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Dahlia.

-Creía que solo ibamos a comprar maíz para hacer palomitas-me quejé al ver la cesta hasta arriba de cosas.

-Sí, esas son para esta noche, pero también hacen falta más cosas-respondió Laia.

-¿Para qué quieres harina? ¿Y para qué diantres necesitas bicarbonato? -pregunté al ver como metía lo metía en la cesta, que ya estaba a rebosar.

-La harina es porque además de las palomitas me ha salido en tiktok una receta de hacer bizcochos en tazas y la vamos a hacer-puse cara de pereza máxima-. Te voy a obligar aunque no quieras. Y el bicarbonato es para un experimento.

-Adivino, también te ha salido en tiktok.

-No boba, es para ayudar a la hija de Lucine. Tiene ocho años y tiene que hacer un proyecto de ciencias. Pero sí, lo busqué en tiktok, pero da igual.

-Tienes una obsesión con las redes sociales muy grande.

-Y tú ni Instagram tienes-dijo haciendo un puchero.

-¿Para qué lo quiero?

Laia abrió la boca para replicar, pero no tenía ningún argumento sólido, por lo que optó por meter más cosas extrañas en la cesta de compra.

Cuando me había despertado aquella mañana papá todavía no estaba en casa, y no parecía haber estado en ningún momento y ya estaba empezando a preocuparme. Llevaba mucho tiempo fuera y no sabía dónde estaba. Había tratado de llamarle, pero me saltaba el contestador. Y los mensajes me los dejaba en visto. Por lo menos aquello me aseguraba en cierta manera que estaba con el móvil y que tenía acceso a él.

Había ido al conservatorio como de costumbre, pero me sentía extraña. La noche con mi hermana fue muy emotiva y me había dado qué pensar. Mucho en que pensar. Otra noche en la que dormía menos de cuatro horas seguidas. Estuve pensando en ello, y la única noche en la que dormí bien últimamente fue el viernes pasado, cuando conocí a Alan. No sabía qué conclusiones sacar de aquello.

-Bueno, y vas a ir, ¿no?

No necesitaba que me explicase a qué se refería para entenderlo. Alan me había escrito aquella mañana. Me comentó que su amigo, un tal Robert no sé qué, organizaba una fiesta el viernes siguiente y me habían invitado a ir.

Le había pedido consejo a Laia con la esperanza de que me dijese que era mala idea y de que no fuera, pero había hecho todo lo contrario. Ahora me preguntaba cada cinco minutos sobre la fiesta, me estaba sacando de quicio. Odiaba las fiestas, siempre las he odiado. Solo fui a un par de ellas en el instituto, pero no le veía la gracia a estar rodeado de cientos de personas bebiendo, con música a tope y todo eso apelotonado en un pequeño espacio. Y si a eso le sumas el alcohol y el tabaco, se vuelve un sitio espantoso.

Pero tenía un dilema. Puede que si no iba luego me arrepentiría, o que si al contrario, iba, me arrepentiría más tarde de haber ido. Supongo que Alan esperaba una respuesta, pero no me veía capaz de dársela.

-Ya te he dicho que no lo sé-respondí.

-Eso no es una respuesta.

-Te responderé cuando dejes de ser una compradora compulsiva-añadí cuando ví que ahora metía un algodón de azúcar, cuando ni siquiera le gusta el algodón de azúcar.

Ella hizo un puchero y se llevó una mano al pecho.

-Entonces nunca me vas a responder.

-Vaya, que mal.

Habíamos quedado para dormir juntas, como una fiesta de pijamas, un jueves, ¿por qué no? Claudia tenía cosas que hacer pero vendría más tarde. Suspiré aliviada cuando por fin Laia se dirigió hacía la caja a pagar.

Mientras Laia pagaba, yo aproveche a escribir a mi padre un mensaje más con la esperanza de que respondiese.

Dahlia

Hola, por favor responde. Necesito saber si estas bien.

Visto.

Escribiendo...

Mi corazón latió con fuerza al ver que escribía. Por fin.

Pero al final no respondió.

Bueno al menos había visto el mensaje, dentro de lo malo.

-¿Estás? -me dijo Laia, que ya había terminado, no sé cómo, de meter toda la compra en dos bolsas.

Asentí.

-Es físicamente imposible que todo eso haya cabido en dos bolsas.

-Pues lo hay hecho, pero pesa un huevo, ayudame.

Cogí una de las bolsas y tenía razón, pesaba mucho, casi se me cae. Fuimos andando hasta casa de Laia, aunque las bolsas pesaban mucho, ella sabía que me costaba montarme en un coche y solo lo hacía cuando era estrictamente necesario, por lo que ni preguntó, simplemente fuimos andando.

-¿Cuándo daban los resultados de la audición? -cuestionó Laia al rato.

-El viernes que viene.

-Anda, el día de la fiesta. Otra razón más por la que ir. Para celebrar que te han escogido.

-Estás muy pesadita tú con lo de la fiesta eh.

-Es que por qué no le dices que sí ya-se quejó.

-Porque no me gustan las fiestas.

-Y a mi no me gustas tú y mira donde estoy.

-No te he obligado a estar conmigo. Es más, eres tú la que insiste en estar conmigo.

-Ya lo sé tonta del culo, porque eres mi mejor amiga, obviamente quiero estar contigo. No te doy un abrazo porque se me cae la bolsa.

-No te preocupes-dije con una risa.

-¿Sabes también lo que puedo hacer?

-Verás.

-Puedo hacerme pasar por tí y colarme en la fiesta.

-Creo que no cuela, eh.

-¿Por qué no? Yo creo que sí.

La miré. Ella era prácticamente lo contrario a mi. Su piel era clara con algunas pecas , tenía el pelo rubio liso y muy largo y los ojos verdes. En mi opinión era guapísima, parecía una diosa griega. Yo, al contrario. Mi piel era más oscura, y mi pelo moreno era ondulado casi rizado de forma natural, aunque todavía me duraba el planchado del día anterior y tenía ojeras que trataba de cubrir con maquillaje a veces. Éramos como el yin y el yang.

Le puse cara significativa intercambiando la mirada entre ella y yo.

-Bueno puede que tengas razón-respondió con una risotada de foca asmática.

-Como siempre-digo con una sonrisita triunfante, intentando que no se me caiga la bolsa.

Cantando a las estrellas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora