Cálido hogar.

8 4 0
                                    

Hyggelig.

Origen danés.

«Sentirse cómodo en un lugar acogedor»

El hombre es diferente a como solía ser; en mis recuerdos -recuerdos de hace 8 o 9 años aproximadamente-, él era diferente. En realidad, todo era diferente.

Hace inviernos que no visitaba esta pequeña pero acogedora cabaña; esta siempre había sido el hogar de mi padre desde que él era un adolescente. Aquí, en esta casa alejada de la ruidosa ciudad, había vivido mis primeros años de vida; había dado mis primeros pasos entre estas cuatro paredes de diseño rústico. Por supuesto, todo había cambiado con el divorcio inminente de mis padres.

¿Por qué inminente? Discutían todo el tiempo, ya era agotador y asfixiante vivir con ellos dos porque no podían estar en la misma habitación sin discutir; estaba harto de sus riñas. Por ello, cuando anunciaron su separación fui el primero en aplaudir. Al final, yo había tenido que quedarme con mi madre al ella ganar la custodia y poco a poco, los bellos recuerdos de este lugar cercano a la calmada naturaleza se habían perdido en los polvos de un pasado.

Recorro con la mirada la anaranjada -por las llamas provenientes del fuego- habitación; ha cambiado mucho desde la última vez que la visité. Ahora los muebles son de un color blanco como la nieve, en lugar del color mostaza de cuando tenía ocho años. Las antes impolutas paredes ahora son adornadas por diferentes pinturas de líneas abstractas de tonalidades verdes en fondos blancos. El piso de madera está cubierto por una alfombra rojo vino, es afelpada y la verdad parece muy cómoda para acostarse sobre ella y relajarse en una tarde de verano, o en una tarde de este gélido invierno para leer un libro.

Mis ojos se detienen en el retrato arriba de la chimenea. En él, aparecemos mi padre, yo y ella, Amelia. Un sentimiento contradictorio me invade, porque recuerdo ese día, lo catalogaría como uno de mis mejores días en la infancia, pero ahora al ver a esa mujer en ese bonito recuerdo, escuece. Porque ya no la quiero en mi vida para nada. Acaricio con recelo el cristal que mantiene a la foto encerrada en su perfección y suspiro ante la impotencia de no poder odiar por completo a esa mujer; después de todo, sigue siendo mi madre.

Un suspiro junto a una traicionera y silenciosa lágrima escapan de mis dominios, las recientes imágenes de la traición -probablemente más grande de mi vida- rondando en mi cabeza como un bucle constante y eterno. Sigo sin comprender por qué lo hizo o se atrevió, considerando que ella es la persona más cercana que he tenido a lo largo de los años; ya ni siquiera mi padre, que perdí la conexión hacia tanto tiempo atrás en mi corta edad, calculando tal vez alrededor de los nueve.

No, está bien, duele mucho y lo admito, no es una herida que sane pronto o tal vez nunca; eso no significa que no lo superaré, ahora parece eterna que en cualquier momento me destripará y moriré, pero solo son las circunstancias, sé que puedo superarlo con paciencia. Con la compañía adecuada. Y ahora estoy aquí, con mi padre.

—Entonces —comienza él, sentado en el cómodo sillón individual, blanco como los copos de nieve cayendo afuera de la ventana. Mis ojos tratan de enfocar cada uno, contando, tratando de perderme en el infinito de la naturaleza—, ¿planeas quedarte? Puedo avisarle a Am-...

—No menciones ese nombre —interrumpo abruptamente, con mi atención todavía en el panorama allá afuera. Dejo que unos segundos transcurran antes de voltear hacia mi padre, mi mirada distante y en cierta parte, vacía—. Sí, puedes decirle que estoy bien y que nunca me vuelva a buscar.

—Arthur —la voz que me da es calmada, pacífica como si tratara de domar a un salvaje león antes de meterlo a la jaula—, entiendo que lo que te hizo es imperdonable, pero sigue siendo tu madre. Te llevo durante nueve meses en su vientr-...

—¡Pues debió pensarlo mejor! —Estallo, la furia ensombreciendo mis facciones y distorsionándolas hasta convertirlas en un claro retrato del dolor y la rabia combinados—. Debió pensarlo mejor cuando le abrió las piernas a mi novia...

—¡Arthur! —Reclama mi padre, escandalizado, no obstante, eso no detiene mi diatriba.

—Y decidió chuparle el coño —un resoplido se escapa de mis labios y lágrimas se forman en las esquinas de mis ojos, no sé si de dolor o enojo, solo sé que no puedo evitar tener estos tormentosos pensamientos. Agito la cabeza varias veces y vuelvo mi vista a través de la ventana—. Basta, no quiero amargarme mi estadía recordando gente a la que no le importo.

—Arthur, por supuesto que le importas a tu madre —el hombre más alto se acerca hacia mí, depositando una cálida mano en mi hombro, mostrando soporte emocional a través del simple gesto. Yo bufo, incrédulo de sus palabras.

—Si le hubiera importado, como dices, no estaría aquí contigo —el resoplido de mi padre es toda su respuesta y retira la mano, escuchando sus pasos alejándose.

—Está bien —noto el cansancio y rendición en su tono, como si estuviese hablando con un niño terco—, no voy a seguir insistiendo. Solo te pido que pienses mejor tus palabras contra Amelia, no quiero que te arrepientas en un futuro —son tan amorosas sus palabras, llenas de esa paternidad olvidada en el tiempo, que volteo mi cabeza para observarlo en silencio subir las escaleras al segundo piso.

La madera bajo sus pies cruje, anunciando cuánta antigüedad tiene en esta casa a los oídos atentos. El crepitar del fuego en la chimenea llena la sala, la habitación cálida en contraste con el exterior. Me encuentro a mí mismo observando detenidamente mi alrededor; el fantasma de mi niñez burbujeando en mi interior.

Mi padre no fue constante en mi vida, mas no por ello digo que nunca estuvo ahí. Crecí con él como un personaje secundario en mi historia; sentía su amor por mí, sí, pero no fue suficiente. Para mí, ese hombre que me acaba de dar palabras de aliento es más un extraño que un pariente cercano. No lo culpo, solo reflexiono de la situación.

Suspiro y cierro los ojos, tallando con mi dedo índice y corazón mis sienes, en un intento de amenguar la inminente jaqueca. Mi madre... Amelia, me demostró que en su corazón había cabida para mi sonrisa, los brazos de ella rodeándome tan acogedores como un verdadero hogar y ahora solo queda el recuerdo de aquellos días.

Dos personas en mi vida tan diferentes, que ahora tienen el papel invertido.

Camino al sillón enfrente de la chimenea, hecho para que dos personas se sienten. Me recuesto en la mullida tela, cómoda a pesar de su maltrata apariencia y respiro profundamente, llenando mis pulmones con el aroma de madera quemada mezclada con el sutil indicio de menta; es la fragancia natural que expide mi padre, como su huella en el ambiente.

No conozco tan bien a este hombre, pero me encuentro cómodo y acogido a su alrededor; tal vez esto no salga tan mal después de todo.

Hermosamente caótico « lgbt »Donde viven las historias. Descúbrelo ahora