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Dahlia.

El lunes por la mañana me desperté algo tarde. Había vuelto en el último tren y me había metido en la cama, estaba agotada. Cuando entré en casa papá estaba en el sofá, le dije que se fuese a la cama, pero no me hizo caso y estaba muy cansada como para discutir con él. Tenía claro cuál era el panorama que me iba a encontrar cuando llegue al salón, por lo que intenté atrasarlo. Antes de salir de la habitación me vibró el móvil, que descansaba en mi mesilla de noche, encima de mi cuaderno. Lo cogí y al leer el remitente me quedé mirando el móvil como una tonta.


Friki de las estrellas (alias, Miller)

Buenos días Medio Hoyuelo. Espero que este sea tu número y no el de una pizzería o algo así. Porque no sería la primera vez que me pasa.


¡Dahlia! ¡Venga! ¡Reacciona! Suspiré, tenía que responder, ¿pero el qué? Había guardado su número anoche, antes de acostarme, pero no le escribí. ¿Y si le seguía la broma de la pizzería? Parecería una borde. Bueno, es que soy una borde. ¿Qué le respondía? Ya había abierto el mensaje, no podía dejarle en visto.

Comencé a andar en círculos por la habitación como una tonta.


Dahlia

Hola Miller. No, no es el número de una pizzería, aunque gracias por la idea. La próxima vez será.


Cuando lo mandé tiré el móvil lejos de mi. Me sentía tonta por estar nerviosa, era un mensaje. ¿Por qué con él me ponía nerviosa? Solo le conocía desde hace tres días.

Salí de mi habitación y mi sonrisa desapareció al llegar al salón.

A pesar de ser ya de día la casa estaba a oscuras, porque las cortinas estaban corridas.

Se escuchaba la televisión, un programa malo de esos de concursos. Lo primero que hago es apagar la tele y correr las cortinas para que entrase luz. Detrás de mí, mi padre suelta un quejido. Me gire hacía el. Estaba harta de encontrarme esto casi todos los días. Dormía a pierna suelta en el sofá, con la misma ropa que ayer y el pelo todo enmarañado. El salón era un desastre. Estaba todo lleno de latas de cerveza y envoltorios de frituras y aperitivos.

Debería haber insistido anoche cuando le dije que se fuese a la cama, él nunca tenía nada bajo control y yo lo sabía.

Sabía que iba a ser imposible moverlo de allí. Por lo que fui a la cocina y cogí una bolsa de basura y las cosas de limpieza. Metí todos los envases en la basura, barrí y fregué hasta que todo olía a lejía y a limpio.

El olor despertó a papá, que molestó se levantó y le ayudé a llegar a su habitación. Olía tanto a alcohol que me daban arcadas.

Escuché que mi móvil sonaba en mi habitación y corrí hacia él. Pero no era Alan, sino Laia.

—¡Hola Morenita!

—¿Qué quieres?

—Uy qué ánimos, quería hablar de tu maravillosa cita de anoche.

—¿Maravillosa? —solté un suspiro molesta—. La próxima vez buscar uno que no tuviera novia.

—Hostia, no me jodas. ¡¿Tenía novia?!

—Ajá, una tal Marta. ¿Dónde le encontrasteis?

—Por una app, dios que mal...

—Bueno...—me mordí la uña nerviosa. ¿Se lo contaba? Bueno, tampoco tenía nada que perder—. Pero adivina a quién me encontré.

Cantando a las estrellas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora