Morir antes que ellas.

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Ya'aburnee.

Origen árabe.

«Declaración del deseo que alguien tiene de morirse antes que otra persona por lo insoportable que sería la vida sin esa persona»

Mis pulmones arden por las rápidas respiraciones que doy mientras las heladas ráfagas de viento se azotan contra mis mejillas, poniéndolas frías como un témpano. En absoluto me importa, solo quiero seguir corriendo; correr hasta que el cansancio haga que estos sentimientos de dolor se hagan nulos y dejen de existir, porque me siento tan traicionado que necesito dolor físico para contrarrestar el sentimental.

Mis piernas no pueden más, llevo kilómetros recorridos escapando de esa casa que alguna vez llamé hogar; huyendo de la mujer que alguna vez llamé madre.  Las gotas saladas que se arremolinan en mis ojos empañan mi visión haciéndome imposible enfocar correctamente mi destino, tanto así que sin percatarme de una piedra en el camino, tropiezo y caigo de bruces al suelo, lastimándome al enterrar diminutas piedras en las palmas de mis manos. Sangran libremente y escuecen como el maldito infierno y sin embargo, no se compara al martirio que hay en mi interior.

Sollozo como un animal moribundo y no puedo... No, mejor dicho, no quiero levantarme, quiero quedarme acostado en el rocoso pavimento de la calle hasta que el gélido exterior me mate por una fuerte hipotermia. ¿Cómo fueron capaces de engañarme de esa cruel manera? Profesando todos los días un amor que realmente no llegaban a sentir, pues si lo sintieran hubieran considerado el daño irreparable que me harían y que ya me hicieron.

Suspiro aún tirado en el suelo y con dificultad y dolor en las palmas de mis manos, me apoyo en el concreto y me levanto lentamente, notando como el frío ambiente comienza a calar en mis desmovilizados músculos. Una vez de pie, sacudo la suciedad de mis ropajes inferiores y con el dorso de mis magulladas extremidades, quito el rastro de las, a este punto, congeladas lágrimas y sé que no falta mucho, debido a que a esta corta distancia ya logro ver el final de la pavimentación de la ciudad empezando al finalizar la cuadra un camino terroso sin signos de que se haya manipulado por obra humana durante muchos años.

Camino despacio aún con la cabeza en un mar de preguntas sin respuestas; de dolorosas emociones que acometen contra mi raciocinio preguntándome qué hice mal para merecer este castigo. Los frondosos y altos árboles se irguen ante mis irritados ojos con cada paso que doy adentrándome en lo que será mi futura travesía. El camino no dura demasiado, tal vez unos veinte minutos hasta que llego a mi propósito.

Todavía hay vestigios de que estuve llorando cuando la imponente casa se alza frente a mí. Es una casa totalmente rústica hecha de piedra desde los cimientos, con tejados de ladrillos rojos contrastando con el color beige de las paredes; hay dos grandes ventanales a los lados de la puerta principal dando así una perspectiva del interior del cuarto donde se aprecia una sala con sofás blancos bañados de tonos naranjas, provenientes de las ardientes llamas de la chimenea, cuyas también envuelven en su manto cálido a un hombre de cabellos rubios que se encuentra leyendo un libro que no obstante, al divisarme en una rápida mirada deja a un lado y se levanta. Mis lágrimas vuelven cuando ese mismo hombre abre la puerta, regalándome una mirada confundida.

—Papá... —Gimoteo, envolviendo rápidamente su cálido torso cubierto por un suéter de cómoda lana, sintiendo el reconfortante contraste de su calidez contra mí. Sus manos se posan en mi cabeza y sus inquietos dedos se enredan en mis también rubios cabellos, en una dulce caricia que intenta confortar—. Papá...

—¿Qué es lo que sucede, Arthur? ¿Por qué lloras? —Pregunta, con un tono de desconcierto en su voz—. ¿Y dónde está tu madre? —Su sola mención hace que gimotee de nuevo, mas eso no impide que mi padre siga hablando de ella ignorante aún de la situación—. ¿No ve que estamos a menos cinco grados fahrenheit? Y tú sin un suéter. Pasa, vamos a la sala para que te calientes —me separo despacio de él, sorbiendo mi nariz y tallándome los ojos para quitarme la humedad acumulada ahí.

Llegamos a la acogedora habitación, el cambio de temperatura haciendo a mi cuerpo temblar en fuertes escalofríos; mi padre se va por un rato para regresar con una manta que posiciona sobre mis hombros envolviéndome en la suavidad de la tela.

—Gracias —digo posicionándome mejor junto al fuego, tragando grueso cuando siento de nuevo las irremediables ganas de llorar.

—¿Y bien? ¿Qué sucedió? ¿Qué es lo que te trae por aquí? —Indaga mi progenitor en frenéticas preguntas que no me da ni un segundo en responder. Solo puedo tragar grueso intentando pasar el nudo en mi garganta. Pero no desaparece y me quedo sin habla sollozando débilmente al principio que con el transcurso de los segundos, se vuelve una avalancha de gemidos lastimeros inundando a la par mi rostro de la saladas gotas.

—Ellas... —Comienzo, remojando con la humedad de mi lengua mis resecos labios, resequedad provocada por el gélido viento de afuera. Otro sollozo me impide continuar y mi padre al parecer entiende que algo malo ha ocurrido porque con un susurrado "Mi pequeño", me acerca a la calidez de su cuerpo y me arrulla pasando su gran mano derecha en un vaivén de arriba hacia abajo por mi hombro.

—Está bien, está bien, tranquilo —susurra, cálido como el fuego en la chimenea. Pasa el tiempo, ¿cuánto? No lo sé, solo sé que estar de esta forma con mi padre acurrucándome es relajante; disminuye un poco el dolor el saber que no estoy solo. Cuando la intensidad de mi voz llorosa baja, él me aprieta una vez, fuerte, como un mensaje de "Aquí estoy" y me separa unos centímetros de su calidez—. ¿Te sentirás mejor si me lo dices? —Afirmo en un pequeño movimiento de mi cabeza queriendo sacar esto que carcome mis entrañas y despotricar contra las mujeres que me dañaron—. Bien, dime entonces, ¿qué fue lo que pasó con ellas? ¿Quiénes son ellas?

Suspiro, tembloroso.

—Ellas, ellas son Amelia Briand y Zoe Cambar —confieso—. Ellas...

—Espera —me interrumpe mi padre—, ¿que no es Amelia tu madre y Zoe tu novia? —El solo hecho de que lo mencione de esa manera hace a mi corazón estrujarse en rabia, enojo... Tristeza, desasosiego. ¿Cómo las llegué a amar tanto? ¿Por qué duele tanto odiarlas y simplemente no poder desearles el mal? Sin quererlo, el que mi padre haga la mención de ellas como mi madre y mi novia (ahora ex), hace que la calma adquirida sea resquebrajada en un lamentero hipido—. Shh... Tranquilo, Arthur.

—Ellas, Amelia y Zoe —aunque la casi imperceptible ceja arqueada de mi padre es un indicio de su confusión al no entender porqué las llamo así, mis siguientes palabras aclaran la razón—, son amantes, papá. Llevan meses siéndolo, viéndome la cara de idiota... Yo las amaba demasiado, no entiendo cómo pudieron —mis palabras son acompañadas de silenciosas lágrimas llenas de dolor—. ¿Cómo mi madre pudo hacerme esto? —La obstrucción en mi garganta me impide continuar—, yo, creo que podría entender que, que, que ella simplemente es lesbiana, que re haría su vida con otra mujer. Entendería que Zoe no me quisiera, que me engañase con alguien más; ¡entendería eso! Lo entendería... Pero, ¿por qué entre ellas? ¿Por qué decidieron que esta era la mejor forma de vivir su vida? ¿No les importé ni siquiera un gramo de todas esas veces que dijeron que me amaban? Papá, yo hubiera preferido morirme antes que ellas, porque mi vida sin ellas dos sería insoportable.

Mi padre se queda callado, su apacible abdomen subiendo y bajando siendo lo único que me afirma que sigue vivo. Un suspiro débil sale de entre mis magullados labios, sin rastro de lágrimas, pues ya no me queda ninguna más por derramar y me acurruco más en su pecho con sus brazos apretándose para acercarme más. Solo busco consuelo cansado de este roto corazón.

Escucho el suspiro de mi padre y otra vez su mano se mueve en ese cálido vaivén que se siente cómodo en esta casa acogedora, a pesar de que hacía años que no lo visito.

—Te puedes quedar aquí, imagino que no quieres ver a tu madre ni en pintura —asiento ante sus palabras y con una última palmada en mi espalda me suelta y se levanta, retirándose de la habitación dejándome con mis depresivos sentimientos.

Hermosamente caótico « lgbt »Donde viven las historias. Descúbrelo ahora