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Dahlia.

El parque estaba desierto a esas horas, las farolas estaban apagadas y se respiraba tranquilidad. aunque yo estaba nerviosa. La última persona con la que me podría haber chocado era él, y aún así...

No sé porqué había aceptado ir con él al parque, cuando solo quería salir corriendo y esconderme bajo las sábanas de mi cama. Supongo que pensé que le debía una explicación por lo de la mañana del sábado. Aún así estaba nerviosa. Aunque Alan me dedicó una sonrisa, una sonrisa preciosa y deslumbrante que me desconcentro un momento, no me había fijado en ella antes. Al igual que en sus ojos. Unos pozos azules brillantes, como un océano en el que te podías perder y ahogarte en su mirada, era cautivadora e hipnotizante. No me había dado cuenta de que me había quedado embobada mirándole. Aparte la mirada ruborizándome un poco mientras nos sentábamos en un banco. La calle estaba oscura y no había árboles muy altos, por lo que cuando mire hacía arriba pude ver el manto de estrellas que cubría el cielo. Baje la vista hacía él.

Venga Dahlia, ¡di algo! ¡Lo que sea!

Siempre he odiado los silencios incómodos, creo que son peores que una conversación incómoda y algo forzada que un silencio abrumador.

Vamos, Dahlia, la primera pregunta que se te ocurra.

Miré a las estrellas de nuevo y dije lo primero que se me vino a la cabeza.

—¿Alguna vez te has preguntado por qué las estrellas titilan?

Alan pareció algo sorprendido con aquella pregunta, a ver normal. Pero suelo sonrió divertido y se calló, pensó, pensó y pensó y luego decidió contestar.

—Supongo... Que es como si trataran de comunicarse entre ellas, como destellos de secretos en la vastedad del universo—respondió mirando al cielo.

Le miré ojiplática, no me esperaba esa respuesta. Esperaba un: «Y yo que sé, ¿quién se cuestiona eso?». No que se comunican entre ellas por la vastedad del universo.

—Ser una estrella tiene que ser tan solitario...—dije bajito.

—O tal vez no, las estrellas cargan con todos nuestros deseos de cada vez que miramos al cielo nocturno, transportan nuestras dudas y nuestras esperanzas—contestó mirándome a los ojos, donde volví a perderme en aquel azul—. Transportan las nuestras y las de todos los que quieran contarle sus secretos. Así que si, puede que ser una estrella sea solitario, pero no están solas, no realmente. Las estrellas guardan la esencia de todos y nunca las olvidan.

—Joder, que profundo—me reí, sintiendome algo tonta—. No me esperaba esa respuesta.

Él se rió también, que risa más bonita.

¡Dahlia, centrate! ¿Por qué siempre me desconcentraba cuando estaba con él?

—¿Y qué te esperabas? —preguntó burlón.

—No sé, que te rieses de mí o algo.

—¿Por qué? Era una buena pregunta.

—¿Tenías ya la respuesta pensada de antes?

—Bueno, podría decirse. Yo también me planteé esa pregunta. Aunque la respuesta científica es que es por un efecto zigzag que crea la luz hasta llegar a donde estamos nosotros.

—¿Cómo sabes tanto de estrellas? ¿Tu empresa hotelera no será también un planetario?

—Buah, pues ojalá. No sé, es que me gustan, son preciosas. Me sé más cosas.

—Y aún así me llamaste friki por tener estrellas en mi techo.

Se rió otra vez.

—En realidad no me parece friki. ¿Te puedo contar un secreto?

Cantando a las estrellas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora