Engentado.

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Engentado. 

Origen español. 

«Sentir deseos de estar a solas»

Mi abuela, cuya belleza se ha refinado con los años, como una obra de arte que el tiempo decide perfeccionar en lugar de deteriorar, extiende su mano hacia mí con una invitación silenciosa, no puedo evitar sentir una oleada de nostalgia. 

—Ven, siéntate aquí, querido —dice con esa voz que siempre ha resonado con amor y fuerza. A medida que me acerco a la mesa, ella coloca una generosa porción de quiche lorraine frente a mí, mi platillo favorito, que siempre prepara con un cariño que se puede casi saborear en cada bocado.

Desde mi asiento, los sonidos de la risa entre mi padre y mi abuelo llenan la cocina, formando un telón de fondo musical que eleva aún más el espíritu de la casa. A pesar de que el frío invernal se apodera del paisaje exterior, cubriendo todo con una gruesa capa de nieve y robando el color al cielo, dentro de esta casa, el calor es abrumador. No solo el físico, emanado del viejo horno de la cocina y los cuerpos reunidos, sino un calor más profundo, el del amor y la conexión familiar.

El ambiente se siente como un suéter tejido a mano, uno de esos que solo las abuelas saben hacer, lleno de patrones complejos y colores cálidos. Cada risa, cada mirada compartida, cada plato pasado de mano en mano teje este suéter más apretado, más caluroso. Nunca me he sentido más en casa, más protegido del frío exterior, más anclado a lo que verdaderamente importa.

Mientras muerdo el quiche, el sabor es rico y reconfortante, evocando recuerdos de muchos otros almuerzos similares.

—Cuéntame, querido —su tono maternal me hace dejar de lado el bocado de quiche—, sé que es duro lo que sucedió con... —Sus ojos dudan—. Con esa mujer —hace referencias vagas con sus manos a Amelia—, pero quiero que sepas que siempre estaremos aquí tu abuelo y yo para apoyarte. Por supuesto que está tu padre, pero si crees que él no te entiende, siempre eres bienvenido aquí, a comer tanto quiche como quieras —sonríe por su propia broma.

Al escuchar las palabras de mi abuela, siento cómo un nudo se forma en mi garganta, una mezcla de gratitud y dolor que amenaza con desbordarse. Dejo el tenedor sobre el plato y me tomo un momento, respirando profundamente, intentando componer mis pensamientos antes de responder.

—Gracias, abuela —mi voz tiembla un poco mientras hablo—. Es... ha sido realmente difícil. No solo por lo que pasó con Amelia, sino por todo lo que vino después. Los murmullos, las miradas... a veces siento que no puedo escapar de ello, ni siquiera en mis propios pensamientos.

Veo cómo los ojos de mi abuela se llenan de una comprensión profunda y su mano encuentra la mía sobre la mesa, apretándola con ternura.

—Ay, mi querido niño —susurra, y su voz es un bálsamo para mi corazón herido—. El dolor que llevas es grande, y no pretendemos que lo olvides de un día para otro. Pero aquí, en este hogar, espero que puedas encontrar un poco de paz. Y recuerda, el tiempo ayuda a sanar las heridas más profundas, aunque ahora parezcan sangrar sin cesar.

Ella hace una pausa, su mirada se pierde un momento en el pasado, quizás recordando sus propias batallas y pérdidas. Luego, vuelve a enfocarse en mí con una sonrisa cálida.

—Y hasta que esas heridas cicatricen, aquí tienes dos viejos que te quieren mucho y un suministro interminable de quiche —añade, intentando aligerar el momento.

Una pequeña risa escapa de mis labios, suavizando la carga de mi corazón. En ese instante, envuelto en el amor de mi abuela, me doy cuenta de que este lugar siempre ha sido más que una casa para mí. Es un refugio del mundo exterior, un lugar donde puedo ser yo mismo, sin temor al juicio o a la traición.

Hermosamente caótico « lgbt »Donde viven las historias. Descúbrelo ahora