CAPÍTULO 9: Un títere

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Me observé en el espejo, mientras el mozo colocaba el toque final en el traje que usaría para mi boda, lucía tan bien como el día que me casé con Samanta

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Me observé en el espejo, mientras el mozo colocaba el toque final en el traje que usaría para mi boda, lucía tan bien como el día que me casé con Samanta. En aquella ocasión no contemplaba la idea de un matrimonio fallido, sino todo lo contrario, estaba esperanzado a que las cosas culminaran con un final feliz; pero Samanta y yo estábamos cerca del divorcio y esta, que sería mi segunda boda, era seguro que terminaría en fracaso.

En efecto, usaba la unión para sanar los problemas que me incapacitaron de sentir amor, pero también existía la posibilidad de que me estuviera equivocando.

Analicé mi rostro y con ello me percaté de la enorme cantidad de arrogancia que emergía de mi ser, puesto que a pesar de lo mucho que lo negara, estaba disfrutando unirme a esa infeliz muchacha. Su sufrimiento alimentaba mi ego y la avaricia me nublaba el juicio, ese que fue comprado con la fortuna de los Donovan.

La puerta sonó y supe que era tiempo de acabar con lo que comenzó como un juego. En mi defensa, jamás creí que llegaría hasta este punto; aunque, aquí estaba a unos cuantos minutos de convertirme en un hombre con mucho poder.

Salí de casa para subir a un carruaje jalado por caballos y en pocos minutos, yo ya aguardaba en el altar. Una pequeña parte de mí añoraba que Harper no llegara, pero, por otro lado, el poder casi estaba en mis manos.

En medio de mis pensamientos, la música se elevó, lo que me decía que la novia estaría a mis espaldas, apenas giré el rostro, vi su maravillosa silueta vestida de blanco, con el cabello recogido, su largo cuello firme y sus manos acogían las flores que muy seguramente, fueron preparadas por Anna. La idea me causó repulsión, estaba a punto de unirme a una mujer que no me quería en absoluto, yo la deseaba de la misma manera que deseé a Diana y a Samanta, aun así, sabía que esto estaba mal; mi destino fue marcado.

Sus ojos cafés se encontraron con los míos una vez que me fue entregada, escondí la mirada, estaba tan confundido que preferí evitar todo contacto que me convenciera de declinar la oferta. Eso era ella, una oferta.

Nos aceptamos en matrimonio y después de unos cuantos minutos, la besaba con el permiso de Dios y del mundo, pues era mi esposa y yo su marido.

Harper se comportó mejor de lo que pensé, no hubo recriminaciones de su parte, tampoco miradas acusatorias, por lógica no era toda sonrisas, aunque su infalible comportamiento bastaba para mí.

—Encárgate de cumplir con el trato —dijo David una vez que nos encontramos a solas. Utilizó esa oscuridad en la voz que era amenazadora.

Fue entonces donde comprendí que me había convertido en su títere, él no entregó a su hija, me compró a mí. Por otro lado, Harper seguía de acuerdo con la boda y el embarazo, creía que esa era la regla para seguir viendo a Anna.

—Harper ya es mi esposa. Ya no te incumben sus decisiones. Ahora puedes dejar la responsabilidad que cargabas, debido a su preferencia, para que puedas amarla por lo que es: Tu hija —comenté creyendo que podría abrirle los ojos.

Mi manera de amarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora