Osa Mayor.

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Mangata.

Origen sueco.

«El reflejo de la luna brillando en el agua»

Camino un poco más por el bosque, sin un objetivo realmente, solo el deseo de relajar mi cabeza de esta tristeza que me consume cada minuto más y más. La ráfagas heladas del bosque pegan en mis mejillas y las congelan, dejándolas tiesas, rosadas e insensibles. Es agradable.

Meto mis manos en los bolsillos de mi chamarra verde militar, intentando mantener el calor de mis manos. Escucho el suave cantar de los pájaros posados en los nidos sobre las ramas de los pinos; están llevando comida a sus crías y veo con un sentimiento de paz esta acción.

La nieve deja un rastro de mi camino conforme avanzo, pero que tras unos minutos es borrado por la ligera nevisca que cae. En la tranquilidad del bosque invernal, mis sentidos se agudizan bajo el manto de silencio que la nieve impone.

A medida que avanzo cautelosamente, el crujir causado bajo mis pesadas botas se mezcla con el distante picoteo de un pájaro carpintero, que resuena como un tambor suave contra la corteza de los árboles dormidos. Unos metros más adentro, logro visualizar entre la vasta paleta de blancos y grises, el movimiento sutil de un zorro, con su pelaje rojizo destacando contra el lienzo nevado, deslizándose con elegancia en busca de presas ocultas bajo la espesa capa de nieve.

La naturaleza que me rodea es increíble y retorna a mi ser sentimientos olvidados y empolvados a través del tiempo, cuando jugaba en este mismo lugar, llenando el lugar de risas infantiles y sueños desmesurados.

Camino y camino, adentrándome a pesar de la temperatura descendiendo. Mis pulmones agradecen el aire limpio y helado, después de años viviendo en una ciudad abarrotada de contaminación.

No sé cuánto tiempo pasa, pero me dedico a observar. Observo a un par de zorros con sus pelajes rojizos contrastando vívidamente contra la blancura del entorno, jugueteando entre ellos con una alegría contagiosa. Sus cuerpos ágiles se hunden en la nieve suave, emergiendo y saltando como si participaran en una danza espontánea, sus colas esponjosas dejando un rastro ondulante en su estela.

Más allá, en la penumbra de los árboles más densos, un lince se mueve con una concentración intensa. Sus grandes patas, perfectamente adaptadas para la nieve, le permiten deslizarse silenciosamente mientras acecha a una presa inadvertida. Cada músculo está tensado, listo para el asalto final, y en un instante de pura precisión, el lince salta, su cuerpo completamente alineado con su objetivo.

Mientras tanto, las ardillas se desplazan con agilidad por el laberinto de ramas cubiertas de nieve. Con movimientos rápidos y decididos, trepan por los troncos de los árboles, desapareciendo a veces entre la espesa capa de nieve antes de reaparecer y continuar su ascenso hacia las guaridas ocultas en las cavidades arbóreas. Sus pequeñas formas se desplazan con una destreza asombrosa, evitando el frío penetrante al refugiarse en lo alto de su refugio seguro.

Me divierto apreciando esta coreografía que la vida invernal me ofrece, olvidando momentáneamente lo que me aqueja. Cuando menos lo pienso, la noche comienza a cernirse sobre mí; espero no preocupar a mi padre.

Avanzo lentamente por el entorno hasta que me topo en un claro, un espacio abierto y tranquilo que parece un santuario secreto reservado por la naturaleza para los incautos. Rodeado por altos pinos y abetos, sus ramas pesadas cargadas de nieve, el claro está enmarcado por la majestuosidad de la naturaleza en su estado más puro. Los cipreses y los enebros añaden un matiz verde oscuro al paisaje, contrastando con el blanco brillante del suelo nevado que extiende una manta uniforme a través del espacio abierto.

Hermosamente caótico « lgbt »Donde viven las historias. Descúbrelo ahora