¿Te puedo decir algo?

11 1 0
                                    

Mi ciudad siempre me había parecido triste desde que tengo memoria. Siempre fue tan gris y monótoma que a veces no le encontraba sentido a que la gente se quedara a vivir el resto de sus vidas allí. Quizás era como me decía mi mamá: "cuando te canse el ritmo de la vida, lo vas a entender".

Los miércoles creo que eran los días menos interesantes, siempre hacíamos cosas recreativas en la escuela y casi no teníamos tareas. No pasaba nada interesante y casi todos mis compañeros faltaban estos días pero mis amigas y yo nunca faltábamos.
Carolina y Pame no faltaban nunca porque les encantaba los talleres que daban ese día. Les fascinaba los talleres LGBT, talleres de Defensa personal y de Escritura. En cuanto a Nicole y a mí, no nos interesaba ningún taller. Siempre nos escapábamos de nuestra preceptora para no tener que ir a ninguno, por lo que, nos íbamos al kiosko o al patio a hablar o simplemente escuchábamos música.

Por mi parte, aparte de que no me interesaba participar en ningún taller, no faltaba ningún miércoles porque él siempre iba. Me daba oportunidad de verlo al menos un poco más de tiempo sin tener que preocuparme por alguna tarea que tuviese que resolver en el momento. Nada ni nadie interrumpiría mis escenarios ficticios los miércoles.
Le quería tanto que a veces sentía que los latidos de mi corazón ya no me pertenecían, los sentía con tanta fuerza tratando salir de mi pecho para llegar a él.
Pero creo que a él nunca le llegaron.

No importaba qué hacía para impresionarlo o llamar su atención, parecía que nunca iba a ser la chica que le robara sus mejores sonrisas, las risas más ruidosas y vergonzosas, la chica por la cual, sus amigos lo molestaran por verlo tan enamorado. Lo único por lo que lo molestaban conmigo era porque comenzaban a notar mis sentimientos por él y como era no era tan delgada como las demás chicas que gustaban de él, era el blanco de risas de todos los pelotudos de sus amigos.

Todos parecían notar mis sentimientos por él menos él, irónico, ¿no?
A veces me defendía de los chicos que me decían cosas feas respecto a mi peso o a mi religión, pero otras, él se reía con ellos. Quizás se sentía tan excluído que su única manera de hacer amigos era unirse a esas cosas que a él no le agradaban. Yo sabía que él nunca sería tan cruel, no lo culpaba jamás de ello. Sabía que quería encajar y que él no pensaba eso de mí, sus miradas eran de amor y admiración, lo creía firmemente aunque él nunca se me hubiera declarado ni nada.

Ese miércoles había faltado, lo que me pareció raro porque él nunca faltaba. Pensé lo peor, quizás estaba enfermo o había muerto alguien importante para él. Nicole trató de calmarme mientras nos escondíamos detrás de un árbol.
- Capaz se quedó dormido o ni siquiera tenía ganas de venir, cosa que totalmente entiendo porque haría eso todos los miércoles -dijo levantando los hombros despreocupada.
La miré confundida por su confesión.
- Pará, entonces ¿por qué venís? -pregunté riéndome.
- Porque vos venís siempre a ver a ese pelotudo y no me gusta verte sola -me sonrío con ternura y calidez.
Sonreí un poco sentimental por lo que me había dicho, su confesión se sentía como un abrazo.
- Ow, más tierna ella -dije burlona, sabía claramente que ella odiaba que le dijera eso.
- Bueno, ya está -dijo ella poniéndose seria pero pude ver como una sonrisita se le asomaba en sus labios.

Pasamos un rato hablando y comiendo galletitas caseras que ella había preparado para las dos, bueno, básicamente para mí. Me mimaba mucho y su manera de mostrarme amor era cocinándome o dibujando algo de lo que me gustaba.
Después de pasar el tiempo juntas, pude ver a Álex acostado en el pasto mirando el cielo nublado que rodeaba la ciudad.
Sonreí al verlo y con Nicole decidimos acercarnos a molestarlo.
Nos recostamos una a cada lado de él, nos miró extrañado y sonrió.
- ¿Por qué tengo la fortuna de tener a chicas tan lindas a mi lado? -sonrió mirando el cielo y entrelazando sus manos sobre su torso.
- Porque somos bondadosas -respondió Nicky burlesca. Me reí ante su comentario y él también.
- Ya veo, si. Son muy bondadosas -dijo riéndose suavemente. Sus ojos se achinaban al reírse, eso me hizo recordar a Agustín.

Nos quedamos en silencio y nos limitamos a mirar el cielo, aunque estaba nublado, había cierta belleza en ese cielo gris y melancólico. Quizás era por la tristeza que tenía al no haber visto a Agustín ese día o solamente era el momento que estaba compartiendo con ambos.
Mientras me hundía en mi tristeza por la ausencia de Agustín, algo me descolocó por completo. Álex agarró mi mano.
Lo miré completamente extrañada, me sonrió y con su otra mano libre, comenzó a frotar mi mano contra las suyas.
- Tu mano está muy fría -dijo sonriéndome mientras frotaba sus manos contra la mía para darme calor.
- Un poco, si -dije sonriéndole tímida por su impulsiva acción.
- ¿Te pasa algo hoy? -dijo preocupado mientras calentaba mi mano. Al segundo, tomó la otra mano y comenzó a calentar mis dos manos.
- No -dije dudosa. Me miró incrédulo-. O sea, si pero no. El día me pone media tonta.
- No estás tonta, te veo triste -dijo con cierta dulzura y preocupación en su voz.
- Puede ser, no sé -dije sonriéndole a penas.
Me miró y sonrió cálidamente.
- ¿Te puedo decir algo?
- Si, obvio. Lo que quieras.
- Te ves hermosa igual -dijo sonriéndome con ternura y juro que pude notar rojas sus mejillas. Quizás por el frío, quizás por su confesión.
No sabía como tomar esas palabras.
¿Me estaba coqueteando o simplemente estaba siendo gentil? No lo sabía en absoluto y no quise suponer nada, solo quería disfrutar esas palabras que, aunque fueran hermosas, no podía creérmelas.
- No soy hermosa pero gracias -dije sonriéndole inhibida.
- No sé quién te hizo creer eso -dijo molesto- pero sos hermosa, Mia. Así de triste, así de tímida. Así como sos vos, sos preciosa y deberías saberlo -dijo con sinceridad. Me sonrojé tanto que creo que hasta mis manos se me pusieron calientes.

Ningún chico me había dicho hermosa, nadie me había halagado tanto en realidad. No sabía como reaccionar. Quise hacer un chiste pero no me nació, la sinceridad y seriedad en su voz me dio a entender que lo decía en serio y no era momento para hacer chistes. De todos modos ¿cómo podría hacer un chiste cuando me dijo hermosa? No recordaba que una palabra me hubiera hecho sentir tan vulnerable pero a la vez tan importante, tan protagonista.
No sabía qué hacer en ese momento, solo pensaba que sus palabras eran preciosas pero no venían de la persona de la que quería escucharlas.

Las crónicas de una adolescente promedioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora