🥀Las pequeñas promesas no significan mucho🖤

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POV AGUSTÍN

Mi papá siempre decía que con las mujeres había que ser directo pero discreto. Había que hacerles entender tu interés pero dejando siempre un pizca de duda. Nunca lo había entendido hasta que entré a la secundaria, bueno, más bien cuando empecé a cursar segundo año.
En primer año era solo un chico tímido que vestía con colores primarios, ni siquiera hablaba en clase. Me angustiaba ser rechazado por los demás chicos de mi curso, por lo que, guardaba silencio y los observaba.
Prestaba atención a los temas que estaban interesados e incluso, las chicas en las que se fijaban. Quería encajar con ellos, si no lo hacía, me iba a sentir como un mísero gusano.
Un chico se me acercó a hablarme el primer día, Martín se llamaba.
Fue muy amable conmigo, y desde ese entonces nos hicimos muy unidos. Lo sentía como hermano de otra madre.

También conocí a Braian, un chico mucho más alto que yo y que daba la impresión de que te mataba si le hablabas, pero era muy agradable cuando entablabas una conversación con él.
Martín y Braian fueron los chicos a los que me pegué durante ese primer año, Braian era el que más chicas tenía detrás. Incluso se había puesto de novio con una de nuestras compañeras, Carolina. No duraron mucho pero fueron la parejita de primer año.
Martín y yo nos quedábamos al margen, las chicas no solían prestarnos mucha atención lo cual, me angustiaba.

Cuando mi autoestima comenzaba a decaer, apareció ella. Tan inocente, tan risueña... jamás había conocido a una chica tan sincera.
Esa actitud determinante, valiente y amable la comenzó a mostrar más a final del año. Pero al principio era tan tímida, tan inhibida, como si no tuviera idea en donde estaba parada.
Me llamó la atención su cabello largo, marrón oscuro casi negro. La manera en la que se vestía, parecía sacada de una novela de Cris Morena.
Siempre iba muy despeinada y coloridamente descombinada. Y aún así, me pareció la chica más bonita que había en el curso.

No sabía como acercarme a ella, así que, intenté la manera más estúpida de interactuar con una chica. Molestarla.
Recuerdo la primera vez que me acerqué a ella, le estaba sacando fotos con mi celular para irritarla.
Ella estaba enojadísima conmigo, Mia odiaba que le sacaran fotos distraída entonces, comencé a sacarle fotos más seguido.
Interactuábamos bastante, la molestaba por cualquier cosa y ella se enojaba muchísimo conmigo. Hasta recuerdo que me llamaba "Enano de Jardín".
Y un día, estábamos en la biblioteca haciendo un collage en Artes Visuales, cuando le mostré la foto de un mono diciéndole que ella era ese. Su mirada enojona penetró hasta el interior de mi alma. Ella agarró la imagen de una mujer muy disgustada y me dijo:
- Ésta soy yo cuando te veo.
Me reí y le sonreí de la manera más coqueta.
- ¿Cuando me ves?
Se había sonrojado tanto y sus amigas se reían y murmuraban un "Awww" de manera melosa. Había logrado causar un efecto distinto al odio que me tenía, la había hecho sonrojar.

Pasó todo primer año y fue entonces, cuando las chicas comenzaron a fijarse en mí. Me sorprendía la cantidad de chicas que me escribían por redes sociales. Me sentía poderoso por alguna razón.
Dejé de lado a Mia y me concentré en buscar a la chica más bonita de nuestro año. Quería impresionar a mis amigos, quería sentirme parte de algo y ser el centro de atención de eso.
Mia ya no me hablaba tan seguido pero si lograba captar sus miradas discretas, eso me daba mucha ternura.
A pesar de que me gustaba, no podía estar con ella. Mis amigos no la pasaban, no querían saber nada respecto a ella por lo que, abandoné la idea de estar con ella. No era una chica muy llamativa para el resto ni para mí lo era, pero había algo en su mirada que te hacía emocionar. Pero eso no era lo que atraía al resto.

Segundo año fue mi época dorada, tenía a todas las chicas que quería. Incluso, había perdido mi virginidad con una de las chicas más bonitas de la escuela. Todos me alababan y se sentía bien, ser el centro de los demás se sentía glorioso. No lo voy a negar.
También recuerdo a Mia sola ese año, se había alejado de su grupo de amigas y se refugiaba en la biblioteca. A veces iba ahí con los chicos a jugar al truco solo para verla.
Su mirada llena de luz se había apagado, no se sentía la misma chispa de siempre. Extrañaba mucho eso de ella.
Fue entonces que a fines de segundo año, se hizo otro grupo de amigas. Básicamente se hizo amiga de las chicas que pasaban de grupo en grupo y nunca terminaban encajando. Hasta que se encontraron.
Aunque ella era la que más brillaba del grupo.

No me malinterpretes, en serio me gustaba Mia pero tenía que mantener una imagen. Una que el resto aceptaba y le gustaba. No podía salir con la chica gordita del salón, arruinaría todo lo que tenía y encima iba a ser el blanco de las jodas y burlas. Me avergonzaba solo la idea de que me molestaran por ella, por lo que, a veces le hablaba y a veces no.
Me agradaba hablar con ella pero sabía que no iba a suceder nada entre nosotros.
Sabía que ella gustaba de mí y todo el mundo también lo sabía, no sabía disimular muy bien sus expresiones.
Ella me gustaba pero tenía en claro que no saldría jamás con ella. Pero amaba sus miradas y su trato conmigo, era tan tierna y tímida cuando me sonreía.
No quería dejar ir eso por lo que seguí interactuando con ella, para que no se olvidara de mí.

Sabía que lo que hacía estaba mal, lo tenía en claro. Pero no quería que ella viera a otro chico como me veía a mí, no lo iba a soportar. No soportaría que la primera chica que me miró en el curso, dejara de mirarme de la nada.
Cada vez que le coqueteaba o la celaba, sentía algo de culpa. Ella no merecía eso, no merecía que la encantara con mi palabroteo, pero no podía dejarla.
La culpa me consumía porque mi mamá me había hecho prometerle que jamás jugaría con los sentimientos de una chica, que si de verdad me interesaba que la tratara con respeto.
Una promesa que me hizo hacer a los 7 años. Un niño que no sabía lo que la vida le tenía preparada, un chico que no sabía nada.
Tenía esa promesa en la cabeza todos los días cuando pisaba la escuela y miraba a Mia sonriendo. No podía evitarlo... Fue cuando entonces lo supe, las pequeñas promesas no significan mucho.
No cuando las hiciste con inocencia e ingenuidad.

Las crónicas de una adolescente promedioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora