitían ver algo. Sintió una gota de sudor que le recorrió la espalda.

—Buenas noches a todos, es un honor para mí estar aquí hoy. Después de todo lo que ha pasado, todo lo que hemos vivido. Es un placer por fin dar inicio a esta inauguración del nuevo centro para mascotas. Como conmemoración, mañana desde muy temprano tendremos una campaña de adopción en nuestras instalaciones... —Escuchó un silbido desde la parte de atrás y se giró un segundo solo para ver a Valentine apuntando hacia un lugar frente a ella. Regresó la mirada al frente y sintió un vuelco en su corazón al verlo de pie cerca de la entrada con un enorme ramo de flores en sus brazos. Tuvo que morderse la lengua para contener la risa—: Ha sido todo un año lleno de altibajos, esperanza y desesperanza, pero las acciones buenas siempre tienen un final feliz incluso cuando en algún momento no lo parezca. Las historias de nuestras vidas siempre serán los mejores tesoros que tendremos para apreciar y nuestra familia siempre será testigo de ello. La felicidad no depende de alguien... —Hizo una pausa—: Depende del valor que nosotros mismo tengamos de realizar una acción que nos lleve hacia esa felicidad, incluso si tan solo se trata de algo pasajero. El destino ya está descrito. —Lo miró a él—: Solo falta ser capaces de encontrarlo dentro de los ecos que perduran con el tiempo. Espero que disfruten de la noche.

Una vez que se bajó del escenario, fue directa hacia donde él estaba.

—Estás loco —le dijo—: No puedo creer que no vinieras conmigo por ir a buscar flores.

—¿Vas a reñirme o a besarme? —preguntó Tieran con diversión—: Porque en cualquiera de los dos casos, voy a ganar.

—¿Por qué ganarías si te riño? —Aurelie se cruzó de brazos.

—Porque... —Dejó las flores a un lado y le pasó los brazos por la cintura, atrayéndola hacia él—: Con la primera opción tendrás que disculparte luego con la segunda.

—Odio que siempre tengas razón.

—No es así, no seas mentirosa —dijo él casi sobre sus labios—: No me odias.

El falso escudo de Aurelie cayó.

—No, no lo hago. —Se acercó para darle un beso casto—: En realidad, te amo.

—¿Disculpa? No te he escuchado.

—Dije que... te amo.

—También te amo, Lia. 

Ecos de un verano fríoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora