La soledad no es un enemigo.

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Waldeinsamkeit.

Origen alemán.

«El sentimiento de soledad y conexión con la naturaleza cuando se está a solas en el bosque»

—Basta —dice mi padre al día siguiente, viéndome con un porte imponente. Está parado frente a mí, que sigo enredado en el edredón y acostado en el sillón de la sala—. Arthur, no puedes seguir así —la severidad en su voz me hace estremecer.

—Pero...

—No, sin peros, necesito que te levantes de ese sofá y hagas algo contigo —posiciona una mano en mi rubio cabello y acaricia los mechones en un gesto reconfortante—. No me gusta verte así, hijo. Me duele —sus facciones se tuercen hasta mostrar un profundo desconsuelo—. Entiendo que lo que te hicieron no es justo, pero no significa que debas dejarte morir aquí, acostado y llorando todo el día.

Un sollozo se escapa de entre mis labios, sabiendo que tiene razón. Inclino mi cabeza hacia su toque, en busca de mayor consuelo y él me lo otorga, con las yemas de sus dedos callosos rascando mi cuero cabelludo. El nudo en mi garganta me impide por un momento hablar y con esfuerzo, trago saliva y con voz seca, comienzo a transmitir mis pensamientos.

—Lo sé, padre —decir la palabra en voz alta después de tantos años se siente rara—, solo... Quiero desahogar un poco cómo me siento de esta forma, porque realmente no sé otra forma de hacerlo. Yo te prometo que haré algo mejor —imploro un perdón entre líneas, como si lo hubiera defraudado a él. Mis ojos se conectan a los suyos y en ellos solo puedo ver cariño y amor.

—Sí, hijo —él responde a mi pregunta no formulada—. Si lo necesitas, podemos hacer las cosas juntos, no necesitas seguir pasando por este duelo tu solo.

—No —niego con la cabeza—. Necesito encontrarme de nuevo y necesito que sea a solas.

Mi padre asiente y con un último apretón a mi cabeza, se aleja con una sonrisa.

—De acuerdo, pero cualquier cosa, aquí estoy, cariño —se agacha y planta un tierno beso en mi frente antes de enderezarse y dirigirse a la cocina—. Hoy prepararé ratatouille —grita emocionado—. ¿Sigue siendo tu favorito? —Pregunta asomándose por la puerta que lleva a la cocina, con un rostro que demuestra su clara duda y eso me hace reír. Sorbo mi nariz y asiento, mientras limpio mi rostro de las lágrimas.

—Sí —mi respuesta lo alegra visiblemente y se gira para continuar su labor.

—Bien.

Una vez que estoy completamente solo en la sala, escuchando el breve y ocasional golpe de la cuchara contra la olla en la cocina, me levanto del sillón con una lentitud que refleja el peso de mis sentimientos. Limpio una vez más las nuevas y salvajes lágrimas de mi rostro, dejando la cobija y restos de empaques de comida en el sillón.

Un olor agrio se desprende de mi cuerpo y arrugo la nariz al notarlo, por lo que con paso decidido me dirijo hacia el baño en la segunda planta de la casa. Al entrar, inmediatamente soy recibido por mi reflejo en el espejo del lavamanos y no puedo creer que ese sea yo; marchito por completo, los ojos deprimidos y distantes, hundidos y rodeados de grandes ojeras oscuras.

Esto rompe más mi corazón destrozado, porque sé que yo no soy así y solo el daño de esas mujeres fue tan grande para convertirme en esto. Aparto los ojos como si quemase, avergonzado de mí mismo y sin dar otra mirada al espejo y a mi propio cuerpo, que a estas alturas ya se notan la redondez ganada por la comida chatarra, me desvisto de cada prenda.

Me sumerjo bajo el chorro hirviente de agua que empieza a empañar todo a mi alrededor con el vapor. Me estremezco por los escalofríos que causa el toque del líquido en mi piel, erizando cada tramo que recorre. El ligero dolor que me causa es tan enriquecedor para mi mente, ocasionando una calma en mis alborotados pensamientos, dejándome en blanco por minutos.

Paseo mis manos por mi cuerpo con los ojos cerrados, admirando cada parte de mí y tratando de reconfortar algo en mi interior; a ese niño que lastimó su madre. Vuelvo a hipar ante el pensamiento. La quería mucho, ella había pasado toda su vida conmigo; me la había dado, engendrado de su vientre... ¿Cómo pudo?

Sollozo ahogadamente, raspando mi garganta al impedir que el sonido sea más alto y derramo lo que siento a través de mis ojos. Empapo mis labios con la sal de mis lágrimas y la saboreo en mi paladar al ingresar a mi boca cuando se vuelve insoportable retener esto en mi interior y abro la misma en un grito silencioso, contorsionando mi rostro en un dolor palpable.

Hago puños mis manos y las acerco a mi pecho, tiritando bajo el agua caliente, la rabia, desasosiego y todo ardiendo dentro de mí. Recargo mi frente en el húmedo azulejo y aspiro profundamente, mis pulmones reclamando oxígeno.

Estoy bien, estoy bien, ESTOY BIEN, lloriqueo en mi mente.

—Estoy bien —susurro.

Me visto en mi cuarto y mientras lo hago, decido ir al exterior, buscando una conexión, algo que mi alma necesita desesperadamente. Camino con mis botas pesadas resonando en las escaleras y ágilmente adentrarme al bosque frondoso y fresco que rodea la cabaña, buscando un sentimiento de soledad y conexión con lo que me rodea.

A medida que entro en el bosque, el fresco aroma de la tierra mojada y las hojas descompuestas me recibe como un viejo amigo. Los sonidos del bosque, el crujir de las ramas bajo mis pies y el canto distante de los pájaros, comienzan a llenar mis oídos. A paso lento me adentro más, permitiendo que la quietud del lugar calme mi mente revuelta.

El bosque se presenta como un santuario silencioso, envuelto en un manto de nieve prístina que amortigua cada sonido, creando un efecto calmante, casi sagrado. Los altos pinos, abetos, cipreses y enebros se alzan firmes bajo el peso de la nieve, sus ramas arqueadas forman bóvedas naturales que invitan a adentrarse más en su dominio. Cada árbol, cubierto de escarcha, brilla sutilmente bajo la luz tenue de un sol invernal que lucha por filtrarse a través de la densa cobertura de nubes.

El viento gélido mueve las ramas pesadas con un susurro suave, esparciendo diminutos cristales de hielo en el aire que centellean como polvo de diamante en el escaso rayo de luz. A pesar del frío que se cuela entre las capas de ropa, hay una calidez confortante en la soledad del bosque. Es un frío que revitaliza, que limpia los pensamientos y refresca el alma. Cada paso me ayuda a despejar los pensamientos oscuros, cada respiración profunda me acerca más a una paz olvidada.

La nieve, perfectamente uniforme, se extiende por el suelo del bosque como una alfombra blanca que nunca ha sido pisada, interrumpida sólo por las huellas esporádicas de la fauna del bosque. Pequeños rastros de conejos, quizás un zorro, se adentran y desaparecen entre los árboles, añadiendo un sentido de vida oculta y misteriosa que palpita bajo la aparente quietud.

A medida que uno avanza, el crujido de la nieve bajo los pies es el único sonido que acompaña al viento entre las agujas de los árboles. Es un lugar donde el tiempo parece detenerse, y los problemas del mundo exterior se desvanecen ante la magnificencia y la majestuosidad de la naturaleza en su estado más puro.

Este bosque frondoso, con su mezcla de tranquilidad y belleza helada, ofrece un retiro espiritual inesperado. Aquí, envuelto en la serenidad de un invierno eterno, se siente una paz indescriptible, un refugio donde el espíritu puede encontrar reposo y renovación, lejos del bullicio del mundo cotidiano.

Respiro profundamente, tratando de absorber la tranquilidad del entorno. La soledad no se siente como un enemigo aquí, sino como un compañero necesario en mi viaje hacia la recuperación de mí mismo.


Hermosamente caótico « lgbt »Donde viven las historias. Descúbrelo ahora