10

51 22 53
                                    


Alan.

En el viaje en coche hasta Worthing no había estado muy receptivo, Daniel me hablaba, pero yo solo le ignoraba, no podía sacarme a Dahlia de la cabeza y debía hacerlo. Me había echado de su casa, no me iba a llamar y no la iba a volver a ver en mi vida.

Nos quedábamos en la casa de los tíos de Daniel. Miriam y David eran muy simpáticos y agradables. Nos dieron una habitación de invitados a cada uno y cenamos todos juntos en el jardín. Tuve que llamar a mis padres para explicarle dónde estaba y no se lo tomaron muy bien que digamos. Discutimos, les dije que necesitaba un respiro y que no sabía cuando iba a volver.

La mañana del Domingo acompañe a Daniel a comprar unas cosas al supermercado.

—¿Me vas a contar ya dónde pasaste la noche?

—Ah, ¿ahora te interesa? —respondí en el pasillo de los detergentes.

—Venga tío, no seas así.

Suspiré y le lancé el detergente de lavanda que me había pedido.

—Le pedí ayuda a una chica en un Karaoke.

—¿Y tú qué hacías en un Karaoke?

—No sé, estaba perdido y me metí en un local sin pensar. Cuando cerraron le pedí ayuda, y por magia del destino me ayudó. Y pase la noche en su casa, porque cierta persona no quiso saber de mi—dije con tono acusador.

Daniel hizo como si me ignorase y me dió una mirada pícara.

—¿En su casa? ¿Os enrollasteis?

—¿Qué? ¡No! —ojalá—. No hicimos nada, solo hablamos y por la mañana me sacó a patadas de su casa.

—Algo hiciste...

—¿Por qué tengo que haber hecho algo?

—¿Por qué iba a sacarte de su casa si no?

—Había un señor, borracho—dije pensativo—. Ella estaba nerviosa y me echó.

—¿Y ese señor? ¿Quién era?

—Ni idea, supongo que su padre, o un familiar. Tampoco me contó muchas cosas sobre ella.

—Y si no os enrrollasteis, ¿por qué te ayudó?

La verdad es que no había pensado en eso. Yo solo quería que me ayudase, pero no me paré a pensar en por qué lo había hecho. Le había prometido compensarla, pensaba pagarla, pero me había echado antes de poder hacer nada. Quizás por eso me había dejado, por el dinero. Supongo que nunca lo sabría, a no ser que decidiese llamarse, aunque probablemente el papel donde le dí mi número estaría ya en la basura.

—No tengo ni idea. Suerte supongo.

—¿Le dijiste como te llamabas?

—Pues claro—dije.

—¿Y?

Ah, ya sabía a dónde quería llegar.

—No se inmutó. O finge muy bien o es que de verdad no tiene ni idea de quién soy y que soy del grupo Miller.

—Bueno, pues mejor—respondió Dani—. Ah, por cierto que se me olvidaba. ¿Te acuerdas de que te comenté que conozco gente por aquí.

—Si...

—Pues nos han invitado a una fiesta en casa de Robert el viernes que viene, podemos invitar a quien queramos ha dicho, aunque no creo que haya nadie a quien invitar.

—¿Quién es Robert? —pregunté, porqué de todas las personas que me había contado que conocía allí no recordaba a ninguna.

—El mejor amigo de Mark, el hijo de Miriam y David.

—Ah, sí, ese. ¿Vamos a ir?

—¡Pues claro!

Miriam y David tenían dos hijos, Mark y Bayah. Ninguno vivía ya en casa de sus padres. Mark tenía nuestra edad y vivía en un chalet a unas manzanas de sus padres. Bayah era tres años mayor vivía en un apartamento en Nueva York, fué allí para la universidad.

Después de comer en un restaurante por allí decidí dar un paseo por el pueblo yo solo, para conocer un poco el sitio.

Cené en un pequeño restaurante. Cuando salí del restaurante seguía dándole vueltas al asunto de Dahlia y todo lo que había pasado desde ahí. Iba como embobado por la calle, por lo que no me extrañó mucho que acabase chocando con alguien.

—¡Mira por donde vas, gilipollas! —me gritó la aludida, como si estuviera fuera de sí y siguió andando.

Aquel grito me sorprendió, solo nos habíamos chocado, no era razón para tal grito, pero lo que más me sorprendió fue quien me había gritado.

—¿Dahlia? —pregunté girando hacía ella.

Ella se paró en seco y se giró lentamente hacía mi.

—¿Miller?

Ambos nos quedamos paralizados, ninguno pensaba que fuese a cruzarse con el otro nunca más, y menos así. Iba muy guapa, arreglada, pero parecía cabreada, muy cabreada, y creía que no era conmigo.

—¿Qué haces aquí? —preguntamos al unísono.

Nos miramos un momento mal en silencio.

—Esto...—comencé—. Estoy aquí de vacaciones. Creo que te lo dije.

—No me suena...

—¿Y tú qué haces aquí? ¿No tenías turno en el Karaoke?

Me miró sorprendida de que me acordarse.

Alan, eres imbécil.

Otra vez me había ido de la lengua.

Me había comentado que trabajaba allí los findes, ¿por qué me acordaba de aquello?

—Si... Bueno, tenía una... cita...—dijo cautelosa.

—Me imagino que no ha salido muy bien.

Ella suspiró y negó con la cabeza.

—Peor. Era una cita a ciega que me habían organizado mis amigas, y resulta que el chaval tenía novia—me contó, ahora entendía su enfado.

—Hostia, qué cabrón, ¿no?

—Y que lo digas. Encima ni lo ha negado. Un cretino.

Nos miramos en silencio otra vez, algo incómodos, e hice lo primero que se me ocurrió.

—Iba a ir al parque ahora. ¿Quieres...?

Noté que lo consideraba y miraba a su alrededor y luego a la hora.

—Vale.

Sonreí. Y empezamos a andar hasta el parque más cercano.

----------- • ⋆ ☾ ✮ ☽ ⋆ • -----------

Holaaa, ¿Como están? 

¿Qué les ha parecido este capítulo? 

Besoss😘💗✨

Cantando a las estrellas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora