Diez años antes

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—Un día seré famosa y haré un concierto en el que cantaré tan alto que se me oirá hasta en las estrellas—exclamé saltando desde el banco a los brazos de mi madre.

—Aspiras a mucho para tener tan solo diez años—comentó ella—. Pero no hay que cantar muy alto para que te oigan las estrellas.

—¿Ah no?

—No, con que te oiga una persona ya te está oyendo una estrellas.

—¿Cómo?

—Todas las personas somos estrellas, o lo seremos en algún momento. ¿Qué es lo que crees que pasa después de la muerte? Pues que te conviertes en una estrella grande y brillante que descansa en el universo.

—¿De verdad?

—Pues claro.

Dí saltitos de felicidad por el parque. Habíamos salido para recoger a Angélica de sus clases de refuerzo y habíamos decidido ir dando un paseo por el parque, ya que hacía buen tiempo y se estaba tranquilo.

—Pues entonces seré la estrella más brillante de todo el universo.

—Seguro que sí—afirmó mi madre dándome la mano para que dejase de revolotear como un pollo sin cabeza por el parque.

—Pero, las estrellas están muy lejos unas de otras, ¿cómo os voy a encontrar entonces?

Se quedó pensando un momento mientras yo la observaba con los ojos muy abiertos.

—No estoy segura, pero seguro que llegado el momento encontraremos la manera.

—¿Y si no la encontramos?

—Bueno, como vas a ser la estrella más brillante del universo seguro que es fácil encontrarte.

Dí esa respuesta como válida y seguí dando saltitos por el parque mientras le hacía más preguntas a mi madre. La convencí para comprarnos un helado que más tarde usaría para darle envidia a mi hermana. Mi madre trabajaba de profesora de astrología, por lo que siempre me enseñaba cosas sobre las estrellas y el espacio. Yo me podía pasar horas y horas escuchándola mientras me contaba cuentos e historias todas relacionadas.

Mientras esperábamos a que Angélica saliese, me dediqué a hacer lo que hacía siempre que estaba con mi madre.

—Mamá, ¿tienes un boli?

Con un suspiro que ocultaba una sonrisa me dió el boli que llevaba siempre porque me conocía mejor que yo a mi misma y me puse a trazar constelaciones en las pecas que tenía por su piel. Me encantaba hacer eso. Había pecas que sí que formaban constelaciones que existen, y si no había pues me las inventaba.

—Yo también quiero pecas, ¿por qué no me las pasaste?

—Porque si te hubiera dado pecas harías esto en ti misma y no a mi, yo quiero tus constelaciones en mi piel.

—Pero en clase no puedo pintarlas porque no estás.

—Pero es que en clase tienes que atender.

—Atender es un rollo, yo quiero ir a un colegio de cantar, como los de las series de Disney.

—¿A un conservatorio?

—¿Qué es eso?

—Una academía donde te enseñan música y baile. Y a cantar.

—¡Pues yo quiero ir ahí! Me llevas porfa, porfa, porfa.

—Bueno, ya veremos.

—¿Le has comprado un helado a la enana? No es justo.

Le saqué la lengua a Angélica que acababa de salir y me reí de ella mientras mamá fruncía el ceño y negaba con la cabeza.

Cantando a las estrellas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora