Nostalgia.

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Toska.

Origen ruso.

«Sentir nostalgia del lugar en el que naciste»

—Todos lo saben —sollozo en los brazos de mi progenitor. Es veintiuno de diciembre, han pasado cuatro días desde que me animé por primera y última vez acudir a la ciudad. Me destrozaron; las miradas, los murmullos, la lástima en el ambiente... Todo me destrozo.

—Arthur... —Comienza mi padre, acariciando mi cabello como solo él lo sabe hacer: reconfortante y cálido. Lo interrumpo antes de que continúe, arraigado a estas palabras como un mantra; un cruel y desahuciado mantra.

—Todos los saben. Soy la burla y jamás volveré a tener una vida normal —las palabras fluyen de mi boca sin un filtro conector con mis pensamientos; solo puedo pensar la terrible situación una y otra vez—. Todos lo saben...

—¡Ya basta, Arthur! —Grita el hombre que me apresa en esos fuertes brazos y me separa de su cuerpo, y con una mirada enfurecida me agita de los hombros—. ¡No puedes seguir así! —Esos filosos y paternales ojos con su color castaño claro, comparado con el brillo dorado de la miel bajo la luz del sol, me escrutiñan—. Deja de ser pesimista, ¿de acuerdo? Es hora de que dejes de darte por vencido —continúa mi padre, su voz ahora más firme pero aún llena de preocupación—. No puedes permitir que el juicio de los demás defina quién eres o quién serás. Tienes que enfrentarlo, Arthur, tienes que ser más fuerte.

Siento cómo la fuerza de sus palabras intenta infundirme coraje, pero el miedo y la vergüenza aún anidan en lo más profundo de mí. Sin embargo, algo en su mirada, tan resuelta y compasiva, crea una chispa que por segundos disipa la niebla de mi desesperación.

—Mira, Arthur —dice, su voz suavizándose mientras me suelta los hombros y vuelve a abrazarme—, sé que es difícil. Sé que duele. Pero tú eres más que un rumor, más que un momento de traición. Eres mi hijo, eres fuerte y puedes superar esto —las palabras de mi padre, aunque reconfortantes, todavía luchan por calar en un corazón roto y un espíritu desgastado. Pero su presencia, alentadora y protectora, empieza a hacer mella en la coraza de mi auto compasión—. Voy a estar aquí, cada paso del camino —continúa él, ahora más tranquilo—. No tienes que hacerlo solo. Vamos a enfrentar esto juntos y vamos a encontrar una manera de que recuperes tu vida, una mejor vida. No dejes que el miedo te encierre.

Una pequeña chispa de esperanza se enciende, tímida al principio, pero suficiente para contrarrestar la oscuridad de mis pensamientos recurrentes.

—Gracias, papá —logro murmurar, mi voz ahogada por las emociones. Limpio mi rostro del rastro de lágrimas y me aferro a él como un salvavidas en medio del inmenso océano. Él deposita un casto beso en mi coronilla y revuelve mi cabello con amor.

—¿Qué te parece visitar a tus abuelos paternos? —Menciona de repente mi padre después de algunos minutos en silencio. Sus brazos lentamente se desenredan de mi cuerpo y su mirada evalúa mi rostro en busca de una afirmación; la esperanza de sacarme de mi tristeza escrita en sus facciones.

Asiento y entierro una última vez mi cara en su pecho, aspirando esa fragancia a pinos y menta tan característica de él. Me separo y me levanto del sofá donde estamos sentados.

—¿Qué esperamos? Vamos ahora —respondo con una voz más firme de lo que me siento, impulsado por el deseo de cambiar de ambiente, de dejar atrás por un momento las paredes que parecen haber absorbido mi dolor.

Mi padre asiente con una sonrisa, su expresión iluminándose al ver mi leve cambio de actitud. Se levanta y va hacia el armario para tomar nuestras chaquetas. Mientras lo observo, siento una mezcla de gratitud y renovada conexión con él. En su simple gesto de sugerir una visita a mis abuelos, veo su intento de tejer un pequeño parche sobre el desgarro en mi corazón.

Hermosamente caótico « lgbt »Donde viven las historias. Descúbrelo ahora