Dahlia.
Habían pasado ocho meses desde el accidente, pero las cicatrices seguían ahí. Una quemadura en el brazo derecho y la cicatriz de la operación en la cintura. Estaba tumbada en mi cama, mirando el techo cubierto de estrellitas de plástico que coloqué de pequeña.
Aquella noche estaba hablando con mi madre sobre aquellas mismas estrellas, justo antes de ver los faros de aquel coche y que el nuestro diese vueltas. Justo antes de las sirenas de las ambulancias y de la voz de los médicos. Justo antes de la operación por la que sigo aquí.
Justo antes de perder a mamá para siempre.
Sacudí la cabeza, esos pensamientos ahora no me iban a ayudar, ya habían pasado ocho meses y ahora llegaba tarde al conservatorio.
Siempre me había gustado cantar y siempre he ido a clases de canto. Pero cuando me gradué de secundaria y tuve que decidir qué hacer con mi vida, decidí unirme a un conservatorio de música para cantar. Después del accidente ese había sido mi bote salvavidas. Cantando podía desahogarme y hacía que las cosas doliesen un poquito menos.
Me levanté de la cama y me dirigí al baño a darme una ducha, ya casi no quedaba gel de ducha ni pasta de dientes. Tendría que pasar más tarde por el supermercado, ya perdía la esperanza de que fuese mi padre. Al salir de la ducha me miré al espejo. Ya no estaba pálida como hacía unos meses y mi piel volvía a ser normal. Ya no tenía esas horribles ojeras bajo mis ojos marrones y me estaba dejando crecer el pelo largo.
Me vestí con una camiseta de manga larga que ocultaba bien la quemadura que me hice en el brazo en el accidente.
No me avergonzaba que la gente la viese, lo que pasaba era que no me gustaba verla a mi, porque me recordaba a aquel día.
Salí de mi habitación y caminé hacia el salón, donde encontré a mi padre en el sofá. Su mirada perdida se encontró con la mía por un instante antes de volver desviarse hacia el vacío una vez más. Me pregunté si algún día volvería a ver la chispa de vida en sus ojos, si algún día podría devolverle la sonrisa que tanto extrañaba. Desde que perdimos a mamá no había vuelto a ser el mismo.
—Me voy al conservatorio—anuncié, aunque sabía que apenas me escucharía.
«Por lo menos está sobrio», me dije, que ya era un avance últimamente.
Antes de salir de casa le arrebate las latas de cerveza que tenía en la mesa, que probablemente pensaba consumir después y las tiré a la basura, él no pareció ni percatarse. Lo mismo hice con las bolsas de patatas y restos de envoltorios que había desperdigados por el salón. Le pedí que se fuese a la cama pero me ignoró. Ya llegaba tarde, por lo que no insistí.
Con un nudo en la garganta, salí de casa. Al ver el coche que estaba arrancado frente a mi casa, el nudo se desvaneció y en mis labios apareció una sonrisa.
—Hola pequeña flor—me saludó mi hermana, Angélica, cuando me subí al coche—. ¿Preparada para seguir dándolo todo?
Ella también estaba mal desde aquel día, pero siempre hacía lo posible por que yo estuviera mejor, es tres años mayor que yo.
—Eso habrá que verlo esta noche—le recordé.
—¡Si! Viernes de Karaoke. ¿Viene Laia?
—¡Pues claro! Y también Claudia.
—Mejor, recuerda que el tema de esta noche es Taylor Swift.
Sonreí y me abroché el cinturón. Cuando el coche se puso en marcha fingí que no me quería bajar en ese mismo sitio e ir andando, que no me daba pánico ir en el coche.
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Cantando a las estrellas ©
RomanceÉrase una vez un chico roto y una chica aun mas rota. Érase una vez un chico que escapa de su vida y una chica que esta estancada en la suya. La vida de Dahlia era buena hasta el día del accidente, ahora está rota y perdida. Intenta mantenerse a flo...